Gracias a ese magma multidisciplinar que heredaron los
nazaríes y a un gusto exquisito, también característico de al Andalus, nació la
ciudadela roja, racionalista por parte romana, plena de inquietud y deseos de
saber, por parte árabe, tan perfectamente trazada que podría comparársela con
una de esas figuras geométricas presentes por doquier en sus estancias, igual
en los paneles de alicatados, artesonados de madera o yeserías que en la misma
planimetría de los espacios. Haciendo un ejercicio de abstracción imaginémosla
por un momento como, digamos, una rueda de lazos.
Podría comparársela así con un espejo que devuelve mil reflejos, la mayoría
latentes y difíciles de percibir, pero indudablemente reales, un todo orgánico
donde cada parte posee su propia individualidad pero, al mismo tiempo, está
perfectamente imbricado con el conjunto; en suma: una entidad que, a modo de
caleidoscopio, cambia con cada mirada, dispuesta siempre a ofrecer nuevas
perspectivas, una Alhambra que se presta a ser imaginada, diferente, más
genuina y fascinante si cabe, porque trasciende todos los tópicos con que
estamos acostumbrados a juzgarla.
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Rueda de lazos en un alicatado de la Alhambra. |
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Sala de los Reyes, en la cual es posible buscar múltiples perspectivas, a modo de un caleidoscopio. |
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