Cuando la reina Nud se
apercibe de este cambio le pregunta dolorida por qué ese cierto desdén. Al
Gazal le es sincero entonces, alegando que no quiere despertar los celos de su
honorable anfitrión. Al escuchar su
respuesta, la reina no puede menos de echar a reír y contesta: “No hay
semejante cosa en nuestras costumbres y los celos no existen entre nosotros.
Nuestras mujeres están con sus maridos sólo por propia voluntad. Una mujer
permanece con su marido mientras éste les resulta agradable, pero lo abandona
si ha dejado de agradarle”. No se puede negar que sorprende encontrar en una
crónica musulmana una frase como ésta, que no sería capaz de hacer suya ni la
feminista más atrevida hoy en día. Y sin
embargo, coincide con lo que señala, por ejemplo, Federico
Engels, quien en su ensayo “El origen de la familia, la propiedad privada y el
Estado” asegura que en tiempos de los vikingos el recuerdo del matriarcado aún
seguía vivo. A este respecto muchas sociedades actuales, incluida la
occidental, tendrían que aprender bastante sobre el respeto que demostraban a
sus mujeres aquellos rudos guerreros, que tan a bien llevaban lo de ostentar
cuernos sobre sus cascos.
Fotograma de la serie televisiva "Vikingos". |
Alguna otra anécdota
diferencia la historia de Normandía de la de Bizancio. Por ejemplo, aquélla que
refiere al momento en que la, nos imaginamos, joven y voluptuosa primera dama
vikinga le sugirió a su admirado huésped que se tiñera las canas para parecer
más joven. La respuesta, en forma de versos, no pudo ser más perspicaz:
¡No desprecies el destello del pelo blanco!
Es la flor del entendimiento
y la inteligencia.
Tengo lo que ansías en la
juventud,
Elegancia en las maneras y
educación.
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