miércoles, 17 de enero de 2018

Perla en el Paraíso (y III)



Despertó súbitamente y con el corazón saliéndosele por la boca. No tenía miedo, sólo vértigo. Pero no recordaba nada. Por eso no pudo reconocer el prado sembrado de flores donde revoloteaban los insectos, bendecido por las aguas de un río al que arrancaba destellos un sol amable. Y, en medio del prado, una manada de toros salvajes esperándola. Esta vez no tuvo tiempo de pensar y se lanzó hacia el ganado, para mordisquearle los talones y dirigirlo, entre mugidos, hasta la orilla del río, como hacía cuando cachorra.

En realidad, eso, ser pastora y no torera de perros, era lo que siempre había deseado. Quizás un genio le hubiera concedido el deseo de ser feliz por siempre. Lo cual resultaba más que posible. No en vano, un perro al morir siempre va al cielo.

Fuente: http://mascotas20.com/

martes, 16 de enero de 2018

Perla en el Paraíso (II)



Fuente: https://bothisbetter.com
Antes de abrir los ojos, escuchó aliviada el murmullo de la plaza. También el característico ¡Dale, enga..! de su amo. Sí, en realidad acaba de salir de un sueño y estaba justo donde más deseaba: en el centro de la arena y enfrente del toro, su némesis.  El bicho bufaba arañando el suelo con rabia.
Para Perla, regresada de aquel extraño sueño, resultaba un alivio estar de nuevo ante su faena favorita, aquélla por la que era especialmente célebre: saltar sobre el toro, esperándolo hasta brincar fulminante sobre él, superar sus astas en el aire y aterrizar en su lomo. Para rematar la faena, como dicen que hacían las sacerdotisas de la Creta Antigua, bailaba un instante sobre el enfurecido animal, antes de alejarse, en dirección al centro de la plaza, cosechando un estruendo de aplausos. Por esa habilidad única era conocida en todos los cosos, en Europa y en América, por eso era una estrella mundial.

Mural del palacio de Cnossos, en Creta, de hace 3.500 años.
En realidad no tenía miedo, era lo de siempre. Pero aquel toro negro bragado se llamaba malencarao por algo. Muy tranquilo en la dehesa, su mansedumbre desaparecía en la plaza. El intenso pavor que le provocaba el vocerío y sentirse solo, sin su rebaño, le volvía ciego de rabia. Además, pareciera que el sol afilase sus puntas, finas, temibles, invisibles casi. Perla no podía imaginar que su destino quedaría sellado con aquel último salto, que funestamente sus piernas le iban a fallar.
Antes de que pudiera ganar su espalda, aquel toro del demonio le alcanzó de lleno en el pecho con una de sus astas. Murió en el acto. Era el final (un final previsible) para una perra torera.

¿O quizás no?

lunes, 15 de enero de 2018

Perla en el Paraíso (I)


Inicio hoy uno de mis multibrevatos, es decir, un brevato (o microficción, si se quiere) dividido en varios actos. Este formato se explica porque la narración cambia de plano en cada una de las partes, como tendrán la ocasión de comprobar quienes, con benevolente paciencia, se dignen a seguir  hoy y en los días siguientes esta historia. 



Fuente: 4ever.eu


Al despertar, Perla tuvo que alzar la cabeza sobre el mar de flores que le rodeaba. No podía distinguir bien sus colores pero sí cada uno de esos perfumes, que una suave brisa repartía por aquel entorno edénico. Los insectos pivotaban sobre la hierba en busca de néctar, libélulas zigzagueaban entre los juncos de un río cercano. El sol brillaba con total complacencia haciendo felices a  todas las criaturas. A todas, menos a Perla. Sí, era un lugar paradisíaco, extrañamente perfecto, pero ella se sentía fuera de sitio. Pensaba en esto mientras se lamía las manos con nerviosismo, parando sólo para olfatear largamente en todas direcciones, en busca de alguna señal conocida, pero ni rastro del familiar efluvio que desprendía su dueño.
Lanzó un gemido lastimero, oscuro, profundo como la boca de un lobo, cuyo eco alcanzó las fronteras de aquella Arcadía. Ella era Perla, la famosa perra torera, pero ¿dónde estaban las multitudes que acudían un día y otro a verla? Tenía el vago presentimiento de que todo aquello, la gloria, los aplausos en la plaza, el acoso de la prensa y, sobre todo, el vértigo del toreo habían desaparecido para siempre. No deseaba seguir viviendo, no sin su vida de siempre, no sin su amo.

Fuente: pxhere.com

Cuando más arreciaba su angustia, alguien vino a socorrerla. Una abeja esquinada le aguijoneó la frente y apagó la luz. Su cuerpo robusto de boxer bastarda se desplomó sobre la hierba, levantando una nube de flores que finalmente cubrió su cuerpo mortalmente dormido. ¿O tal vez no?

miércoles, 3 de enero de 2018

Navidad en Alsacia (y VII)



Muy cerca del majestuoso gymkgo, cruzando un canal, se extendía el Christkindelsmärilk, un mercado navideño notablemente distinto a otros que habíamos visto antes. Para empezar, era más grande y con puestos kilométricos, como su nombre. Y también, sin duda, era más tradicional. De hecho, luego he sabido que es el más antiguo de Estrasburgo, lo que viene a significar también el primer mercado navideño de Europa. Uno de los puestos más llamativos ofrecía decenas de variedades de vino caliente, junto a una infinita gama de vasos con todos los motivos posibles. 


Junto a puestos de comida salada, abundaban los de dulces de Pascua. Como los macarons, suerte de oreos tradicionales, con galleta y relleno de crema de muchos sabores. 


Nos llamó especialmente la atención una chocolatería que exhibía bombones con aspecto de oxidados y forma de herramientas y cachivaches varios: martillos, llaves inglesas, hoces, tornillos, tuercas y hasta una cafetera de chocolate. Para endulzar el trabajo, vamos.


Abandonamos el mercado cuando la noche se acaba de echar encima. Mi esposa expresó su deseo de comprar algo de chanson française, por tener un recuerdo del viaje. No nos resultó difícil encontrar, navegando entre el gentío, una tienda de discos que no fuese Fnac. Salimos contentos como unas pascuas con tres cedés de Jacques Brel, Edith Piaff y Dominique A.
Se acababa de hacer de noche y apetecía una cerveza. Me llamó la atención un garito llamado La lanterne, sobre cuyo dintel lucía un farolillo. Que me recordase al bar La estrella de Granada era razón suficiente para entrar y pedir una cerveza de Navidad, casi blanca y de sabor más agrio que la rubia normal. Una vez dentro, notamos enseguida que era frecuentado sobre todo por estudiantes, cosa que lo acercaba aún más al bar granadino.



Seguimos caminando, apurando nuestras últimas horas en Estrasburgo, pululando por la Grand Île, en busca de algún sitio para cenar. Pero eso no resultaba fácil, ya que empezaba el fin de semana y todo aparecía atestado. Cerca de la Grand Gare nos topamos con un local instalado en una vieja casa alsaciana. A duras penas nos hicimos un hueco entre una concurrencia bastante plural y bohemia, donde abundaban los jóvenes pero no faltaban personas de cabellera cana y pinta de hippy. Aquel lugar, que se llama Kitsch’n bar, era, en efecto, un homenaje a la imaginería más hortera e inocente y por ello lo encontramos encantador. 


En sus paredes abombadas, sobre pequeñas cornisas, colgando del techo aparecían mil y un abalorios, carteles publicitarios vintage y los objetos decorativos más kitsch que quepa imaginar. En un rincón decenas de relojes marcaban horas distintas y un futbolín subía los enteros de la taberna. Llamaba la atención la armoniosa convivencia establecida entre ciertos rótulos con declaraciones profanas y objetos traídos de Lourdes, garrafas de agua bendita o altarillos con la aparición de la Virgen. Parecía que el bar estaba hecho a imagen y semejanza de sus dueños, dos hermanos enormes, barbudos y desaliñados, con aspecto de ángeles del infierno. De hecho, es una conocida sala de conciertos. Eso sí, de bolsillo. 


Y tal fue el epílogo de nuestro periplo por la, en invierno, gélida Alsacia, cuyos habitantes, no obstante, nos demostraron tener el corazón caliente. Será por le vin chaud y la cerveza.

Alhambra inadvertida: Al borde del Extasis

Sueño, fantasía, visión maravillosa, belleza indescriptible... son algunas de las palabras que pueden pasar por la mente de quien contempla,...