viernes, 14 de marzo de 2014

Al Gazal: De Bizancio al País de los Vikingos (V)

Recreación de la antigua Constantinopla, capital de Bizancio. Fuente: www.imperioromano.com

Ya en Constantinopla, al Gazal tuvo oportunidad de demostrar a todos y demostrarse a sí mismo que Abderrahmán II no se había equivocado al elegirle,  sabedor de que entre sus cualidades no faltaba la perspicacia. Se dice que cuando entró por primera vez en palacio y llegó frente a la puerta que daba al salón del trono, el emperador Teófilo le tenía preparada una sorpresa con la que pretendía divertirse a su costa y hacer gala de su ingenio ante sus cortesanos. Resultaba que la entrada era tan baja que nadie podía atravesarla sin ponerse de rodillas. Hacer eso hubiera sido impensable no sólo para al Gazal sino para cualquier musulmán, dada la prescripción coránica de que humillarse así sólo es posible ante Dios. Al mismo tiempo, no podía rechazar la invitación por razones obvias. Entonces, ante la sorpresa de todos se dio media vuelta y cruzó la puerta de espaldas, impulsándose con las manos y las piernas. Una vez dentro se volvió hacia el rey y le saludó respetuosamente. Aquella exhibición gustó a todos, incluido Teófilo, quien tuvo oportunidad de comprobar que los andalusíes no eran tan bárbaros como él creía.
Permaneció al Gazal un tiempo en aquella fastuosa corte, que debió agradarle, pues olvidó pronto sus pasados temores. Según Ibn Hayyan y otros cronistas que hablan de este viaje, Teófilo y sobre todo su esposa se sintieron subyugados por las maneras de quien sobre todo era experimentado cortesano.


Se dice que la primera vez que el poeta andalusí vio a la reina bizantina “enjoyada y arreglada como un sol naciente” se mostró tan impresionado que no le quitaba ojo y se le veía distraído en su contemplación. Tanto que no era capaz de atender a las amables palabras del basileus. Y cuando éste, mediante su intérprete, le hizo saber su  disgusto, al Gazal reaccionó diciendo: ”Estoy tan deslumbrado por la belleza de esta reina y su peregrina hechura que me es ajeno el motivo por el que se me llamó, y es justo porque nunca he visto una imagen más hermosa, ni espectáculo más bello”. De esta forma consiguió ganarse no sólo a la reina sino también al rey. Esta anécdota, que parece sacada de un relato de Las Mil y Una Noches, obra que por esa época comenzaba a gestarse, ilustra muy bien sobre la que era principal habilidad de aquél al que, por algo, llamaban la gacela: su capacidad de seducción. 

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