En cualquier caso, aún no había llegado el momento de la
colina roja como asiento real. Ese papel se lo iba a proporcionar Muhammad Ibn Nasr, conocido con el
sobrenombre de Alhamar (“el rojo”, por su barba cobriza), fundador de la
dinastía y del Emirato nazaríes, que entró, en olor de multitudes, a Granada
por la puerta de Elvira en 1238. Procedente de Jaén, en concertó de Arjona,
acudió a la llamada de auxilio que le enviaron los notables de la región, temerosos
de que fuera conquistada Granada por los cristianos. Casi al mismo tiempo
Almería y Málaga se entregaron igualmente en brazos de este cauto aunque
valiente jefe militar, para terminar de conformar lo que iba a ser el Emirato
Nazarí. Con sede en Granada, éste ocupó más o menos lo que hoy son estas tres
provincias surorientales, más ciertas comarcas de las provincias de Jaén,
Córdoba y Cádiz.
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Fuente: http://www.culturandalucia.com |
Mediado el siglo XIII pocos podían jurar que el nuevo estado,
nacido en época tan convulsa, iba a sobrevivir aún dos siglos y medio, pese a
los muchos peligros que le rodeaban y las continuas luchas internas que tuvo
que soportar. Pero además, y eso parece mucho más importante, el Reino
Nazarí, como último territorio bajo soberanía musulmana, logró atesorar primero
y aquilatar más tarde la herencia cultural andalusí, expresada, prácticamente
en su totalidad, en su obra cumbre: la Alhambra. El monumento nazarí es el
perfecto punto de encuentro entre las tradiciones arquitectónicas y científicas
grecolatinas, recicladas y puestas en valor por los árabes durante el Medievo,
y el bagaje oriental, básicamente indoiranio, que constituyó el segundo pilar
de la cultura islámica clásica, además de ciertos aspectos (los menos) de
origen puramente árabe, como las leyendas epigráficas, refugio de la tradición poética
beduina y de la intocable doctrina coránica.
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Leyenda epigráfica en la Alhambra; arriba, más pequeño, el lema de la dinastía nazarí: Lá gálib illa Allah. |
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