Sin embargo, en tiempos de Alhamar, la verdadera
dueña de la Sabika era la
vida salvaje. Por entonces la flora y la fauna mediterránea, todavía
superviviente hoy en gran medida en las estribaciones de la ciudadela,
proliferaba, convirtiéndose la zona en lugar de caza ideal, sobre todo para la
práctica de actividades tan espectaculares y apreciadas por las clases altas de
al Andalus como la cetrería.
Así, pues, el primer rey nazarí debió toparse con un
entorno casi virgen, magnífico para la caza, desde luego, pero inhabitable en
ese momento, al carecer de cursos de agua permanentes ni, dadas sus mismas
características edáficas, acumular reservas subterráneas a partir de las cuales
generar pozos. Antes la única forma de llevar hasta esa altura algo de
agua era ascenderla desde el río trabajosamente mediante caballerías. Por esa
misma razón, la vieja Alcazaba Roja Zirí estaba unida al lecho fluvial con una coracha, que permitía seguir obteniendo el
preciado líquido en caso de asedio.
No cabía duda de que ésa era una solución
si únicamente se pretendía surtir a una pequeña guarnición como la que debía
albergar en su momento el viejo castillo zirí. Sin embargo, resultaba inviable
para acometer un proyecto de ciudad áulica como el que inició Alhamar y
completaron, poco a poco, sus descendientes. Así, poner los medios para
transportar agua a la Sabika resultaba indispensable para comenzar a trazar la
que sería la ciudadela roja de los Nazaríes.
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