Una personalidad fuerte la de
al Gazal, pero sobre todo segura de sí
misma, dispuesta en todo momento a defender su derecho a disentir con el
poder, incluso ante su propio soberano, con un lenguaje irónico, mordaz,
inteligente. Esta librepensamiento se fraguó en él seguramente a partir de su
exilio en Bagdad. Allí tuvo que tomar contacto con los modernistas que seguían
la estética creada por Abu Nuwás, cuyos versos seguramente ya conocía, y
empaparse de ese espíritu ilustrado y
racionalista que también generó, durante un breve periodo de tiempo, la
corriente filosófica del Mutazilismo, partidaria del libre albedrío, frente al
determinismo a ultranza de los alfaquíes.
La habilidad y el saber estar
de este hombre pesaban ante el sultán más que su enconada rebeldía. Por eso Abderrahmán
decidió acudir una vez más a él
para pedirle que encabezara una nueva embajada, esta vez al País de los
Normados. Pero, antes de comenzar este relato, debe aclararse que existen dudas
de que la aventura de al Gazal en el Norte sea cierta. Prestigiosos
historiadores como Lévi-Provençal o Huici Miranda la consideran sólo un mito
creado en el siglo XII por el cronista andalusí Ibn Dihya en su Mutrib, a partir de una leyenda popular. No le
faltan argumentos a quienes dudan de esta historia, sobre todo por la gran
cantidad de concomitancias que mantiene este viaje con el que hizo al Gazal a
Bizancio. Sin embargo, estudios recientes, como los de A. El Hajjí y D. W.
Allen, que traducen y analizan el
relato de Ibn Dihya, tomando en cuenta los detalles más originales, en
algún caso bastante insólitos, no dejan de tener su parte de razón al afirmar
que existe una base histórica.
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