martes, 29 de noviembre de 2022

ALHAMBRA INADVERTIDA: FAUNA NO TAN SALVAJE



Ya he hablado de los gatos en otra entrada, que no será la última que les dedique. En ésta, me referiré a otras criaturas que, como Pedro por su lujosa casa, pululan, sobre todo, por los jardines. La biodiversidad animal es importante en la Alhambra y constituye el más vivo pero también intermitente de sus atractivos. Digo intermitente, porque a veces uno ha de detenerse a mirar con atención para verlos. Así, en los estanques, puedes observar algunas ranas que disimulan su quietud entre el verdor de los macizos de nenúfares del Partal o sortean a las algas en los canales de los jardines Bajos del Generalife. Algo más arriba, puede salirte al paso algún sapo entre el Paseo de las Adelfas y el tramo superior del de los Cipreses. 


Cuál es el destino de su saltarín recorrido es todo un misterio. También he visto lagartijas, aunque, de momento, no lagartos, que seguramente existen, pero prefieren eludir a la bulliciosa e intrusa, para ellos, marabunta humana. De serpientes, ni rastro. No creo que haya víboras, aunque sí culebras, aún más precavidas, me supongo, que los lagartos. Por supuesto, se ven infinidad de insectos, entre libélulas, mariposas, abejas y abejorros, escarabajos, mantis, arañas prendidas de un matorral, filas de hormigas soldadas… todos ellos medrando en la inmensidad vegetal que envuelve a la ciudadela. 



Las avispas, inoportunas como siempre, molestan a los turistas cerca de las murallas de la Alcazaba. En sus paños, a veces, se ven prendidas sus pequeñas casas, colmenas en forma de bola con panales para sus larvas.



Sin dejar la Alcazaba, palomas torcaces y tórtolas la sobrevuelan en toda época, además de los omnipresentes gorriones que, con sus humildes cantos, alegran el recorrido por doquier. También lo hacen, pero en la espesura, mirlos y ruiseñores. Entre primavera y finales de otoño, golondrinas y vencejos zigzaguean enloquecidos sobre el Monumento. 




Equilibristas ocasionales, atraviesan las arcadas de los pórticos palaciegos, en un espectáculo inolvidable si se tiene la suerte de asistir a él. Habitual es ver por su descaro a urracas y cuervos, más algún petirrojo que aparece, según tengo experimentado, en el bosquecillo de arrayanes salvajes de por encima de la entrada al Generalife. Más tímidas son las rapaces, sobre todo las nocturnas, como el búho real o el autillo, o alguna diurna, como el cernícalo, pero alguna aparece surcando elegante el gran azul o deja oír su buuu espeso entre la fronda. En cuanto a peces, los únicos que existen, según parece, son las carpas rojas que nadan en los grandes estanques del Partal y Comares, jugándose la vida cuando al borde aparece algún gato. 



Aunque no visible, también hay ganado: ovejas, cabras y vacas, que pastan en la cercana Dehesa del Generalife. Este territorio, periferia del Monumento, es terreno propicio para la jineta, la garduña, el jabalí y el zorro. Algún ejemplar de éste último hemos llegado a ver. Y ay del gato que se cruce en su camino, como me comentó un encargado de Bosques del Patronato. Igualmente las ardillas, abundantes en los bosques de la Alhambra, pueden ser víctimas de las raposas. O de los gatos, que las persiguen cuando abandonan la seguridad de las ramas más altas. Esto ocurre con frecuencia para deleite de los visitantes. 



Y es que, a más de una ardilla le gusta exhibirse, en ocasiones con coquetería, como sabiendo perfectamente que está posando para quien, enfervorecido, las ve como otro exotismo, uno más de ese territorio de las Mil y Una Maravillas que es la Alhambra. 




miércoles, 12 de octubre de 2022

ALHAMBRA INADVERTIDA: PATIO DE LINDARAJA


Aunque hasta hace relativamente poco su encanto me pasaba inadvertido, uno de los espacios de la Alhambra que más me seducen es este patio. La razón es doble. De un lado, en mis reiteradas visitas como guía, a casi cualquier hora y con casi cualquier circunstancia atmosférica, se me aparece como un escenario cambiante pero siempre perfecto. Esa variabilidad se da en otros lugares del Monumento, pero no tan nítidamente como en éste, de modo que se ve distinto cada vez, aunque siempre con tonos verdosos y asalmonados, los que les otorga la vegetación y las paredes de barro que lo envuelven.


La razón última de esta fascinante atmósfera, creo yo, es su propio diseño, surgido tras sucesivas reformas de modo inconsciente. Al claustro con cipreses de 20 metros se suma la guinda de su fuente en el centro. La horizontalidad arbórea acuna y tamiza la luz de mil maneras, logrando que el agua que chorrea de la taza se convierta en lluvia espectral. Y si, como es relativamente común, unas palomas se posan en sus bordes para acicalarse, el efecto es en extremo romántico. 



Su taza, una copia de la original nazarí (conservada ésta en el Museo de la Alhambra) pasa a ser foco de atención porque hipnotiza la mirada sin remedio. 



Pero hablaba de dos razones para justificar porque me fascina este espacio. La segunda no tiene que ver directamente con el patio en sí, sino con el Mirador de Lindaraja que le da nombre y que, como se sabe, cabecea sobre él. Este lugar, tan especial dentro de la Alhambra, le debe al menos la mitad de su encanto a la particular luz que absorbe desde abajo. 


Mirador de Lindaraja desde el patio.

Sin ella el techo de cristal de colores (el único conservado), sus espectaculares yeserías y los finísimos alicatados en letra cursiva nasjí (ya hablaré de eso en otro momento) no impresionarían de la manera en que lo hacen. Y resulta curioso que sea así. En época nazarí el actual patio no era sino un jardín abierto con una torre hoy desaparecida, sin duda un entorno muy bello a imaginar. Pero fueron las crujías de las habitaciones de Carlos V y las posteriores remodelaciones cristianas, sobre todo la feliz idea de plantar cipreses, las que le otorgaron su singularidad, esa intimidad que invita a descansar tras el trasiego que se vive en los palacios.




domingo, 18 de septiembre de 2022

Alhambra inadvertida: Trabajadores




Una de las peculiaridades de la Alhambra, respecto a otros monumentos, es la omnipresencia de trabajadores en todos sus espacios. Es decir, además de porteros (ahora llamados PESI), vigilantes o guías encontramos por doquier, sobre todo, jardineros o acequieros; en el exterior pero también en la zona palaciega, donde uno de ellos puede acudir a limpiar las tazas de las fuentes o a diagnosticar el estado del agua en, por ejemplo, la fuente de los leones. En este último espacio se intuye en la sala de los Reyes la presencia entre andamios de restauradores enfrascados en la limpieza de yeserías. Eso mismo puede ocurrir en la torre de las Damas del Partal, donde acaban de colocar un pedazo de arrocabe “adquirido” hace casi 200 años por el escritor Richard Ford (afortunadamente su descendiente ha recapacitado y devuelto la pieza al Monumento). 




No olvidemos a los albañiles (palabra de origen árabe). Uno de sus principales quebraderos de cabeza es evitar filtraciones en los techumbres, como el de la Torre de Comares o el palacio de Los Leones: también se ocupan de acometer pequeños arreglos en la solería de ladrillos del Mexuar o de las habitaciones de Carlos V. 



También hay, por supuesto, carpinteros. Un día vi a uno puliendo con mimo la puerta de entrada de la torre de las Infantas para devolverle el lustre que los elementos y el paso del tiempo le han restado. “Aquí no valen las prisas, sino el trabajo bien hecho”, me explicó. Porque si se les pregunta, lo normal es que contesten con amabilidad, agradecidos por el interés y ufanos de su labor. Además, una cosa te lleva a otra y la conversación acaba por derroteros deliciosamente insospechados. Por ejemplo, si te interesas en qué se ocupa un acequiero que limpia los estanques bajos del Generalife puedes acabar hablando de la vida secreta de las ranas. 



Y sí, puede que las condiciones laborales no sean todo lo ideales que debieran: ahí están las noticias de sobrecarga laboral en temporada alta de PESIs y vigilantes; o las reclamaciones de mejores indumentarias entre jardineros o albañiles, sobre todo en épocas de extremos climáticos. También me consta que hay una incomprensible falta de personal en los talleres de restauración. 



Pero, a pesar de eso, ¿cómo no pensar que es una suerte trabajar en un lugar que destila belleza? Yo, en otra vida, desearía ser jardinero en el Paseo de las Torres para así mimar su rosaleda o sus fragantes arrayanes salvajes. O ese granado que se alza humilde frente a la espléndida blancura, acunada de verdor, del palacio del Generalife, Y comerme una granada de extanjis en pleno éxtasis.




lunes, 1 de agosto de 2022

Alhambra inadvertida: Gatos (I)





Esta mañana, mirando a una gata vieja que se ha asentado junto al palacio de Carlos V, un empleado del Monumento me ha dicho que ella y sus congéneres son los verdaderos reyes de la Alhambra. Sí, ya lo había pensado antes y, conmigo, muchos turistas que los ven cada día durante esa aventura que es visitar la ciudadela nazarí. El empleado ha añadido que se les alimenta bien. De hecho hay varios comederos, alguno de los cuales está cuidado por voluntarios de la Cruz Roja. 




El Patronato paga a un veterinario que se ocupa principalmente de ellos, de curarlos y, en el fondo por su bien, de castrarlos para que no se multipliquen como conejos. 




Además, cuidadores espontáneos les dan de beber en la palma de la mano, de modo que de pequeñas bestias salvajes pasan a dóciles gatiperros. También he observado a algún felino al acecho de los peces que pululan por la alberca de Comares, siempre frente al sol para que su sombra no lo delate.

Qué tendrán los gatos para haberse convertido, creo yo, en uno de los principales atractivos del Monumento... Es como si, por su delicado porte, sus movimientos sigilosos y su consabida elegancia, por ese celo en preservar su intimidad, se emparentaran de manera natural con la misma Alhambra, que también gusta de esconder su belleza tras sus murallas. 



Yo creo que, por esos muros infranqueables a prueba de intrusos, la Alhambra no necesitó nunca perros. Pero, eso es especular mucho, porque, por desgracia, no sabemos nada ni de perros ni de gatos en la época nazarí ni tampoco en la posterior etapa cristiana. Lo que no impide que yo siga pensando que el monumento, visto desde el Albaicín, pueda parecer una gran leona sesteando durante siglos sobre su colina roja y verde. 




viernes, 29 de julio de 2022

PEQUEficción de Ángel Olgoso, en la voz de un mejicano



Deliciosa recreación de un cuento para contar a alguien, como tienen que ser los buenos, los mejores cuentos. En realidad es una síntesis de un relato del escritor Ángel Olgoso, adaptado por Arturo Campos, un artista mejicano, que se expresa en el siguiente canal de Youtube:


Cómo me gusta el acento de Méjico, cuate... 
Felices cuentos....

jueves, 21 de julio de 2022

Alhambra inadvertida: Niños y Agua




Son muchos los niños que disfrutan la Alhambra, de todas las edades, de todos los países del Mundo, como sus padres. Me atrevería a decir que a ellos, que la contemplan con unos ojos especiales, más limpios, el agua les fascina más que a los adultos. Miran alucinados su tranquilo borboteo en la boca de la taza nazarí del patio del Cuarto Dorado; la tocan y ríen entusiasmados ante su mansedumbre en los surtidores llave del patio de Arrayanes o  frente a las piruetas de los surtidores del patio la Acequia; en el claroscuro del patio de los Cipreses abren extasiados la boca al verla caer desde la fuente como lluvia transida por el sol. Algunos, sentados en una silla de tijera para descansar, contemplan el espejo del estanque de Comares como si esperaran ver brotar a un ser de agua, dispuesto a contarle una leyenda. He visto a algún pequeño desear que los leones de la fuente, que ladran agua, se conviertan en dóciles perros para poder acariciar sus melenas de mármol. 





¿Alguien sabe a qué esta fascinación de los más pequeños por el Agua? ¿Será que, desde su prístina naturaleza, entienden que es pura, como ellos mismos, será que su instinto, abierto de de par en par a todos los conocimientos, sabe que es el origen de todo, de la vida misma? Quizás, con esa osadía propia de ellos, la contemplan no como un simple elemento, sino como a un personaje de cuento que aviva su imaginación y sus deseos en flor de jugar con ella, de disfrutar de su pureza como no pueden o no quieren ya quienes han perdido casi toda la inocencia. 




martes, 19 de julio de 2022

Alhambra inadvertida: Introducción




Basta una sola visita a la Alhambra para saberse en un lugar especial donde explotan los sentidos. Mires donde mires (o donde huelas, oigas y hasta toques) un impulso interior te impele a gozar de un pequeño e íntimo éxtasis, a bordear eso que alguien definió como síndrome de Sthendal, que, en casos extremos, puede causar espasmos y taquicardia. En apariencia, uno tropieza con esta implosión de emociones sobre todo, en los espacios más nobles, los palacios árabes, donde cada detalle es un micro universo estético. Así una frase en árabe cúfico modelada en yeso puede revelarse como un fragmento de bosque galería en un río; una techumbre de  piezas geométricas (o ataujeles) perfectamente engarzadas, parecernos un fragmento de cielo; una fina azulejaría, la superficie de un estanque levemente mecida por el viento y a la que el sol arranca destellos dorados; un alero finamente tallado, un macizo de plantas del mismísimo Edén o las columnas del palacio de los Leones, un palmeral que brota milagrosamente en el desierto más ignoto.




Pero, además, hay una Alhambra más difícil de captar en un paseo primerizo. Si se trabaja en ella de guía, como es mi caso, la ciudad palatina se descubre como un caleidoscopio inagotable. Por ejemplo, sus numerosas inscripciones árabes han hecho que se defina al monumento nazarí como el libro más bello y lujoso jamás editado. No menos impactantes son sus jardines, que albergan incontables especies vegetales y algunas animales; en ellos, los macizos de arrayanes y cipreses imitan la arquitectura palaciega. Y qué decir del agua, tan del gusto de los niños, que circula en canales, fuentes, pilares y acequias por doquier, la sangre transparente que dota a la ciudad palatina de su más contrastable singularidad. 

Pero hay detalles que pasan aún más desapercibidos porque tienen que ver con la gente que o bien trabaja en ella o bien la visita. Por ejemplo, siempre se puede ver en alguna parte a jardineros, restauradores, albañiles o acequieros enfrascados en su trabajo discreto pero imprescindible; no menos impresionante resulta percibir la emoción interior que embarga a algunos visitantes ante la experiencia estética de sentir la Alhambra.

De éstos y otros detalles que configuran eso que yo llamo la Alhambra inadvertida quiero hablar en esta nueva sección que abro hoy en este mi pequeño blog de anillas. 




Alhambra inadvertida: Al borde del Extasis

Sueño, fantasía, visión maravillosa, belleza indescriptible... son algunas de las palabras que pueden pasar por la mente de quien contempla,...