miércoles, 12 de octubre de 2022

ALHAMBRA INADVERTIDA: PATIO DE LINDARAJA


Aunque hasta hace relativamente poco su encanto me pasaba inadvertido, uno de los espacios de la Alhambra que más me seducen es este patio. La razón es doble. De un lado, en mis reiteradas visitas como guía, a casi cualquier hora y con casi cualquier circunstancia atmosférica, se me aparece como un escenario cambiante pero siempre perfecto. Esa variabilidad se da en otros lugares del Monumento, pero no tan nítidamente como en éste, de modo que se ve distinto cada vez, aunque siempre con tonos verdosos y asalmonados, los que les otorga la vegetación y las paredes de barro que lo envuelven.


La razón última de esta fascinante atmósfera, creo yo, es su propio diseño, surgido tras sucesivas reformas de modo inconsciente. Al claustro con cipreses de 20 metros se suma la guinda de su fuente en el centro. La horizontalidad arbórea acuna y tamiza la luz de mil maneras, logrando que el agua que chorrea de la taza se convierta en lluvia espectral. Y si, como es relativamente común, unas palomas se posan en sus bordes para acicalarse, el efecto es en extremo romántico. 



Su taza, una copia de la original nazarí (conservada ésta en el Museo de la Alhambra) pasa a ser foco de atención porque hipnotiza la mirada sin remedio. 



Pero hablaba de dos razones para justificar porque me fascina este espacio. La segunda no tiene que ver directamente con el patio en sí, sino con el Mirador de Lindaraja que le da nombre y que, como se sabe, cabecea sobre él. Este lugar, tan especial dentro de la Alhambra, le debe al menos la mitad de su encanto a la particular luz que absorbe desde abajo. 


Mirador de Lindaraja desde el patio.

Sin ella el techo de cristal de colores (el único conservado), sus espectaculares yeserías y los finísimos alicatados en letra cursiva nasjí (ya hablaré de eso en otro momento) no impresionarían de la manera en que lo hacen. Y resulta curioso que sea así. En época nazarí el actual patio no era sino un jardín abierto con una torre hoy desaparecida, sin duda un entorno muy bello a imaginar. Pero fueron las crujías de las habitaciones de Carlos V y las posteriores remodelaciones cristianas, sobre todo la feliz idea de plantar cipreses, las que le otorgaron su singularidad, esa intimidad que invita a descansar tras el trasiego que se vive en los palacios.




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