viernes, 21 de noviembre de 2014

¿Qué es mejor, ser sabio e infeliz o ignorante pero feliz?

Tal día como hoy, 21 de noviembre, nació François Marie Arouet, conocido por Voltaire (1694-1776). Aprovecho la ocasión para recordar a este escritor y sociólogo (más que filósofo), quizás el más conocido exponente de la Ilustración y cuyas palabras siguen siendo muy citadas aún hoy. Aunque fue uno de los pilares de la Revolución Francesa, dicho honor seguramente le hubiera pesado de haberla podido vivir, pues no era ni ateo ni revolucionario, sólo una mente lúcida y rebelde a las arbitrariedades del poder cuya mayor virtud fue la de expresarse a la perfección. Al margen de que se pueda estar más o menos de acuerdo con él, las palabras de Voltaire son de tal contundencia y claridad que es capaz de seducir a cualquier lector, incluso si está tratando sobre la naturaleza de los ángeles o de cualquier otro tema tramontono, de los que tan a menudo trataba. Aunque él se enorgullecía sobre todo de sus obras de teatro (a menudo plomizas) y de sus rimbombantes poemas épicos, lo que más ha trascendido de su obra han sido sus sencillas pero certeras narraciones. Hablo de novelas como "Cándido" o de sus pequeños y deliciosos cuentos, como éste que propongo leer en su 320 aniversario. "Historia de un buen brahmín" expresa a la perfección un sentimiento que a menudo embarga a quienes sufren demasiado los sinsentidos de la vida y las injusticias de los hombres. A continuación ofrezco tanto el texto para leer como una curiosa dramatización en vídeo:


HISTORIA DE UN BUEN BRAHMÍN (1761)

(De la obra "Candide et autres contes". Librairie Générale Française Tome I. Paris 1983, pp.361-363. Traducción de Simón Royo Hernández).

Al través de mis viajes me encontré con un viejo brahmín, hombre razonable, lleno de ingenio y muy sabio; además, era rico, y, por tanto, aún más razonable: pues, al no faltarle de nada, no tenía necesidad de engañar a nadie. Su familia estaba muy bien gobernada por tres hermosas mujeres que se esmeraban por complacerle; y, cuando no se divertía con sus mujeres, se ocupaba en filosofar.
Cerca de su casa, que era hermosa, adornada y acompañada de encantadores jardines, habitaba una vieja india, beata, imbécil, y bastante pobre.
El brahmín me dijo un día: "Quisiera no haber nacido nunca". Le pregunté por qué. Él me respondió: "Llevo cuarenta años estudiando, y son cuarenta años perdidos; enseño a los otros, y lo ignoro todo: esta situación postra mi alma en tal humillación y tal asco que la vida me resulta insoportable. He nacido, vivo en el tiempo y no sé lo que es el tiempo; me encuentro en un punto entre dos eternidades, como dicen nuestros sabios, y no tengo la menor idea de la eternidad. Estoy compuesto de materia; pienso, pero jamás he podido instruirme acerca de lo que produce el pensamiento; ignoro si mi entendimiento es en mí una simple facultad, como la de andar o la de digerir, y si pienso con mi cabeza del mismo modo que agarro con mis manos. No solamente me es desconocido el principio de mis pensamientos, sino que el principio de mis movimientos me resulta igualmente escondido: no sé por qué existo. Sin embargo, todos los días se me hacen preguntas acerca de todos estos puntos: y hay que responderlas; no tengo nada bueno que decir; hablo mucho, y siempre me quedo confuso y avergonzado de mi mismo después de haber hablado.
Y resulta peor aún cuando me preguntan si Brahma ha sido producido por Visnú o si los dos son eternos. Dios es testigo de que no sé una sola palabra de ello, y bien se nota en mis respuestas. Ah! mi reverendo padre, -me dicen-, explicadnos cómo es que el mal inunda toda la tierra. Yo estoy tan absorto como los que me formulan esa pregunta: a veces les digo que en el mundo todo es de la mejor manera posible; pero aquellos que se han arruinado o que han quedado mutilados por la guerra no me creen en absoluto, ni yo tampoco; me retiro a mi casa abrumado de mi curiosidad y mi ignorancia. Leo nuestros antiguos libros, y ellos redoblan mis tinieblas. Hablo con mis compañeros: los unos me responden que hay que disfrutar de la vida, y burlarse de los hombres; los otros creen saber algo, y se pierden en ideas extravagantes; todo ello aumenta el sentimiento doloroso que experimento. Estoy cerca muchas veces de caer en la desesperación, cuando me doy cuenta de que tras todas mis investigaciones no sé ni de dónde vengo, ni lo que soy, ni adónde iré, ni en lo que me convertiré".


El estado de este buen hombre me produjo una verdadera lástima: nadie era más razonable ni tenía más buena fe que él. Comprendí que cuantas más luces tuviese en su cabeza y más sensibilidad en su corazón, más desgraciado sería.
Ese mismo día vi a la vieja mujer que habitaba en su vecindad: le pregunté si alguna vez había estado afligida por no saber cómo estaba hecha su alma. Ella simplemente no comprendió la cuestión: jamás había reflexionado ni un solo instante de su vida acerca de uno solo de los puntos que atormentaban al brahmín; ella creía en las metamorfosis de Visnú de todo corazón, y con tal de que pudiese tener de vez en cuando agua del Ganges para lavarse, se creía la más feliz de las mujeres.
Impresionado por la felicidad de aquella pobre criatura, retorné junto a mi filósofo, y le dije: "¿No os avergüenza ser desgraciado, al mismo tiempo que a vuestra puerta hay una vieja autómata que no piensa en nada, y que vive contenta?". "Tenéis razón, -me respondió-; me he dicho cientos de veces que yo sería feliz si fuese tan estúpido como mi vecina, y sin embargo yo no quisiera una felicidad semejante". Esta respuesta de mi brahmín me produjo una mayor impresión que todo lo demás; me examiné a mí mismo, y vi que en efecto yo no hubiese querido ser feliz a condición de ser imbécil.
Propuse la misma cosa a los filósofos, y fueron de mi misma opinión. "Hay por tanto -dije yo-, una escandalosa contradicción en esta manera de pensar: ¿puesto que en definitiva de qué se trata? De ser feliz. ¿Qué más da tener luces o ser estúpido? Y aún hay mucho más: los que están contentos de cómo son están muy seguros de estar satisfechos; sin embargo los que razonan no están tan seguros de razonar bien. Luego está claro, -decía yo-, que habría que escoger no tener sentido común, a poco que tal sentido común contribuya a nuestro malestar". Todo el mundo estuvo de acuerdo conmigo, y sin embargo no encontré a nadie que quisiera aceptar el trato de convertirse en imbécil para estar contento. De ahí que yo concluyese, que si bien nos importa la felicidad, aún nos importa más la razón.
Pero, después de haber reflexionado, parece que preferir la razón a la felicidad, es ser muy insensato. ¿Cómo puede entonces explicarse tal contradicción? Como todas las otras. Aquí hay algo de lo que hablar mucho.

7 comentarios:

Javier Carrasco dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Javier Carrasco dijo...

Estimado Jesús, un acierto traer esta joya en la conmemoración del nacimiento de Voltaire, uno de tus pensadores favoritos. La moraleja que se desprende del cuento parece que ni pintada para los tiempos que corren, aunque yo cambiaría el adjetivo "sabio" por "sensible" o "solidario" frente al estúpido egocéntrico que se cree feliz. Hoy en día la mayoría de la gente se siente feliz atesorando posesiones materiales, pero ¿qué es lo que tienen en definitiva? ¿La posesión de la felicidad?...ya lo creo que con esto hay mucho de lo que hablar.

Un abrazo

PD: Estoy deseando que llegue el periodo vacacional para poder zambullirme plácidamente en las páginas de su bien hallado blog. Salud

Jesús Cano Henares dijo...

Razón llevas, Javier. Mirr a la vida de frente no es fácil para muchos; para otros, como el brahmín protagonista, resulta inevitable por sus convicciones morales de compromiso con la sociedad. Hay quien cree que eso es inútil, pero lo inútil es negar la realidad vistiéndola de falso optimismo que no lleva sino a esconder el ala. Hay que despertar ya.

Saludos.

ESMERALDA MONTESINOS dijo...

Difícil cuestión propones, otra forma de llamarlo podría ser, Consciencia o Insconsciencia.
La Consciencia implica estar despiertos, vivos, utilizar todos nuestros sentidos y nuestra razón, tener capacidad de discernimiento y en definitiva, tener identidad propia como ser humano ya que sin la razón, que nos diferencia del resto de seres, nuestra existencia pasa sin cuestiones y con una aceptación plena, aunque no siempre es así, en algunos casos es un vacío pleno.
La aceptación, ahí puede estar una clave de la felicidad, ser conscientes del todo y no luchar contra corriente, el no hacer, que no es sinónimo de holgazanear, se trata de no hacer en contra si no a favor de aquello en que creemos.
Ahí es ná! “Aceptación y No hacer”, nos arde la sangre claro! Si toda la humanidad se hiciera esas preguntas no nos ardería tanto la sangre, bien seguro.
Gracias por escritos y un abrazo.

Jesús Cano Henares dijo...

Gracias por tu comentario, Esmeralda, y saludos. No sé si te refieres al cuento ,que es de Voltaire, o a lo que digo yo sobre que es inútil negar la realidad con falso optimismo (o sea con el razonamiento de que si no se puede hacer verdaderamente nada, por ejemplo en esta situación de crisis, lo mejor es aceptar la situación con una sonrisa en la boca). Bueno, yo respeto esa postura, pero ¿de qué sirve? Me refiero de qué sirve para solucionar los problemas no para taparlos y aliviar algo nuestra ansiedad (algo porque nunca se alivia del todo). Es una cuestión de perspectiva diferente.

Purificación Moreno dijo...

Jesus, con tu relato nos planteas la cuestión de elegir entre la felicidad y la razon. Yo creo que una felicidad irracional es absolutamente sumisa con lo establecido, no cuestiona nada que le pueda distraer de ese estado embobado de felicidad. Pero parece que por ahora la aspiración inducida de la sociedad es hacia la felicidad incuestionable, sin mas objetivo que la propia felicidad y sin intervenir en los mecanismos que subyacen en esa sociedad que habitamos y que tanta injusticia genera a nuestro alrededor.
Besos

Jesús Cano Henares dijo...

Querida Puri, como se dice al final del cuento, aqui hay mucho de lo que hablar.
Y gracias por comentar, muyaya.

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