sábado, 22 de julio de 2023

Alhambra inadvertida: Señales en rojo y verde


Uno de los rasgos que mejor definen la Alhambra son sus yeserías y azulejos, que con sus formas vegetales, caligrafía árabe y trazas geométricas inundan las zonas nobles del Monumento. También muy alhambreñas son esas columnas de mármol de característicos capiteles, que sustentan muros de yeso calado. En el palacio de los leones simulan ser palmeras de un oasis circundando a la famosa fuente, o, en los dos pabellones de techo piramidal, varales que sujetan grandes jaimas. Y qué decir de los doce leones, junto a los que todo el mundo quiere posar. 



Sí, sin duda éstas pueden ser las señales más visibles de la Alhambra, esto es, las que antes se advierten, pero no las únicas. Y, dado que he titulado Alhambra inadvertida a esta serie de reflexiones, me referiré a otros signos que, sin ser tan conocidos, definen igualmente la antigua ciudadela nazarí. ¿A cuáles en concreto?



Para empezar, daré una breve pista: la Alhambra es, a poco que nos fijemos, roja y verde. Dos franjas, roja y verde, verticales e idénticas dividen la bandera de Granada, a la que se confunde a veces con la de Portugal. Pero no vamos a asegurar aquí que ya era la enseña del Sultanato garnatí, aunque tampoco lo descartaremos del todo. Y es que el verde es el color del Islam por antonomasia y el rojo era el color de la dinastía nazarí. 


Bandera de Granada en la torre de la Vela, la primera por la derecha.

Alhambra significa en árabe roja, como Alhamar, sobrenombre de Muhammad I, primer emir granadino, era “el rojo”, dicen que por sus cabellos. Y roja, más que de cualquier otra tonalidad, es la Alhambra, sobre todo si se la contempla desde el Albaicín, posada plácidamente sobre un lecho verde que hunde sus raíces en tierra almagra, es decir roja por el óxido. Viene muy al caso esta última palabra de origen árabe que encaja bien en este discurso a cuenta del rojo. 
Prodigiosa resulta la extraordinaria solidez del Monumento. Construida con materiales endebles (ladrillos, azulejos, yeso y maderas de baja calidad, más algo de mármol) ha resistido todo tipo de desastres durante casi ochocientos años: terremotos, incendios, inundaciones, expolios y hasta alguna gran explosión. La explicación está en esa tierra almagra donde se asientan sus cimientos, que fue y es aún hoy el ingrediente base para construir todas sus edificaciones y servir de sustento a sus yeserías y techumbres de lacería. Esa tierra roja, a la que los geólogos han denominado conglomerado Alhambra, es una mezcla de arcilla, arena y piedras de tamaños y naturaleza muy diferente, entre las que hay incluso algo de oro. 

Aspecto de un muro desnudo, a base de tierra almagra, en uno de los subterráneos de la Alhambra

Mezclada con agua, se compacta fácilmente, sobre todo al añadirle cal, utilizando determinadas técnicas como el tapial, del que hablaré en otro momento. Sólida pero también suficientemente elástica, la “magia” de esta tierra almagra ha permitido a la Alhambra soportar incontables terremotos, por ejemplo. 


Dejemos el color rojo del Monumento, para ir con el verde de su vegetación, presente por doquier. Y ello porque el agua está omnipresente en la Alhambra como en pocos monumentos. Y si hay alguna planta con la que podamos identificarla, ésta es el arrayán, denominado también mirto en su acepción de origen latino.  Sus dos macizos cuadrangulares se han convertido en presencia imprescindible del llamado por algo palacio de los Arrayanes. Pero el arrayán,  que en árabe significa “el oloroso”, no sólo perfuma aquel palacio. A poco que te fijes, lo encuentras en todas partes, sembrado en las huertas o flanqueando los caminos que vertebran la visita turística; también sobresale en macetas de forma redondeada en los jardines del Partal y del Generalife. 

Flor y rama de arraryán.

Ya sabemos que su gran ductilidad permite darle las más variadas formas, como ocurre también con el boj o el ciprés, sobre los que tiene la ventaja de su fragancia. Pero se le puede también dejar crecer a su aire, formando pequeño arbolitos de varios troncos y copa desordenada, como ocurre, por ejemplo, al final de paseo de las Torres. Aunque casi todas las plantas son de arrayán común (myrtus communis) sobreviven algunos ejemplares de una variedad autóctona denominada arrayán morisco (myrtus baetica).



Pero el arrayán (y con ello entro de lleno en el tema de esta entrada) también juega un papel en la iconografía de la Alhambra. Más en concreto, en su pintura más carismática, la de los Reyes. Una hilada de brotes de esta planta divide horizontalmente la composición, dejando a cada lado a cinco de los mal llamados reyes, que eran más bien caballeros nazaríes sin más, pues carecen de atributos reales visibles. Es de suponer que la presencia de esta planta en el cuadro tenga algún significado. Tal vez el artista pretendía expresar así que el arrayán perfumaba de algún modo la reunión, puede que sea un síntoma de que se quemaba esencia de arrayán en las tacas. Ninguna prueba hay de estas especulaciones, pero en esta Alhambra de las mil y una exquisiteces, pudo suceder. 


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