miércoles, 30 de noviembre de 2016

Otoño en Corea (III)


El primer día, como decía, comimos antes de llegar a la casa de mis cuñados mayores. A la puerta había una perra jindo coreana con su cachorro, preciosa y simpática representante de la raza nacional. 
Al salir, bloques mastodónticos casi idénticos telonean al bosque boreal: masas de hayas coreanas (llamadas carpes), abetos, aceres rojos, alisos en las riberas o  varias clases de pino, entre ellos el piñonero y dos especies autóctonas, una de ellas ornamental, de tronco retorcido como el cuerpo de un dragón... incluso en las medianas de las autovías, se ven plantados ginkgos de reflejos dorados alternando con el rojo carne de los áceres. Y, de tanto en tanto, la irrupción ante la vista del río Han, primero y luego de los dos afluentes del que nace, el Bukhan y el Namhan, que por sí solos ya son caudalosísimos. Pese a los estragos del desarrollismo, Corea conserva todavía una poderosa naturaleza que deja sin palabras a quien la contempla en otoño, la cual recuerda mucho al norte boscoso de nuestro país. Es como estar en las montañas cántabras, Galicia o Asturias y, en menor medida en zonas húmedas del sur, como la Sierra de Segura.
Antes de llegar, una parada en un lugar turístico. Es el bosque de la Puerta del Dragón, un templo budista, cuya entrada exhibe dos grandes cabezas de esta bestia mitológica. En Corea  los templos dedicados a Buda son el equivalente a las iglesias o catedrales en España, pero siempre rodeados de bosques y a orillas de ríos de montaña. Estos antaño lugares recónditos se ven hoy invadidos por legiones de visitantes de todas las edades y las tiendas de recuerdos y las casas de té hacen un gran negocio todo el año. Junto a los visitantes se ven algunos voluntarios vestidos de monjes, que realizan su particular penitencia ayudando al monasterio. No están libres los budistas de pedir óbolos sin recato a los fieles, lo cual deja en entredicho, según creo, su supuesto afán de santidad. Este limosneo no es tan diferente al que tanto practica la iglesia católica.

Mi esposa con mis cuñados mayores en el templo de la Puerta del Dragón.
Lo destacable en este santuario es el gran ginkgo que se eleva, ya completamente calvo, junto al monasterio. Es un árbol, según se cree, con más de mil años, que exhibe su tronco asarmentado por el tiempo. 


Me acerco a unos mayores que se sientan delante de él, dos comadres y un compadre cuya afabilidad me recuerdan a la gente de mi pueblo. Les pido permiso para hacer una foto y sonríen felices, una de ellos con el ya proverbial signo de la victoria en los dedos que tanto gusta a los coreanos.



De nuevo en la autopista, casi todos los coches son de marcas coreanas, apenas alguno europeo o japonés. No sé muy bien si es por proteccionismo comercial o porque, simplemente, los coreanos saben que sus coches son buenos y salen mucho más baratos

martes, 29 de noviembre de 2016

Otoño en Corea (II)


Hay similitudes entre Corea y España que pasan desapercibidas pero están ahí. Por ejemplo, ambas naciones son penínsulas situadas en puntos estratégicos del Planeta. Una, la española, entre Europa y África. La otra, entre Japón y Asia. En consecuencia, han sufrido invasiones a lo largo de su historia que han marcado su carácter. Además, se hallan a la misma longitud (paralelo 38, la frontera más peligrosa del Mundo). En una determinada época, el siglo X, por ejemplo, en ambas naciones se produjo una edad de oro (nunca mejor dicho), porque ese metal afluía entonces hacia ambas naciones y propició su desarrollo. En ese periodo, en al Andalus (¿tengo que recordar que eso era España entonces?) el Califato de Córdoba era el territorio más desarrollado de Europa y uno de los más poderosos del Islam. Por la misma época, en Corea florecía el reino de Silla Unificado, un estado tan sofisticado como el cordobés y al igual que éste, propulsor de las artes, las ciencias y el conocimiento.
Alero, de un palacio de Shilla, con su dragón guardián.
Qibla de la mezquita cordobesa, contemporánea al palacio coreano.
Pero, con razón alguien pensará que estoy divagando. Y, además, esto es una crónica de un viaje a la Corea del siglo XXI. Pero eso no impide que encuentre las concomitancias que busco. Hay algo que, nada más llegar, me recordó a España: su gastronomía. Fue cuando, tras dejar el aeropuerto, hicimos parada en uno de los muchos restaurantes caseros del país. Allí pude degustar uno de los platos más típicos de Corea:  el sam gyop sal. Consiste en colocar sobre una hoja de lechuga o de otra verdura similar trozos de panceta a la plancha, un puñado de arroz, ajo frito y algún otro ingrediente, más un pellizco de crema picante llamada cuchu caru.

El Sam gyeop sal, bocaditos de carne y verdura en barcos de hojas de lechuga. Fuente: http://www.sbs.com.au/.

A primera vista, éste, como otros platos coreanos, resultarían extraños al paladar español. Para empezar, el cuchu o guindilla coreana se enseñorea de prácticamente todas las recetas y en España los platos picantes son escasos. Además, no hay aceite de oliva, ni pan, ni vino. Pero sí, arroz, aceite de sésamo o  de soja, soju (aguardiente suave de arroz) o makoli (vino de arroz).

Cuchu, polvo de guindilla. Fuente: http://elholandespicante.com.
He dicho que estos cambios chocarían a un español, aunque no tanto, creo yo, como si se enfrentase a una mesa de Centroeuropa, por ejemplo. Al contrario que en ciertos países europeos, de cocina pobre, tanto la gastronomía coreana como la española son muy variadas y dan gran importancia a las verduras. Eso no impide la presencia de todo tipo de pescados y carnes, preparados tanto en platos de cuchara como asados, fritos o a la plancha. Aunque la gastronomía coreana usa muchos más ingredientes, sobre todo verduras y tubérculos silvestres, algunos de los cuales crecen también aquí pero no se emplean. El nabo, por ejemplo, que en España es producto marginal, centra un buen número de recetas. Aunque en Corea, no gozan de las bondades de nuestro ínclito sofrito y de su ingrediente mágico: el pimentón.
El danmuji, rábano encurtido y azucarado. http://aquiyenlaquebradadelaji.blogspot.com.es.

Entonces ¿en qué quedamos, hay o no hay similitudes? Más de las que parece. En mi primera comida en este viaje, otra cosa me llamó la atención. Además del plato principal, toda comida coreana se acompaña con una serie de aperitivos, servidos en varios platitos, que pueden ir de simplemente 3 a 6 o más. Se podría decir que son una suerte de tapas, tanto por su tamaño como por su función de entremeses. 
Obsérvense las tapas coreanas.
En estos aperitivos hay carne o marisco pero predominan las verduras aliñadas, como el kimchi (plato insignia de la gastronomía coreana, a base de col fermentada, de extraordinarias cualidades para la salud).
Kinchi. Fuente: Wikipedia.


Los coreanos aman dos cosas, según creo, por encima de todo: una, los árboles, como decía antes, y dos, su comida. No es extraño que, frente a una mesa, los comensales coreanos se sienten frente a una docena o más de recetas diversas. Y siempre con el auxilio de un cuenco de arroz y una sopa (generalmente de tofu y verduras). 
A esta comida no voy a poder asistir. No tengo ropa adecuada.
Esta abundancia de platos puede degustarse, pero también ser apreciada por los otros sentidos: con el olfato, por supuesto, pero también con la vista, por su delicada presentación y profusión de colores. Es decir, una tentadora oferta procedente de una gastronomía tan variada y saludable como la nuestra mediterránea. ¿Quién le haría ascos a una caballa al horno fuese en Corea o en España?

lunes, 28 de noviembre de 2016

Otoño en Corea (I)

Niña coreana, sin entender nada del follón que la rodea, salvo que va guapa con su hanbok.
Viajar a Corea no es ir a un mundo distante. No tanto como podría creerse. Ya desde mi primer contacto con ese país, hace años, cuando conocí a mi mujer, intuía que no somos tan diferentes. Es más, si nos fijamos en la esencia, en el carácter, somos mucho más parecidos de lo se pueda creer, por aquello de los tópicos. Esa impresión de cercanía con una nación muy lejana y asentada sobre orígenes y señas de identidad tan distintos no era, como he podido comprobar en este segundo viaje, ningún disparate. Lo supe cuando mi amiga Eun Hong me dijo, casi al final del viaje: “Sabes, después de vivir en España varios años, al volver a Corea, no he notado tanta diferencia. Desde luego está el idioma y muchas otras cosas tan nuestras, pero en el fondo es parecido a Sevilla”.
Se dice con razón que los coreanos son los latinos de Oriente. Y, por lo que he podido apreciar, creo que es cierto. Un español se lo pasaría bien en Corea, siempre que no le hiciese ascos al picante y, de ser fumador, soportase con paciencia la ley seca de tabaco que  han impuesto en ese país. De este tema hablaré más adelante, porque va más allá de la simple prohibición.
Prohibido fumar en todas partes. Incluso en casa, se te pueden quejar los vecinos. Este cartel estaba en la calle más turística.
Con estas reflexiones inicio la publicación de una crónica del viaje que mi esposa, Miryang Lee, y yo mismo, hicimos a su país. En otoño Corea es una enorme paleta de colores (rojos, amarillos, ocres, marrones, naranjas…) y el país irradia belleza y serenidad. Sí, desde la misma salida del aeropuerto de Incheon, los árboles se muestran omnipresentes. La gran extensión de espacio forestal propicia, desde un principio, el acercamiento, la curiosidad, la admiración hacia la majestuosa presencia de los árboles, que según creo son el auténtica alma de Corea.
Los coreanos viven rodeados de árboles, plantan durante la distintas etapas de su vida cuantos árboles pueden, disfrutan de ellos visitándolos en todas las estaciones, en especial en otoño. Ese amor se transmite en la costumbre de “abrazar” a los árboles con chalecos, que se puede ver en algunas calles de Seúl o  en las carreteras del sur del país.

Este gesto tan naïf en uno de los países más tecnificados del mundo sirve para definir a los coreanos. Su tardío aunque vertiginoso desarrollo no ha impedido que sigan conservando costumbres como la de adorar a los árboles, como hacían sus antepasados más lejanos. Ya me gustaría que los españoles, pueblo también recién ascendido a la división del primer mundo. nos pareciésemos a ellos en esto. 
Porque en otras cosas, sí que sí. 

Alhambra inadvertida: Al borde del Extasis

Sueño, fantasía, visión maravillosa, belleza indescriptible... son algunas de las palabras que pueden pasar por la mente de quien contempla,...