lunes, 29 de diciembre de 2014

Liszt y la cabeza de Haydn

Este no es un cuento de Navidad. Pero tiene algo que lo emparenta con estas fiestas, o mejor dicho con las saturnales de nuestros ancestros, origen de la Navidad, en las que eran posibles hasta los más inimaginables disparates.





-I-


En 1839, en la Sociedad de Amigos de la Música de Viena un pianista toca sin demasiado acierto la sonata número 26 para piano de Franz Joseph Haydn, a quien se rinde homenaje en esa velada musical. Sus manos tiemblan, no responden a la exigencia que requiere el adagio inicial, como si sobre ellos gravitara una responsabilidad invisible. Podría pensarse que está nervioso por comparecer ante una audiencia tan selecta, pero nadie, salvo el propio intérprete, nota nada: todos escuchan extasiados al mejor pianista de la Historia: Franz Liszt. Sobre el piano de cola reposa una hornacina de vidrio con un cráneo perfectamente pulido. Es la calavera de  Joseph Haydn que, clavando su mirada vacía sobre Liszt, le impide concentrarse. ¿Cómo ha podido llegar a suceder algo así en la divina Viena?


-II-

Todo comenzó treinta años atrás, el 31 de mayo de 1809, cuando la muerte decidió llevarse al maestro austríaco en plena invasión napoleónica. Para no despertar los recelos de los franceses, se decidió que Haydn, un héroe nacional austríaco, fuese enterrado casi de incógnito en el cementerio de Hundsthurm, cerca de Viena. Se pretendía así que sus restos quedasen a salvo de posibles profanaciones. Pero el músico, que siempre buscó la paz en vida con su carácter apacible, tardaría en gozar de ella tras la muerte. A las pocas horas del sepelio, su tumba sería abierta para robar su cabeza. Pero no por encargo de los invasores, sino de Joseph Rosembaun, un muy honorable austríaco aficionado a la Frenología, pseudo ciencia por entonces en boga. Tal disciplina, urdida por el alemán, Franz Gall, pretendía demostrar que, a partir de un examen del cráneo, se podían localizar y deducir las capacidades psíquicas del individuo, incluida la  genialidad musical. 
Nada se sabe sobre si, tras sesudos exámenes, tales hipótesis fueron corroboradas. Cabe pensar que no, más que nada por lo descabellado de la idea. En cualquier caso Rosembaun nunca trató de reparar su sacrilegio devolviendo el cráneo a la tumba. De acuerdo con su mezquino carácter prefirió no volver a exponerse y conservó el cráneo, que mostró con orgullo a sus íntimos. Y así, el macabro trofeo permaneció once años en un dorado catafalco con dosel y cortinas de terciopelo rojo, como reliquia de santo varón.



-III-


Cráneo utilizado por los frenólogo
Pero en 1820, derrotado y exiliado Napoleón, las autoridades austríacas acudieron a la oscura sepultura donde reposaba el compositor para rendirle las magnas exequias que se merecía. Encabezaba la comitiva el príncipe Esterházy, mecenas de Haydn hasta su muerte, que pretendía enterrar al músico en la ciudad de Eisenstadt, porque allí habían nacido las mejores obras del compositor. Al abrir el ataúd, les recibió el cadáver de un fantasma, con peluca pero sin cabeza. Azuzada por el escándalo, la policía puso toda la diligencia posible en resolver el misterio con excelentes resultados. En aquella época la moda frenológica ya había descabezado más de un cadáver, de modo que las investigaciones llevaron directamente al círculo de Rosembaun. Cuando la autoridad irrumpió en su casa éste ya estaba avisado y dispuso un ingenioso escondite. Ordenó a su mujer permanecer en cama con fingida enfermedad para ocultar el cráneo en el único sitio que, por pudor, no se atrevieron a remover los agentes: su entrepierna. 
Aunque no fue descubierto, Rosembaun quiso aprovecharse del empeño del príncipe Esterházy. Sin admitir que tenía la cabeza, le hizo saber que ésta podría aparecer a cambio de una cantidad razonable de dinero. De mala gana, el príncipe accedió al trato, aunque se mostró poco generoso según el parecer de Rosembaun quien, para resarcirse, entregó una cabeza falsa. Así, los restos mortales de Haydn volvieron a ser sepultados con grandes honores pero con una testa falsa.


-IV-


Durante los veinte años siguientes, el verdadero cráneo de Haydn fue dando tumbos por Viena como una atracción de feria: de la Academia de Amigos de la Música, a la que lo había legado Rosembaun a su muerte, al Instituto de Patología y Anatomía, que lo había obtenido tras vendérselo a hurtadillas un miembro de la Academia. Entretanto, el príncipe Esterházy, consciente de que había sido estafado, reclamó para sí la calavera. Así en 1839 hubo de celebrarse un juicio rocambolesco para determinar quién se quedaría con ella: si la Academia, el Instituto o la familia Esterházy. El juez falló a favor de la Academia de Amigos de la Música de Viena, ya que Rosembaun, a quien se consideró legítimo propietario, así lo había estipulado en su testamento.
Y aquí se llega al momento en que se inicia este relato, con Liszt amedrentado frente al piano y los cuencos vacíos del gran Haydn, horrorizado de participar en una fiesta que oficializaba un acto execrable que estaba lejos de llegar a su final.


-V-


Pasó el tiempo, desaparecieron los imperios austrohúngaro y alemán, Europa se vio sacudida por dos guerras mundiales… Y, al finalizar la segunda, llegó la ocupación y partición de Austria durante una década (1945-1955). En todo este tiempo, más de cien años, la cabeza de Haydn siguió en la urna de la Academia de Amigos de la Música sin que la familia Esterházy dejase de reclamar sus derechos sobre ella. Hasta que, en 1954, sus demandas fueron escuchadas por las fuerzas de ocupación. Tanto norteamericanos como franceses y británicos estuvieron de acuerdo en terminar con un despropósito que duraba ya 145 años. Pero había un último problema. El este de Austria, lugar donde se situaba Eisenstadt con los decapitados despojos del músico, permanecía bajo ocupación soviética. Pero la cabeza se encontraba en la zona de Viena ocupada por los aliados, lo que impedía la restitución sin la anuencia de las caprichosas autoridades soviéticas.
Por fortuna para Haydn, en ese momento las cuatro potencias habían entablado ya conversaciones para abandonar Austria y permitir la independencia de este país, al considerar a los austríacos víctimas y no cómplices de los nazis. Como obertura a tal pacto, el 5 de junio de 1954 la cabeza de Haydn pudo por fin reposar junto a su cuerpo para lucir la vieja peluca que tanto apreciaba el compositor. En su tumba de la Bergkirche de Eisenstadt se puede leer aún:




Franz Joseph Haydn (Rohrau, 1732-Viena, 1809)

Doctor de Oxford. Hombre devoto, honesto y tranquilo.

Maestro en el arte del encantamiento del corazón.





Nota final: Los hechos aquí relatados son auténticos, por más insólitos que parezcan, con la salvedad de la fantaseada presencia de Franz Liszt. Sin embargo, pudo suceder, ya que Liszt dejó París en 1839 para dar una serie de conciertos por Europa, siendo Viena, donde se había formado, uno de los primeros lugares en los que recaló.

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