Apenas unos metros más abajo de san Nicolás, y casi en línea
recta, podemos encontrar una tercera mirada hacia la Alhambra, quizás la más
heterodoxa y también la menos conocida. Nos referimos a la vista que se
disfruta desde la placeta Carvajales, ya en el Albaicín bajo, a unos minutos
tan sólo del hervidero de Plaza Nueva.
Esta panorámica, aún más cercana que la de san Nicolás, nos
devuelve una imagen de la fortaleza roja mucho más distante, incluso hostil,
que nos remite a otra
característica del monumento: su aire misterioso, mágico y más propio de “un
sueño oriental”, como dijo Federico García Lorca (1), que del mundo real. Desde
aquí, se hace más evidente su apariencia hermética y casi inalcanzable, como si
fuera, en realidad, un gran cofre
que conserva en su interior miles de enigmas, los secretos de la Cábala y la
mesa del rey Salomón, leyendas de cautivos y princesas, de magos alquimistas,
de tesoros enterrados y espíritus que vagan en pena por sus aún ignotos
subterráneos, historias de traiciones y levantamientos en armas que desembocan
en tragedias, rumores de agua subterránea corriendo por pasadizos secretos que
comunican con el exterior o tal vez conducen a una trampa mortal… En suma, esa
Alhambra misteriosa nacida de la infinita capacidad de evocación y generación
de leyendas que posee este espacio único y que, más que magia, es, en realidad,
un muy logrado ilusionismo.
(1) Federico
García Lorca. Impresiones y paisajes.
Edición de Rafael Moreno Miralles, Madrid, Cátedra (Letras Hispánicas), 1994,
p. 142.
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El Árbol de la Vida, según la Cábala. |
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