miércoles, 20 de septiembre de 2023

Alhambra inadvertida: Al borde del Extasis

Sueño, fantasía, visión maravillosa, belleza indescriptible... son algunas de las palabras que pueden pasar por la mente de quien contempla, muy a menudo al borde del éxtasis, esa inagotable fábrica de evocaciones que es la Alhambra y todo su extraordinario entorno. 


Y es que es muy común ver a los visitantes ojipláticos frente a yeserías y alicatados; o boquiabiertos al alzar la vista para admirar los techos; o hechizados por la sutil incitación del agua a tocarla... También es común tropezar con personas que, descansando en un banco bajo una sombra, brillan con la luz que les otorga la felicidad de sentirse dentro de una arcadia o formando parte de un lienzo romántico. Y frente a esta sumisión total  al Monumento la edad, la etnia o el género son indiferentes.


Ese inevitable deslumbramiento subyuga no sólo a quien visita la Alhambra por primera vez y luego ha de abandonarla llevándose, eso sí, un recuerdo indeleble. También moldea la actitud y el trabajo de quienes la visitamos a menudo. Cada guía, cada persona que conozca mínimamente la Alhambra, la describirá de una forma diferente, contando, con orgullo, su propia versión del Monumento. Y lo hará, muy a menudo y sin siquiera percatarse, no vamos a decir mintiendo pero sí fantaseando mucho. Se puede contar que el sultán se refugiaba en el Generalife en las tarde sofocantes del verano, pero nunca dormía ahí, porque era un lugar poco seguro y demasiado modesto para las reales posaderas; y puede que llevase razón y qué bien queda decirlo, pero no hay en absoluto pruebas de ello. Y como este ejemplo, miles y cada quien a su manera.


Cuando lo cierto es que, como dijo Oleg Grabar, sólo se puede afirmar con rotundidad de la Alhambra que fue creada en su momento para el disfrute de una decadente dinastía, que quiso con ello imitar el edén islámico. 

Hoy, por muchos avatares y transformaciones que haya sufrido desde su lejana creación, la ciudadela nazarí sigue generando, en esencia, un manantial inagotable de sensaciones que, a modo de caleidoscopio, devuelve imágenes diversas según el punto de vista de quien la mire. Y no sólo por el inigualable atractivo de sus palacios nazaríes ( “un sueño de ángel”, según Edmundo de Amicis), sino por su paisaje al completo, empezando por su recinto murado y su alcazaba, impresionante mirador hacia el Albaicín y el Sacramente, y siguiendo con el fértil anillo que rodea a la casa real, esto es, el Generalife y otros muchos jardines que son frutos del efecto vivificador del agua, presencia decisiva y diferenciada de la personalidad del monumento. 

Este marco único e incomparable (permítaseme el tópico, en este caso absolutamente justificado) espolea de tal modo los sentidos que, antes o después, cualquiera puede sentirse dentro de una suerte de oasis que dispone de sus propios espejismos.



miércoles, 6 de septiembre de 2023

Alhambra inadvertida: La mano milagrosa de Torres Balbás

Leopoldo Torres Balbás en la Alhambra. Foto tomada de elfarodemotril.es

La actual Alhambra no es ni la que construyeron los nazaríes ni la que transformaron (ergo, desvirtuaron, casi siempre) los cristianos. Tampoco, afortunadamente, es aquella Alhambra abandonada a la ruina y el saqueo, relativamente reciente en el tiempo, de la que se llegó a decir que era más auténtica, por más romántica. 

Patio abandonado y "romántico" del Cuarto Dorado en 1833. Grabado de J. G. Lewis.

Grupo familiar en el Patio de los Leones, hacia 1900. Del catálogo de la exposición Imágenes en el tiempo: un siglo de fotografía en la Alhambra: 1840-1940.

Aunque resulta imperceptible, a grosso modo, la Alhambra de hoy es la que resucitó Leopoldo Torres Balbás (Madrid 1888-idem 1960). Para quien no lo sepa, el antedicho fue arquitecto restaurador de la Alhambra, de la que se hizo responsable en 1923, hace ahora justamente cien años, hasta 1936, ya comenzada la guerra, que truncó su extraordinaria labor, como trituró otras muchas cosas y vidas. En esos poco más de 13 años, su labor fue, además de ingente, extraordinariamente eficaz, salvando al monumento de una ruina que lo había carcomido durante siglos y que apenas maquillaron las pseudo restauraciones anteriores. 

Templete oriental del Patio de los Leones en 1862, tras la "restauración" de Rafael Contreras y Juan Pugnaire, Obsérvese el cupulín orientalizante fuera de lugar. Del catálogo de la exposición Imágenes en el tiempo: un siglo de fotografía en la Alhambra: 1840-1940. 


Interior de la Torre de Machuca en 1923, el mismo año de la llegada de Torres Balbás. Del catálogo de la exposición Imágenes en el tiempo: un siglo de fotografía en la Alhambra: 1840-1940. 

A su llegada a la Alhambra, la desescombró, limpió y apuntaló allí donde se caía a pedazos, para restituir en lo posible su aspecto original. En su empeño de fidelidad arqueológica, tropezó con la incomprensión, cuando no la hostilidad, de los nostálgicos del estilo orientalista acientífico, que tantos estragos había causado décadas antes en el Monumento. Ignorando esas críticas tan espúreas como envidiosas, se recluyó en la Alhambra, trabajando sin descanso. Según sus contemporáneos, era de carácter huraño pero, al tiempo, extraordinariamente humano, tal vez porque se concentraba de tal modo en sus obligaciones que no le quedaba "tiempo libre para chacotas”, según sus propias palabras. Ajeno a todo lo que no fuera salvar y rehabilitar a la moribunda Alhambra, realizó innumerables excavaciones que sacaron a la luz, por ejemplo, la antigua medina alhambreña, esa pequeña ciudad, situada a espaldas de las residencias reales, donde se fabricaban cueros, cerámica, vidrios y otros productos y se levantaban palacios de familias prominentes y edificios administrativos. 

Aspecto parcial de la medina, con las tenerías en primer plano y el convento de san Francisco al fondo, antiguo palacio nazarí, que también rehabilitó don Leopoldo. 

Trabajó en el recinto fortificado, desde luego; también en el Generalife o en el palacio de Carlos V y otras zonas de intervención cristiana, aunque no fueran sus preocupaciones principales. Por supuesto, dedicó tiempo igualmente a los palacios estrella, es decir el de Comares y el de los Leones, pero sobre todo a otros periféricos, como el Mexuar. En éste último, por cierto no estuvo muy afortunado, cosa extraña en él; no así en el Partal, al que dedicó sus primeros bríos, devolviéndole, tras un concienzudo estudio, su aspecto original.

Cuando tomó posesión de su cargo, este sencillo y no por ello menos delicado lugar estaba completamente desfigurado: sus arcadas y los paños calados que flotaban sobre aquéllas habían desaparecido, enladrillado el pórtico con paredes andrajosas que arrastraba desde que fuera la “Casa de Sánchez”. 

Casa de Sánchez en 1833. Fotografía del Archivo Torres Molina (Granada) de la litografía 5 de J. F. Lewis "Sketches and Drawings of the Alhambra (years 1833-34)", Londres, s. a.
Tal era su nombre hace unos doscientos años, cuando su planta baja fue convertida en cuadra y su alberca, seca y abandonada, en estercolero. Su último propietario, fue A. von Gwinner, un financiero alemán que la retuvo hasta 1891, momento en el que, presionado por las autoridades, donó la propiedad al Estado. Pero, antes de ceder las escrituras retiró su pieza más valiosa: una cúpula octogonal de madera que adornaba la Torre de las Damas, hoy exhibida en el Museo Pérgamo de Arte Islámico de Berlín. 

Cúpula original de la Torre de las Damas del Partal. Imagen tomada de legadonazari.blogspot.com

No está claro si el noble germano actuó por su cuenta u obtuvo beneplácito oficial para el expolio (en agradecimiento a la cesión, claro). En aquellos tiempos ambas cosas eran posibles. Sin ir más lejos, 58 años antes, en 1833, en tiempos de la Casa de Sánchez, Richard Ford se apoderó de otra pieza del Partal, un pedazo del arrocabe que sustenta la armadura del interior del pórtico. Qué coherencia la del inglés. Al parecer, sus feroces críticas a la corrupción y desidia de los españoles de aquellos días, no sin razón, eran perfectamente compatibles con mutilar una obra de arte para llevarse un recuerdillo. Por fortuna, hace poco, un antepasado del escritor ha devuelto el trozo de arrocabe, con mucho retraso pero con vergüenza de la buena. Algo es algo. En el siguiente vídeo del Patronato de la Alhambra se aprecia la llegada y el inicio del proceso de recuperación del arrocabe.

Pero sigamos con Torres Balbás, que, como se ha dicho, se hizo cargo de la Alhambra hace ahora un siglo. Con motivo del centenario, el Patronato de la Alhambra le ha dedicado una pequeña exposición, ubicada en una sala de las habitaciones del Emperador. Al decir pequeña, quiero decir mínima, pues consiste en apenas un panel que detalla  en español e inglés una biografía y sus trabajos (en letra bien pequeña, pues fueron muchos), un par de vitrinas y su antigua mesa de trabajo. 



Exposición dedicada a Torres Balbás, que permanecerá en la Alhambra hasta enero de 2024. En la imagen del centro, más grande, se aprecian las reformas del arquitecto conservador, comparando la fila de la izquierda (antes de la restauración) con la de la derecha (después).
Además, en primavera de este 2023, se inauguró una pequeña placa en el edificio de servicios situado junto a la Torre del Vino. Ignoro si quienes decidieron homenajear al restaurador de este modo  sabían que ya existe otra, igual de minúscula e imperceptible, en la misma calle Real, a unos pasos de ésta nueva. Algo me dice que no. 

La primera placa, erigida en 2005, detrás del baño de la Mezquita, en la calle Real.
Tampoco creo que nadie pensase en dedicarle una estatua, aunque hubiese sido un simple busto, en un lugar bien visible. Un sitio ideal sería frente a la fachada meridional del palacio de Carlos V, en una glorieta situada junto a los arranques de los muros de una casas nazaríes que él excavó también.
Patio de una de las casas nazaríes excavadas frente al palacio de Carlos V.
Hubiera sido excesivo rendir semejante honor al hombre que salvó la Alhambra y otros monumentos nazaríes de la ruina.

sábado, 22 de julio de 2023

Alhambra inadvertida: Señales en rojo y verde


Uno de los rasgos que mejor definen la Alhambra son sus yeserías y azulejos, que con sus formas vegetales, caligrafía árabe y trazas geométricas inundan las zonas nobles del Monumento. También muy alhambreñas son esas columnas de mármol de característicos capiteles, que sustentan muros de yeso calado. En el palacio de los leones simulan ser palmeras de un oasis circundando a la famosa fuente, o, en los dos pabellones de techo piramidal, varales que sujetan grandes jaimas. Y qué decir de los doce leones, junto a los que todo el mundo quiere posar. 



Sí, sin duda éstas pueden ser las señales más visibles de la Alhambra, esto es, las que antes se advierten, pero no las únicas. Y, dado que he titulado Alhambra inadvertida a esta serie de reflexiones, me referiré a otros signos que, sin ser tan conocidos, definen igualmente la antigua ciudadela nazarí. ¿A cuáles en concreto?



Para empezar, daré una breve pista: la Alhambra es, a poco que nos fijemos, roja y verde. Dos franjas, roja y verde, verticales e idénticas dividen la bandera de Granada, a la que se confunde a veces con la de Portugal. Pero no vamos a asegurar aquí que ya era la enseña del Sultanato garnatí, aunque tampoco lo descartaremos del todo. Y es que el verde es el color del Islam por antonomasia y el rojo era el color de la dinastía nazarí. 


Bandera de Granada en la torre de la Vela, la primera por la derecha.

Alhambra significa en árabe roja, como Alhamar, sobrenombre de Muhammad I, primer emir granadino, era “el rojo”, dicen que por sus cabellos. Y roja, más que de cualquier otra tonalidad, es la Alhambra, sobre todo si se la contempla desde el Albaicín, posada plácidamente sobre un lecho verde que hunde sus raíces en tierra almagra, es decir roja por el óxido. Viene muy al caso esta última palabra de origen árabe que encaja bien en este discurso a cuenta del rojo. 
Prodigiosa resulta la extraordinaria solidez del Monumento. Construida con materiales endebles (ladrillos, azulejos, yeso y maderas de baja calidad, más algo de mármol) ha resistido todo tipo de desastres durante casi ochocientos años: terremotos, incendios, inundaciones, expolios y hasta alguna gran explosión. La explicación está en esa tierra almagra donde se asientan sus cimientos, que fue y es aún hoy el ingrediente base para construir todas sus edificaciones y servir de sustento a sus yeserías y techumbres de lacería. Esa tierra roja, a la que los geólogos han denominado conglomerado Alhambra, es una mezcla de arcilla, arena y piedras de tamaños y naturaleza muy diferente, entre las que hay incluso algo de oro. 

Aspecto de un muro desnudo, a base de tierra almagra, en uno de los subterráneos de la Alhambra

Mezclada con agua, se compacta fácilmente, sobre todo al añadirle cal, utilizando determinadas técnicas como el tapial, del que hablaré en otro momento. Sólida pero también suficientemente elástica, la “magia” de esta tierra almagra ha permitido a la Alhambra soportar incontables terremotos, por ejemplo. 


Dejemos el color rojo del Monumento, para ir con el verde de su vegetación, presente por doquier. Y ello porque el agua está omnipresente en la Alhambra como en pocos monumentos. Y si hay alguna planta con la que podamos identificarla, ésta es el arrayán, denominado también mirto en su acepción de origen latino.  Sus dos macizos cuadrangulares se han convertido en presencia imprescindible del llamado por algo palacio de los Arrayanes. Pero el arrayán,  que en árabe significa “el oloroso”, no sólo perfuma aquel palacio. A poco que te fijes, lo encuentras en todas partes, sembrado en las huertas o flanqueando los caminos que vertebran la visita turística; también sobresale en macetas de forma redondeada en los jardines del Partal y del Generalife. 

Flor y rama de arraryán.

Ya sabemos que su gran ductilidad permite darle las más variadas formas, como ocurre también con el boj o el ciprés, sobre los que tiene la ventaja de su fragancia. Pero se le puede también dejar crecer a su aire, formando pequeño arbolitos de varios troncos y copa desordenada, como ocurre, por ejemplo, al final de paseo de las Torres. Aunque casi todas las plantas son de arrayán común (myrtus communis) sobreviven algunos ejemplares de una variedad autóctona denominada arrayán morisco (myrtus baetica).



Pero el arrayán (y con ello entro de lleno en el tema de esta entrada) también juega un papel en la iconografía de la Alhambra. Más en concreto, en su pintura más carismática, la de los Reyes. Una hilada de brotes de esta planta divide horizontalmente la composición, dejando a cada lado a cinco de los mal llamados reyes, que eran más bien caballeros nazaríes sin más, pues carecen de atributos reales visibles. Es de suponer que la presencia de esta planta en el cuadro tenga algún significado. Tal vez el artista pretendía expresar así que el arrayán perfumaba de algún modo la reunión, puede que sea un síntoma de que se quemaba esencia de arrayán en las tacas. Ninguna prueba hay de estas especulaciones, pero en esta Alhambra de las mil y una exquisiteces, pudo suceder. 


domingo, 25 de junio de 2023

Alhambra inadvertida: Ua lá galib ila Allah


La Alhambra está cargada de una simbología clara y contundente, ideada en su momento para justificar el poder que albergó como lugar aúlico. Esos lemas y símbolos fueron, son y serán siempre sus rasgos identitarios; poco importa que su misión, ensalzar la supuesta grandeza de una ya extinta dinastía, carezca de sentido desde hace siglos. Su fuerza expresiva mantiene toda su efectividad, logrando singularizar al Monumento nazarí y hacerlo así reconocible frente a cualquier otro.



Introduzco un tema que da para varias entradas. En esta primera me referiré a la más importante de esas señas de identidad, el archiconocido lema nazarí: Ua la gálib ila Allah (“Y no hay más vencedor que Dios” o bien, según una versión que cobra fuerza entre los especialistas: “Sólo Dios prevalece”). Esta frase es un subterfugio para legitimar a la dinastía nazarí, cuyo poder emanaría de Allah, la única autoridad por encima de la de aquélla. El diseño más conocido de la divisa nazarí está en escritura cursiva nasjí, la más habitual en al Andalus, pero también, aunque apenas se reconozca, en las crípticas grafías cúficas. 


En el recuadro, la versión en letras cúficas, repetida a la derecha,

En otro momento profundizaré en la epigrafía árabe, pues merece capítulo aparte.

Ligado al lema va el icono más característico de la dinastía granadina , su escudo, que contiene una banda en diagonal con aquél inserto. 


Entre los gobernantes musulmanes no era nada habitual recurrir a la heráldica, rasgo decididamente cristiano. Pero al Andalus (una de las raíces de España, no lo olvidemos) era diferente. La cercanía de reinos cristianos no significaba siempre la guerra con ellos sino, más a menudo, una forzosa convivencia, a veces muy fructífera. No me cansaré de recordar que, en conjunto, durante la “reconquista” hubo mucho más tiempo de paz que de enfrentamientos bélicos. A grosso modo, en el sultanato nazarí hay dos años sin conflicto frente a uno de guerra. Gracias a uno de esos periodos de entendimiento, los nazaríes obtendrían su blasón, a imagen y semejanza de otro muy similar, el de la castellana orden de la banda, que el monarca cristiano Pedro I concedió a su amigo y entonces aliado, el rey musulmán Muhammed V. Quedaba de este modo certificada una sólida, aunque atípica amistad entre ambos monarcas, al tiempo que Granada declaraba su vasallaje a Castilla, como tantas veces. 


Orden de la banda de Castilla, con dos dragones, en lugar de grafemas árabes.

Dejemos la Historia, para regresar a las imágenes que se perciben actualmente. Espoleado por mi curiosidad he rastreado las diversas representaciones del lema nazarí por todo el Monumento, hasta el punto de hallar algún ejemplo mixto de escritura en el cuarto Dorado o en la sala de los Reyes, donde, la primera parte (Ua la gálib: “Y no hay más vencedor...”) aparece abajo en letra cúfica, mientras la segunda (Ila Allah: “...que Dios”) es expresada más arriba en cursiva. El porqué de ese orden inverso al habitual (de arriba a abajo) es un misterio a resolver.


Versión mixta, con las dos partes en sendos recuadros.

Queda claro que el lema esta omnipresente en todas las superficies de la Alhambra, desde las paredes recubiertas de yeso, a las alturas de madera; en algún caso también se aprecia en el suelo. Se hace hueco, además, en sus coloridos alicatados y en esos característicos capiteles ortoédricos de mármol, tan de la arquitectura nazarí. 



Lo encontramos representado casi siempre en formato horizontal de derecha a izquierda, repetido como un mantra en molduras que enmarcan arcos o delimitan paneles de yeserías; aislado en una cartela o rodeado por un círculo estrellado y escrito en dos trozos de arriba a abajo, ésta vez sí en el orden canónico. En estos casos suele tener la finalidad de separar partes de poemas o jaculatorias islámicas.



Aunque quedan pocos rastros de ello, en las yeserías el letrero nazarí estaba pintado, casi siempre de rojo almagra, el color de la dinastía, pero también en dorado, y sobre fondo azul ultramar las más de las veces. También lo he visto relleno de verde, azul o negro en alicatados. 




Este lema, llamado gáliba en referencia a gálib (“vencedor”), su palabra más característica, hizo que a los nazaríes se les conociera como dinastía galibiyya, o vencedora, cuando, en realidad eran un poder muy débil. Con apenas alguna victoria pírrica, como la recuperación de Algeciras en 1369, el sultanato nazarí no dejó de cosechar derrotas. En una lenta pero inexorable sangría que duró dos siglos y medio, fue perdiendo terreno hasta desaparecer en 1492. Décadas más tarde, esta contradicción entre la fatal realidad y la ilusa fachada ideológica tras la que se parapetaban los garnatíes, fue ironizada por el morisco Alonso del Castillo, traductor para Felipe II de las inscripciones de la Alhambra. Dijo este fino descendiente de la cultura andalusí que los nazaríes repetían por doquier el lema real, porque creían que de él sacaban de Allah las fuerzas que en realidad tenían los cristianos. (1).



(1) Sus palabras exactas fueron: “Y en todo esculpían y decían: La gálib ily (sic) Allah, que quiere decir, no hay otro vencedor, sino Dios, en reconocimiento deste gran poderío de la cristiandad  e pocas fuerças [de los musulmanes], que ellos tenían entendido cuasi por este blasón e letrero real, que más estaban en estos reinos, Deo permittente, que no por sus fuerças”. Referenciado en la obra de Dario Cabanelas, El morisco granadino Alonso del Castillo, Granada, 1991, p. 81, nota 26.

lunes, 22 de mayo de 2023

Alhambra inadvertida: Curvas y rectas, volúmenes cruzados


De entre lo más epatante del Monumento nazarí está su arquitectura volumétrica. Las curvas de multitud de arcos armonizan a la perfección con las líneas rectas de frisos, paneles y zócalos, derivando en una cascada de perspectivas. Si uno se sitúa en un punto cualquiera para rotar la vista 360 grados captará, como en un caleidoscopio, variados diseños sin moverse del sitio. Tal que así, sucede al pie de una de las columnas de la parte central del Mexuar (lo más nazarí que queda en esa sala). 



Mirando hacia el capitel, desde éste parece desplegarse, como de un cáliz, una corola floral, cuyos sépalos son los elementos circundantes de yeso o madera bellamente labrados. Otro ejemplo de esta magia, generada por superposición de volúmenes, se descubre en la sala de los Reyes del palacio de los Leones. En esa estancia alargada se suceden arcos triangulares de mocárabes, enmarcados por rectángulos, llamados alfices. Si la recorremos perpendicularmente de un extremo a otro, se genera una sensación de envolvimiento que parece conducir a un sueño o al interior de una caverna embrujada.



Una sensación onírica se desprende también del patio de los Arrayanes visto desde el interior de la torre de Embajadores. En primer término, los arcos sucediéndose en cascada pasan de la penumbra a la luminosidad, que se agarra como oro a las puntas de los mocárabes. En el centro de ese marco se entrecruzan armoniosamente las formas rectangulares del patio y el estanque. En el pórtico frontero, las dos arcadas concuerdan perfectamente con la horizontalidad general del conjunto, otorgándole esbeltez. 



Esta volumetría exacta de la Alhambra es también protagonista en su imagen exterior. Si se contempla el monumento desde el Albaicín, torres, murallas y edificios semejan una cabalgata cúbica de formas diversas. Lo que parece en apariencia desorden es en realidad pura cadencia. El blanco palacete del Generalife, con su esbelta torre elevándose sobre todo el conjunto, es un perfecto contrapunto a la ciudadela amurallada, una suerte de felino extendido sobre la colina de la Sabika. Ni sobra ni falta nada para dejar boquiabierto a quien contempla esta estampa por primera vez.



Esta magia constructiva fue posible gracias a las matemáticas, que alcanzaron gran desarrollo en al Andalus. Es de suponer que los reyes nazaríes tenían suficientes conocimientos de esta materia para aplicarla en cada esquina de la Alhambra con demostrada pericia. Y no como yo, a quien resulta un suplicio entender las reglas más básicas de la aritmética y la geometría. Por eso, no añadiré nada más al respecto, de momento. Tal vez más adelante me atreva a intentar hablar de las fórmulas matemáticas que sustentan este escenario de las Mil y Una Maravillas que es la ciudadela roja. 






Alhambra inadvertida: Al borde del Extasis

Sueño, fantasía, visión maravillosa, belleza indescriptible... son algunas de las palabras que pueden pasar por la mente de quien contempla,...