Recreación de la antigua Constantinopla, capital de Bizancio. Fuente: www.imperioromano.com |
Ya en Constantinopla, al Gazal tuvo
oportunidad de demostrar a todos y demostrarse a sí mismo que Abderrahmán II no
se había equivocado al elegirle,
sabedor de que entre sus cualidades no faltaba la perspicacia. Se dice
que cuando entró por primera vez en palacio y llegó frente a la puerta que daba
al salón del trono, el emperador Teófilo le tenía preparada una sorpresa con la
que pretendía divertirse a su costa y hacer gala de su ingenio ante sus
cortesanos. Resultaba que la entrada era tan baja que nadie podía atravesarla
sin ponerse de rodillas. Hacer eso hubiera sido impensable no sólo para al Gazal
sino para cualquier musulmán, dada la prescripción coránica de que humillarse
así sólo es posible ante Dios. Al mismo tiempo, no podía rechazar la invitación
por razones obvias. Entonces, ante la sorpresa de todos se dio media vuelta y
cruzó la puerta de espaldas, impulsándose con las manos y las piernas. Una vez
dentro se volvió hacia el rey y le saludó respetuosamente. Aquella exhibición
gustó a todos, incluido Teófilo, quien tuvo oportunidad de comprobar que los andalusíes no eran tan bárbaros como él creía.
Permaneció al Gazal un tiempo
en aquella fastuosa corte, que debió agradarle, pues olvidó pronto sus pasados
temores. Según Ibn Hayyan y otros cronistas que hablan de este viaje, Teófilo y
sobre todo su esposa se sintieron subyugados por las maneras de quien sobre
todo era experimentado cortesano.
Se dice que la primera vez que
el poeta andalusí vio a la reina bizantina “enjoyada y arreglada como un sol
naciente” se mostró tan impresionado que no le quitaba ojo y se le veía
distraído en su contemplación. Tanto que no era capaz de atender a las amables
palabras del basileus. Y cuando éste, mediante su intérprete, le hizo saber
su disgusto, al Gazal reaccionó
diciendo: ”Estoy tan deslumbrado por la belleza de esta reina y su peregrina
hechura que me es ajeno el motivo por el que se me llamó, y es justo porque
nunca he visto una imagen más hermosa, ni espectáculo más bello”. De esta forma
consiguió ganarse no sólo a la reina sino también al rey. Esta anécdota, que
parece sacada de un relato de Las Mil y Una Noches, obra que por esa época
comenzaba a gestarse, ilustra muy bien sobre la que era principal habilidad de
aquél al que, por algo, llamaban la gacela: su capacidad de seducción.
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