A
sus dos primeros descendientes hay que atribuir la configuración urbanística de
la medina. Muhammad II, hijo de Alhamar, continuó con las obras militares, al
tiempo que daba los primeros pasos para planificar el universo arquitectónico
que iba a brotar tras las murallas.
Pese a reinar casi 30 años, no se puede afirmar que su labor fuera
titánica, algo comprensible, si se tiene en cuenta que, con el reino, el
segundo emir heredó todos sus problemas. Sin embargo para él el principal
quebradero de cabeza no fueron los castellanos, sino los Meriníes de Marruecos, a los que había pedido auxilio y que luego
se volvieron contra él.
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Fez, capital de los Meriníes o Benimerines de Marruecos. |
Al tiempo que trataba de conjurar esa presencia, que
amenazaba con convertirse en una nueva invasión norteafricana, al estilo de las
de los Almorávides y Almohades siglos antes, comenzó a trazar la espina dorsal
de la medina. Ésta se conformaría, cómo no, alrededor de la hoy llamada calle
Real Alta, bajo la que discurría la acequia construida por su padre, como ha
demostrado una intervención arqueológica que puede verse en el Museo de la
Alhambra.
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Calle Real Alta, en la actualidad. Fotografía de A. Amorós. |
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