miércoles, 25 de noviembre de 2015

Yo no he visto nada




Hoy, 25 de noviembre, día Internacional por la eliminación de la violencia contra las mujeres, recupero este relato que un día escribí para denunciar que cada año varias decenas de mujeres en nuestro país mueren a manos de hombres, generalmente hombres a los que aman demasiado. Y no son sólo las muertes, también cuenta el sufrimiento de muchas personas (mujeres y niños, ancianos incluso) que mueren en vida poco a poco por haber tenido la desgracia de topar con un monstruo y no encontrar la forma de hacerlo desaparecer de sus vidas. Prejuicios familiares, indiferencia social, escasa ayuda de las administraciones, incomprensión y hasta burlas de quienes creen que la mayoría de denuncias por malos tratos son falsos (una falsedad, valga la redundancia, que sólo los necios podrían creer). No me vale el argumento de que también algunos hombres mueran a manos de mujeres; por desgracia, entre el género femenino también hay maltratadoras. Pero quién podría dudar de que se trata de sucesos aislados, casi anecdóticos, que desde luego también hay que repudiar. Pero, poner delante este hecho para desacreditar esta conmemoración no es sino buscar una excusa para desentenderse del problema y tratar con desdén a quienes, de cualquier forma, intentamos denunciarlo y combatirlo. Vaya por delante también mi repulsa para quienes, de un modo u otro, hacen campaña política con este horror cotidiano, usándolo como herramienta para rebañar votos o ganar la credibilidad que les falta por sus acciones partidistas. 
Para ahuyentar la impotencia que podemos sentir, animo a otros escritores que piensen en términos parecidos a que escriban algo. ¿Para qué? Para demostrar que escribir puede, en ocasiones, servir a causas ineludibles como ésta. Este es el relato:

La calle está atestada de vecinos, pese a que hace rato que dieron las tres de la madrugada. El vecindario en pleno espera, con una mezcla de horror y curiosidad, a que saquen el cadáver. Entre ellos está, la señora Angustias, que vive junto a la vivienda donde se ha producido el crimen, y su comadre doña Loreto. Ambas conversan entre susurros del suceso.
-       Desde luego, se veía venir, me parece a mí. No sé qué opinas tú, que vives al lado…
-       Bueno, se escuchaban las voces, los gritos, se tiraban trastos a la cabeza y siempre, al final, todo terminaba en llanto; lágrimas de ella, claro… Pero, ¿quién se iba a esperar esto?
-       Pues era para esperárselo… Pero, mira, ya sacan el cuerpo.


En efecto, dos camilleros acaban de cruzar el umbral del edificio transportando un cuerpo sin vida que, a juzgar por las manchas de sangre que empapan la sábana, ha debido ser acuchillado con saña, con la saña de un loco asesino. Las dos mujeres se llevan las manos a la cara, horrorizadas, y luego se persignan mientras mascullan una jaculatoria.
-       De todas formas, todo el barrio sabía lo que pasaba.
-       Claro que lo sabíamos, lo sabía yo, lo sabías tú y lo sabían todos, hasta los padres lo sabían, pero nadie decía nada, porque en asuntos de puertas adentro no hay que meterse.
-       Pues a mí me parece que teníamos que haber hecho algo, no sé, llamar al teléfono ése de la violencia doméstica o como se llame…
-       Tú siempre, llevando la contraria a todo el mundo.
En éstas están cuando aparece un periodista, acompañado de un fotógrafo, ambos medio dormidos. El redactor jefe les ha sacado de la cama y han tenido que venir a toda prisa y de mala gana. Para ellos, especialistas en sucesos, el horror es algo cotidiano y no están impresionados. Sólo malhumorados y desganados. Con ese aire imperioso que suelen utilizar los periodistas, el redactor se dirige a la señora Angustias:
-       Perdone, señora, me han dicho por allí que usted era vecina de la finada.
A la señora Angustias no le hace gracia que la entrevisten y, en principio, se hace la sueca; y la señora Loreto, viendo que la cosa no va con ella, no tarda en desaparecer con todo el sigilo que le es posible.


-       Oiga, señora, ¿quiere que le repita la pregunta?
-       Perdone, joven, es que de este oído anda un poco sorda. Me decía que si yo soy vecina de la pobre Amparo, que Dios la tenga en su gloria, pobrecita mía. Pues sí, éramos vecinas. Siempre nos hemos tenido aprecio y yo la veía como a una hija.
-       Dígame, ¿alguna vez oyó usted algo que le hiciera sospechar que podría producirse este crimen?
La señora Angustias se lo piensa antes de contestar. Se echa mano a la comisura de los labios, mira hacia ninguna parte, haciendo como que busca entre sus recuerdos, y finalmente contesta:
-       Pues, hombre, sus disputas tenían, como todo el mundo. Alguna vez se oían gritos, pero ella nunca nos dijo nada, nunca se quejó. Aparte de eso, yo no he visto nada. Este barrio es muy tranquilo, aquí todos nos llevamos bien y nadie puede creerlo.

El periodista, azuzado por el sueño y el frío, no tarda en evaporarse, una vez su compañero ha tomado las fotos que necesita. La señora Angustias también se retira, pensando para sí que ha hecho lo correcto. Cuando las cosas no tienen remedio, ¿a qué removerlas? En la calle queda ya sólo la portera del edificio, que se afana en limpiar el rastro de sangre que ha dejado la camilla en el pavimento y en la escalera, como si con ello quisiera hacer borrón y cuenta nueva.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Ruta: La Dehesa del Camarate o El Bosque Encantado

Os dejo un enlace del Club Montañero Ocho Miles Suabia, con una ruta ideal para estas fechas: la Dehesa de Camarate, en Lugros, cerca de Guadix. Lo llaman el bosque encantado de Sierra Nevada. Es un espacio natural lleno de especies botánicas caducifolias, como robles, majuelos, álamos, castaños, fresnos, cerezos silvestres, etcérera. En esta época del año es una preciosidad y no constituye una excursión dura, al contrario. Son 4 horas y media, más o menos a paso tranquilo, por un camino cerca del río Alhama. Aquí unas fotos y dos mapas para orientar a los que deseen aprovechar para darse una caminata en estos prñoximos días de fiesta.















El enlace original es el siguiente: Club Montañero Ocho Miles Suabia: Ruta: La Dehesa del Camarate o El Bosque Encantado.



A disfrutar

jueves, 17 de septiembre de 2015

Los olores de la Alpujarra en otoño

Hemos vuelto al barranco del Poqueira este fin de semana. Acompañábamos a un amigo de Miryang (ahora también mi amigo), el fotógrafo y escritor Jongmo Byun, que compone un libro de viajes por España, Portugal y Marruecos. Qué suerte la de este hombre...
Calle de Pampaneira. Foto Jonmo Byun
En un día plomizo, dejamos atrás Pampaneira tras una ligera visita, para disfrutarla al final, impacientes como estábamos por coger trocha. Esta vez el camino entre Pampaneira, Bubión y Capileira (me da la impresión de que voy a conocer esta ruta al dedillo, ya explicaré en su momento por qué) estaba repleto de olores a fruta: granados, nogales, castaños, higueras perfumaban el ambiente y con ese olor inconfundible me recordaban los tiempos felices de la infancia cuando, en las primeras semanas de escuela, salíamos pitando de clase para "robar" frutas en las huertas.
El camino aparecía arrasado por los rigores de este verano, pero aún así seguía albergando gran belleza. Como siempre, la iglesia de Bubión asomaba tímidamente por un balate, bajo el cual sesteaba un burdégano blanco al que ya conocíamos.
Encontramos Bubión ensimismado, como siempre, como Nade en su taller textil, esa eremita francesa que un día de 1975 sin saber muy bien por qué huyó de la civilización y hasta hoy. En la casa museo de la Alpujarra regresaron los recuerdos perdidos de la infancia. Todos los aperos, las cuadras, el lagar, los atrojes para el trigo... todo lo conocía, pero nunca había visto una máquina de fabricar fideos. Tampoco un dormitorio para gallinas junto a la puerta, todo un detalle de los antiguos inquilinos que sus aves le devolverían con buenos huevos.

El que fuera dueño de la hoy casa museo. Foto: Jongmo Byun
De vuelta a la senda, camino de Capileira pasamos junto a una bonita casa donde vivía una estadounidense que ofrecía sus productos en un poyete, mientras trabajaba en su huerta. Compramos unas habicholillas francesas, de color morado y textura aterciopleda. Ya en el pueblo más alto del valle del Poqueira recorrimos el casco alto para regresar a una casa donde Miryang charló en un viaje anterior con una señora mayor. A la puerta de ese lugar esta vez había un anciano, probablemente el marido de la señora. Quise ser yo entonces quien departiera con él, en una réplica masculina del anterior encuentro. Gente encantadora, que viven rodeados de paz, belleza y gatos simpáticos como perros.
Miryang, en junio, charla con la dueña de la casa. Foto: Jesús Cano.
Yo, en septiembre, charlo ahora con el dueño. Foto: Jongmo Byun
Jongmo "charla" con un gato. Foto: Miryang Lee.
Dando un garbeo por el "centro" del pueblo escuchamos a unos flamencos y supimos enseguida donde íbamos a comer. Era un bar junto a la iglesia, de cuyo nombre no puedo acordarme, donde se respiraba buen rollito. Nos sentamos en una mesa junto a una pareja de holandeses de Eindhoven. Tenían un niño rubito muy vivaracho que enseguida atrajo la atención de toda la concurrencia, pues iba recogiendo por todas partes hojas secas y rogando a los comensales que le ayudasen en su obcecada tarea. 

La pareja holandesa con su niño. Foto: Jongmo Byun
Una comida estupenda y barata, unos cafés y a seguir la ruta, no sin antes visitar la parte baja de Capileira.
De vuelta al camino, la tarde amable y joven aún hizo que el regreso resultara exultante y bien breve, repleto de saludos a quienes se nos cruzaban; incluido mi amigo el burdégano, que salió a recibirnos. Le regalamos unos higos maduros que agradeció su cara, repleta de mosquitos..

Qué ricos los higos. Foto: Jongmo Byun
Ya en Pampaneira, nos deleitamos nuevamente con sus cuidadas calles por donde fluyen sábanas de agua y los viejos observan condescendientes a los turistas, el maná que les llega del cielo y debe asegurar el futuro de este pequeño rincón del cielo que cuelga de Sierra Nevada.

Los 3 pueblos desde Pampaneira. Foto: Jongmo Byun

PD.- Dos días después, volvimos a encontrarnos con la pareja de Eindhoven casualmente, junto a la Puerta de Elvira. Les habíamos recomendado que regresaran a Granada, pues, como tantos otros turistas, la habían visitado sólo para ver la Alhambra. Pero lo mejor de Granada, como saben quienes bien la conocen, es pasear por sus calles.

lunes, 14 de septiembre de 2015

El silencio que no tengo







Estamos más cerca de la Luz de lo que creemos.


Foto: Jongmo Byun




Mi amigo Jongmo me dijo:
A veces querría ser sordo,
Y por lo mismo ser ciego.
Y yo añado: también mudo.
Las palabras no me valen,
Me hacen sentir pequeño,
En esos momentos valdría oír

Oh, 
La ancha voz del desierto.

                                                                            Yo.

Producir la Nada,
Hacer lucir.
¿Y si detrás de la Nada, se escondiese un texto?

                                         Edmond Jabès.


























jueves, 10 de septiembre de 2015

Mi nuevo booktrailer

Aquí presento mi nuevo booktrailer, sobre la novela, "El legado del Príncipe de Cachemira", del canadiense Reza Emilio Juma. Ha sido editada por Editorial Nazarí y presentada recientemente en el Cuarto Real de Santo Domingo, en Granada. Es de esperar, conociendo al autor, que muy pronto sea presentada en otros lugares.

        

Es un trabajo realizado en colaboración con el autor, que ha intervenido en el guión y la realización, codo con codo conmigo. Se trata de una mezcla de relato fantástico e histórico, con grandes dosis de erotismo. Lo mejor de este trabajo, que se ha prolongado más de lo que hubiera deseado, ha sido conocer a su autor, un tipo muy simpático y con gran don de gentes. Además, tiene mucho mérito que se haya atrevido a escribir ya dos libros en una lengua que no es la suya, aunque demuestre un notable conocimiento de la nuestra. Aquí más información sobre esta novela y su artífice.
Si a alguien le interesa contar con este instrumento para promocionar su obra, puede dirigirse a mí por este medio o escribiéndome un email a jcanohenares@gmail.com.


viernes, 14 de agosto de 2015

Ronda: la ciudad de las cien miradas (y VIII)

Palacio del Rey Moro. Foto del autor.
Muy posterior en el tiempo, de 1912, es la casa más famosa de todas las que cuelgan del otro lado del tajo, el Palacio del Rey Moro. Fue construido por el arquitecto francés Jean-Claude Nicolas Forestier, autor de numerosas obras en España, como el parque sevillano de María Luisa o el de la Ciudadela de Barcelona. Este palacio debe su nombre a estar erigido sobre la antigua mina de agua de la que ya hemos hablado. Sus más de doscientos escalones tallados en la piedra salvan vertiginosamente una altura de cien metros.
He dejado para el final lo mejor, la vista más seductora de Ronda: contemplar el Puente Nuevo desde el fondo del barranco. Perfectamente encajado en el tajo, el puente semeja la cara de un coloso, con su gran boca aullando silenciosa y sus ojos formidables mirando al vacío.

Foto del autor.
Esta Ronda mágica llega a arrebatar tanto que se ha dado el caso de extranjeros que han viajado expresamente a Ronda para suicidarse, concediéndose a sí mismos el derecho de volar fugazmente sobre este bello paraje antes de expirar.

Suicidarse así es llevar al extremo la adoración hacia una ciudad que comenzó a ser mito gracias a los viajeros románticos y que se consolidó a mitad del siglo XX por el encaprichamiento que hacia ella sintieron personalidades como Hemingway u Orson Wells, este último enterrado en Ronda. Antes, en 1912, la visitó Reiner Maria Rilke, quien quedó tan sobrecogido que confesaba en sus cartas ser incapaz de expresar la grandeza que el paisaje rondeño le devolvía.

Dos majos de hoy en día pasan por una calle de Ronda.

jueves, 13 de agosto de 2015

Ronda: la ciudad de las cien miradas (VII)


Palacio de Mondragón. Foto del autor.

Ese honor le cabe al Palacio de Mondragón, cuya azarosa vida se inicia en época islámica y termina en el presente, convertido en sede del museo municipal. Este edificio cumple doblemente la función de museo. Por una parte, alberga varias salas que constituyen el área museística propiamente, por otro, su arquitectura, que ha integrado a lo largo de los siglos elementos mudéjares, góticos, renacentistas y barrocos, es ya por sí misma un espacio expositivo. A  mí particularmente lo que más me llama la atención es el patio más cercano al tajo, de pasado islámico pero de configuración definitiva mudéjar. En sus jardines, que también conservan la impronta andalusí es buen momento para recordar que el Islam peninsular no acabó con  la conquista. Tras la victoria de la cruz sobre la media luna, la cultura andalusí sobrevivió en los mudéjares y, más tarde, en los moriscos convertidos a la fuerza. José Manuel y Pilar me hablan entonces de que en Ronda también se levantaron en armas los moriscos. Hay  un documento que habla de la asistencia de un representante de Ronda a la reunión del Albaicín que prendió la mecha de la rebelión. Tras la derrota de los insurrectos, el destierro a tierras extremeñas y aragonesas. Fue el  preámbulo del éxodo al norte de África y del final, esta vez sí definitivo, de la presencia islámica en la Península, en los primeros años del siglo XVII.

Moriscos danzando.

Salimos del palacio de Mondragón y, avanzamos por las calles de la vieja medina, bordeando el tajo para encontrarnos otra vez en el puente nuevo. Es hora ya de hablar del símbolo indiscutible de la ciudad que, sin embargo, es relativamente joven. Se terminó hace algo más de dos siglos (1796), tras cuarenta años de obras. Este majestuoso puente fue construido a conciencia, después de que un primer puente, hecho a la carrera, se derrumbase llevándose por delante la vida de cincuenta almas en 1740. El puente, esta vez sí magníficamente armado, permitió la expansión definitiva de la ciudad en  el siglo XVIII por allí por donde era más factible: el norte. Con la nueva transformación urbanística aparece también la famosa plaza de toros (1785), la más elegante de España, obra del mismo arquitecto que trazó el puente: Martín de Aldehuela.


martes, 11 de agosto de 2015

Ronda: la ciudad de las cien miradas (VI)


La conquista supuso, como en todos lados, una transformación urbana. Se despoblaron zonas como el arrabal bajo, se transformaron otras, como el arrabal alto o la medina, y se crearon barrios nuevos. José Manuel Castaño hace notar que los repartimentos dan fe de que la ciudad se les quedó pequeña a los cristianos.

Margen izquierda del Guadalevín. Foto del autor.
No resulta extraño que así fuera pues las necesidades de espacio no eran las mismas. En algunos casos se construyó una casa cristiana allí donde antes había seis musulmanas. Resultaba inevitable crear nuevos barrios fuera de la medina, como el ya citado de San Francisco, o toda la zona que cuelga de la margen izquierda del Guadalevín. Fue básicamente por ese otro lado del Tajo por donde se fue asentando la nueva Ronda. Primero el barrio del padre Jesús y luego, más arriba, el del Mercadillo. Eso sí, la ciudad crecía poco a poco. Prueba de esto es que el puente cristiano, destinado a unir la zona en expansión y la medina, no se terminase hasta 1616.

Puente viejo, construido por los cristianos. Foto del autor.

La medina seguirá vertebrando la vida de la ciudad. Ya hemos hablado algo de la metamorfosis sufrida por el corazón del viejo barrio árabe, la medina. La zona baja de ésta, junto al río, también se transforma. Por ejemplo se construye el bello palacio del marqués de Salvatierra. Resulta interesante contemplar su portada, con figuras desnudas, burlescas, que denotan la influencia del arte indígena de América. Es éste un notable ejemplo de arquitectura palaciega, pero no el más importante.

lunes, 10 de agosto de 2015

Ronda: la ciudad de las cien miradas (V)


Curtidurías en Marruecos. Fuente: eldiario.es
Podría reforzar esta tesis la toponimia: al viejo puente árabe, muy cercano a los baños, se le llama también de las curtidurías. Sobre esta construcción, que probablemente se remonte a época romana, discurría la antigua entrada a la ciudad por el sur. Desde este humilde arco, Ronda nos brinda su postal más conocida: el Tajo, visto en todo su esplendor, con la garganta ascendiendo poco a poco, hasta topar con la impresionante arcada del puente nuevo, que parece sujetar, como un coloso, las dos paredes. Es el contraplano de esa primera mirada que busqué nada más llegar a la ciudad.


Este punto es el mejor para recordar que fue aquí donde se inició la toma de Takarunna en 1485. Los ejércitos cristianos idearon una estratagema bien simple y no por ello menos inteligente, sabedores de que la ciudad no era fácil de conquistar. Una vez frente a Ronda, hicieron amago de abandonar el cerco para dirigirse hacia Málaga. Los rondeños salieron en su persecución, pero fueron despistados. Las tropas cristianas, al mando del marqués de Cádiz y Fernando el Católico, se lanzaron entonces sobre la ciudad desguarnecida y tardaron poco en tomarla. En el fondo de la garganta hay todavía  una mina de agua cuyo control, como es lógico, resultaba de vital importancia. Bastó hacerse con ella para que capitularan las escasas tropas musulmanas que quedaban.

domingo, 9 de agosto de 2015

Ronda: la ciudad de las cien miradas (IV)

Turistas coreanos frente al alminar de san Sebastián. Foto del autor.

No es extraño que sea así pues en la época en que fue construido este alminar, el siglo XIV, Takarunna vivió un tira y afloja entre el reino Meriní de Marruecos y los emires nazaríes, a cuyo reino pertenecía teóricamente la ciudad. Sin embargo, como compensación a la ayuda ofrecida a los reyes de la Alhambra contra los cristianos, los meriníes tuvieron en sus manos Algeciras y Ronda en varias ocasiones. De modo que este precioso alminar es la mejor expresión del rasgo más diferenciador de la historia de la Ronda musulmana: haber sido, durante no menos de siete décadas, una ciudad andalomagrebí, como otras muchas ciudades del Norte de África fueron, y todavía hoy son en buena medida, ciudades magreboandalusíes. A propósito de esto, Pilar Delgado comenta que la ciudad de Ronda está hermanada con Xauen, donde la huella andalusí es más que notoria.
Rincón de Xauén. Fuente: http://blog.clickferry.com/

Descendiendo hacia el antiguo arrabal tropezamos con las murallas y  puerta de la Cijara o de la higuera, reconstrucción moderna de la cerca primitiva hecha, con mayor o menor fortuna, por Rafael Manzano Martos. El camino de ronda que forman la muralla propiamente y la barbacana, ese antemuro que era el primer obstáculo para posibles invasores, desemboca cerca de los Baños Árabes. Perfectamente conservados, no se tuvo constancia de lo que eran en realidad hasta que Leopoldo Torres Balbás visitó la ciudad para constatar que no se trataba de una antigua sinagoga, como se creía. Se conservan el vestíbulo, hoy exento, las tres salas de baño y la zona de  las calderas. También vemos varias pozas de unas curtidurías del siglo XVII. Aunque no hay constancia arqueológica que lo certifique, según se encargan de aclararme mis anfitriones, podemos suponer, sin demasiado miedo a equivocarnos, que esta zona cercana al río pudo albergar curtidurías y hasta tenerías similares a las que podemos ver todavía  hoy en Fes. 
Al atractivo del propio monumento se une un magnífico audiovisual que se proyecta en su interior y que explica sucinta pero eficientemente las funciones de estos lugares, imprescindibles para la cultura islámica. Éste es el vídeo.


sábado, 8 de agosto de 2015

Ronda: la ciudad de las cien miradas (III)


Llegados aquí aprovechamos para hacer una visita a los alrededores de la ciudad. Tomamos una pista cercana que nos va a llevar a la ermita de la Virgen de la Cabeza, donde se conserva una antigua iglesia mozárabe. Antes de llegar, atravesamos la hondonada que veíamos desde el puente. Aquí, más que en ninguna parte, se aprecia la condición de acrópolis de Ronda, asentada sobre una meseta. 

Vista de Ronda desde la Virgen de la Cabeza. Fuente: https://turismorondaygenal.files.wordpress.com
Seguimos hacia la ermita. Allí, junto a  un  patio encalado con arriates de flores y una pequeña ermita, se abre  en la roca viva un antigua iglesia rupestre, que más bien era un monasterio. Bajo el templo hay una zona doméstica que dio cobijo en su momento a una pequeña comunidad de monjes mozárabes. Parece que en Ronda los cristianos constituían una  importante minoría, con bastante más peso que los judíos. De hecho, existen restos de otra iglesia mozárabe, la llamada iglesia de la Oscuridad.

De vuelta a Ronda, atravesamos la puerta de al-Mocábar buscando el barrio del Espíritu Santo, donde la iglesia del mismo nombre presenta aspecto más de fortaleza que de templo. Fue iniciada el mismo año de la conquista,  cuando la guerra todavía no estaba concluida. Hablaremos más adelante de la conquista. Ahora transitamos por calles sobre las que se levantó un día el arrabal alto, uno de los dos barrios periféricos que conformaban, junto a la medina, el trazado urbano de Takarunna. El otro, llamado arrabal bajo, tenemos que buscarlo a los pies de la medina. Hacia allí, nos dirigimos, pero antes nos detenemos junto a la torre de san Sebastián, un antiguo alminar con reminiscencias magrebíes en su arquitectura.
Alminar de san Sebastián. Foto del autor.

viernes, 7 de agosto de 2015

Ronda: la ciudad de las cien miradas (II)



Santa María la Mayor. Fuente; codiazfer,blogspot,com

Callejeando, llegamos hasta la Iglesia de Santa María la Mayor, que, como de costumbre, se asienta sobre el antiguo solar de la mezquita aljama. De época musulmana apenas se conserva parte del mihrab, junto a la puerta de acceso. Vale la pena hacer un esfuerzo para imaginar qué aspecto podría presentar esta zona a finales del Califato y durante los algo más de cincuenta años de vida de la taifa beréber de los Banú Ifrán. El alminar de la mezquita se elevaría sobre el resto de los edificios; muy cerca, habría un gran baño para atender a los fieles antes de ir a la oración. Y los zocos, con sus tiendas-taller, las alcaicerías de joyas y perfumes y las alhóndigas para almacenar mercancías y dar cobijo a los mercaderes, formarían un abigarrado trazado urbano sobre lo que hoy es un espacio despejado: el parque de la duquesa de Parcent. Más allá de los zocos, dominando la medina a un lado y al otro del camino de Algeciras, se levantaba la gran alcazaba en el lugar donde hoy está el colegio salesiano. En este punto, sin duda uno echa de menos más que en cualquier otro sitio la antigua fortaleza que, hace apenas cien años, era todavía una corona perfecta para una ciudad muralla.

Rincón de un foco de Marruecos. Fuente: http://www.carnets-voyages.org/

En cualquier caso, aún podemos adivinar buena parte del recinto murado a los pies de la antigua alcazaba. Era este flanco nororiental el más vulnerable, la zona donde la ciudad, desprovista de la barrera natural que en el norte forma la garganta del Guadalevín, se encontraba más desnuda. Nos dirigimos hacia la puerta de al-Mocábar, situada algo más abajo, en la salida de Algeciras. Su nombre, recuerda José Manuel Castaño, hace alusión directa al cementerio, o maqabir, que existía extramuros. Sobre las tumbas musulmanas construyeron los cristianos el barrio de san Francisco, nada más tomar la ciudad. Esta puerta y los paños que la envuelven se encuentran admirablemente conservados pero presentan un elemento extraño: una puerta renacentista de tiempos de Carlos V. Eso era algo común, una forma con la que los cristianos reafirmaban su poder sobre los conquistados.


jueves, 6 de agosto de 2015

Ronda, la ciudad de las cien miradas (I)




Vista desde el puente del borde de la Alameda del Tajo. Foto del autor.
Al llegar a Ronda doy rienda suelta a un impulso inevitable: pararme en el famoso puente, colgar la mirada y dejarla volar desde sus casi cien metros de altura para confirmar que estoy en esa ciudad mágica que tanto alaban los viajeros. En el lado oeste, el tajo, espectacular, termina bruscamente en un barranco por el que discurre el Guadalevín, el cuello de botella de una gran hondonada que un día fue un lago. Como telón, la serranía traza en el horizonte su frontera azul. En el otro lado del puente, el tajo se convierte en espectáculo para la vista. Las casas cercanas, los jardines aterrazados se acoplan perfectamente a la piedra y la ciudad se mira, íntima, a sí misma. Al fondo descubro otros dos puentes: el llamado viejo o puente cristiano, y otro apenas perceptible que hay más abajo, el puente árabe. Estas dos miradas son sólo las primeras que ofrece esta ciudad, que siempre ha hecho virtud de su aislamiento y que, por eso, parece más fantástica que real, continuo descubrimiento para el que pasea por sus calles.

El Puente Nuevo, desde la Alameda del Tajo. Foto del autor.

El  tajo divide la ciudad y también determina el desarrollo de su historia. Hay una Ronda Vieja y una Ronda Nueva a cada lado de la garganta. La primera es la que se encuentra al sur y hacia ella me dirijo en primer lugar, porque me he propuesto descubrir o, al menos intuir, el aspecto que podía tener la antigua ciudad musulmana que un día fue llamada Takarunna. Para ello contaré con la mejor ayuda posible, la de los arqueólogos José Manuel Castaño y Pilar Delgado. Pilar Delgado me hace notar que la zona donde se encontraba la medina es llamada en la actualidad barrio de la ciudad (medina es ciudad en árabe). Nada más cruzar el puente torcemos a la derecha en busca de la plaza del Ayuntamiento, donde se ubicaba la mezquita mayor. Para llegar allí atravesamos una zona de casonas nobiliarias, algunas de las cuales, esconden tras su fachada cristiana, viviendas de época musulmana. Este el caso de la Casa del Gigante, llamada así por tener la escultura de un gigante de época íbera. Se trata de la típica vivienda con un patio central del que parten todas las estancias, una concepción doméstica heredada de la villa romana (1).
Valle del Guadalevín, desde el Puente Nuevo. Foto del autor.


(1) Este artículo fue publicado originalmente en la revista El legado andalusí, nº 19. Esta versión contiene ligeras variaciones, pero no es una reescritura.

Alhambra inadvertida: Al borde del Extasis

Sueño, fantasía, visión maravillosa, belleza indescriptible... son algunas de las palabras que pueden pasar por la mente de quien contempla,...