Disculpen la pregunta pero se hace cada vez más
necesario hacerla, dado el grado de estulticia al que estamos llegando: ¿es el
ser humano la cumbre de la evolución, como siempre se ha predicado, o, por el
contrario sólo es un patético error, un desliz de la Naturaleza, por el cual
ésta se mostró tan consentidora como una madre que malcría a su último hijo para
forjar un monstruo? Sin atrevernos a pronunciarnos por falta de pruebas (nadie
podría afirmar que estaba allí cuando surgió el homo sapiens), los hechos demuestran que cualquier otra especie,
incluidas cyanobacterias y paramecios, plantas carnívoras batracios caribeños o el singular
ornitorringo, tiene claro cuál es su papel en la cadena trófica menos el
Hombre, un ser básicamente entrometido y destructivo. Tanto que, si un prodigio
no lo remedia, terminaremos por provocar una nueva extinción en masa y lo
haremos en un tiempo récord, en menos que la Tierra
tarda en largarse un erupto.
Para no ser muy taxativos, afirmaremos que el Hombre
no es exactamente un error sino sólo una disfuncionalidad biológica. Teniendo
en cuenta nuestro escaso recorrido como especie (nos referimos en concreto al homo sapiens sapiens o de Cromagnon), apenas 200.000 años desde
que surgió nuestro primer ancestro en algún lugar de África, se nos podría
considerar en realidad un tallito en el gran arbol de la Vida, un retoño que ha
crecido torcido y poseso de un extraño virus destructor ya en su primer año
pero al que se le podría enderezar si se le obligase a ello. Desde ese punto de
vista no todo estaría perdido si se tomasen las medidas oportunas. No estamos
hablando de inducir a todos los seres humanos al suicidio en masa mediante la
implantación de una nueva religión apocalíptica; ni de provocar una “hecathombre”
(la nuclear sería la más factible), sino de buscar una total autoregeneración
que reconduzca los pasos de nuestra especie por una senda más respetuosa y,
sobre todo, menos suicida. Es decir, empezar a pensar cómo vivir, en verdad y
no sólo como lo vende la publicidad o la propaganda política, en perfecta
armonía con la naturaleza y sin dar por saco continuamente a otros seres vivos.
Pero, ¿cómo se podría lograr esto? Es difícil saberlo,
pero la respuesta podría estar en un experimento de ciencia infusa patafísica
sustentado en el estudio de otras especies para así aprehender de sus sabias y
calladas enseñanzas. Podríamos pensar que los mejores modelos serían los
insectos sociales (abejas, hormigas, pulgones….) o mejor mamíferos sociales
como la rata topo. También cabría emular a cetáceos de notoria inteligencia,
como los delfines, cuya etología se basa en el apoyo mutuo y con unas capacidades
comunicativas aún por descubrir. Sin embargo no será necesario que nos crezcan
antenas o que nuestros cuerpos se vuelvan oblongos y escurridizos para llevar a
cabo este experimento. Todo resultará mucho más simple si descendemos apenas un
par de pasos en nuestra rama evolutiva para llegar al momento preciso en que
aún no nos habíamos separado de los monos, es decir de los grandes primates. Dado
que compartimos con ellos casi el 99 por ciento del material genético se podría
decir que, teniendo en cuenta la escala evolutiva, son como primos hermanos
nuestros, si no medio hermanos.
Pero volviendo a nuestra hipótesis: ¿Sería posible
intentar regresar al punto de partida en el que un grupo de primates algo
díscolos dejaron de serlo para degenerar en eso que llamamos especie humana? Y,
lo que es más importante, ¿sería posible hacerlo no de forma imaginada o
recreada sino real, intentando dejar de ser humanos y volver a ser monos para
así trascender las limitaciones de la ciencia al uso? Ni más ni menos que ésa
es la pretensión de un grupo de etólogos patafísicos que, iluminados por la
premisa de que para regresar a su estado natural “el hombre ha de descender
hasta el mono (y no del mono)”, han puesto en marcha un subversivo experimento.
Ni que decir tiene que ninguno de estos investigadores, quienes no desean
revelar su identidad por lo revolucionario del intento, cuenta con la
aquiescencia de entidad académica o científica que se precie, con la honrosa
excepción del Institutum Pataphysicum
Granatensis (IPG), que les apoya moralmente ante la imposibilidad de
hacerlo dinerariamente.
El tal experimento ya se encuentra muy avanzado y
consiste en tratar de hallar los lazos de unión que tenemos con la especie de
primates considerada más cercana al hombre, que no es otra que la de los
bonobos (pan paniscus), también
llamados chimpancés pigmeos, por su gran parecido con ese otro animal (pan troglodytes). La razón de que se
halla elegido a los primeros y no a estos últimos se explicará a continuación. Pese
a compartir bonobos y chimpancés una carga genética prácticamente idéntica (del
99,6 por ciento) demuestran muy diferente comportamiento. Como los humanos los
chimpancés sufren frecuentes accesos de violencia y practican con cierta
asiduidad el asesinato entre individuos de su misma especie, habiéndose
constatado igualmente la práctica del canibalismo, comportamientos todos ellos
decididamente deplorables a erradicar. Por su parte, los bonobos actúan de modo
muy diferente, hasta el punto de que podrían ser considerados los mayores
pacifistas de la historia evolutiva. Trabajos de campo han demostrado que esta
especie tiene como premisa básica en sus relaciones sociales aquello de “haz el
amor y no la guerra”, eficiente recurso que les capacita para aliviar toda
clase de tensiones. Así, es natural que
cuando dos machos se enzarzan en una discusión sea habitual que una
hembra medie entre ellos ofreciéndose sexualmente al más agresivo, para así
calmar sus ansias destructivas mediante ese siempre saludable ejercicio que es
el fornicio. Igualmente, es frecuente que el sexo se use como moneda de cambio
para obtener alimentos y, en general, para entablar relaciones más armoniosas. Además,
los estudios de campo revelan que los bonobos demuestran una gran imaginación a
la hora de practicar sexo, de modo que no se les escapa ninguna de las
variaciones que se pueda imaginar, lo mismo de carácter heterosexual que
homosexual, incluido el sexo entre adolescentes y ancianos y hasta el sexo
entre familiares, con la excepción del acto maternofilial, profilasis lógica
para evitar la insana endogamia.
Otra característica no menos reseñable de esta especie
es su organización matriarcal, de modo que el peso de las hembras prevalece en
las decisiones de mayor importancia para el grupo. Y ello debido a la mayor cohesión
que demuestran éstas frente a los machos. Se ha observado que, mientras los
machos no establecen entre ellos vínculos especialmente firmes, las hembras son
una verdadera piña. Por ejemplo, reaccionan todas a una ante un intento de
agresión de un macho. Cuando esto ocurre, una de ellas suele ofrecérsele para
aliviar su frustración y todo queda en un buen polvo. Por último, se trata de
una especie básicamente frugívora que apenas come carne, si no son insectos o
algún pequeño animal, lo cual (y en esto no hay unanimindad entre los
especialistas) podría explicar en parte su natural pacifismo, que los emparenta
con los hippies más recalcitrantes.
Una vez observado el comportamiento de los bonobos,
los científicos patrocinados moralmente por el IPG han pasado a la segunda fase
de su experimento, que no es sino, convirtiéndose en cobayas de sí mismos,
intentar aprender de los bonobos sobre el terreno para así abrir una nueva
senda para la raza humana. Así, desde hace unos días, ocho investigadores,
cuatro hombre y cuatro mujeres, permanecen en las densas selvas del África
Central, en la margen sur del río Congo, hábitat natural del pan paniscus. Allí pretenden convivir
completamente desnudos con una comunidad de bonobos para emularlos en todo, en
especial en el fundamental aspecto sexual, para lo cual han realizado concienzudos
ensayos en un local especialmente habilitado en el Barrio Rojo de Amsterdam.
Se
alimentarán y en general imitarán en todo a sus modelos, permitiéndoseles sólo
un recurso ajeno a la cultura bonobo: el uso de sustancias alucinógenas como
presunto vehículo de empatía entre ambas especies.
Una de las investigadoras, durante una simulación en Amsterdam. |
Hasta el momento lo único que ha trascendido de este
histórico experimento es la notoria habilidad que han adquirido los primates a
la hora no ya de fumar porros sino incluso de elaborarlos, habiendo fabricado
uno de ellos un canuto de dieciséis papeles.
Del otro lado, resulta especialmente llamativa la afición a mediar en los conflictos de una de las investigadores, de nombre en clave Hildegard y nórdica para más señas, si bien se sospecha que todo puede ser fruto de una imparable reacción hormonal por el brusco cambio de latitud a que se ha visto sometida.
El bonobo en cuestión. |
Del otro lado, resulta especialmente llamativa la afición a mediar en los conflictos de una de las investigadores, de nombre en clave Hildegard y nórdica para más señas, si bien se sospecha que todo puede ser fruto de una imparable reacción hormonal por el brusco cambio de latitud a que se ha visto sometida.
Estos y otros datos poco concluyentes resultan
insuficientes para valorar la iniciativa, que puede convertirse tanto en un
estripitoso fracaso, dado la endémica tendencia humana a joderlo todo, como en un
rotundo triunfo (tal como deseamos), teniendo en cuenta la audacia, entrega
abosulta y fiabilidad de los científicos implicados en ella. Será cuestión de
seguir atentamente esta ecuménica experiencia de absoluto acercamiento entre estas
dos especies que se hallan una de
otra a menos que se come uno un plátano.
Una foto de última hora: Tres de las investigadoras, con Hildegart a la derecha congenia con el bonobo Huhú. |
1 comentario:
Siguiendo las instrucciones de esta página de comentarios, más claro y respetuoso creo que no puedo ser: ¡una iniciativa cojonuda!
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