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aquí la publicación de un artículo sobre las peripecias de un cortesano,
del emir cordobés Abderrahmán II, llamado Yahya ben Hakam al Bakri. Natural de
una alquería cercana a Jaén, fue apodado por razones que luego se explicarán,
al Gazal o "la gacela" y su labor fue la de embajador ante dos reinos
tan distintos y distantes como Bizancio y el país de los vikingos. Apareció en
el número 20 de la revista "El legado andalusí", en una fecha que la
verdad no recuerdo. Al volver a sacarlo a la luz de este modo, en mi blog
privado, aporto un granito de arena más a la difusión de las maravillas de al
Andalus, principal meta de la institución que lo publicó en su día y a la que,
desde aquí, agradezco la labor que realiza.
De
esta historia (o historias), no voy a añadir nada más, salvo que su
protagonista era ya anciano cuando se embarcó en ellas allá por el siglo IX,
cuando al Andalus estaba todavía lejos del esplendor de Bagdad, El Cairo y
otras ciudades musulmanas, pero que iba camino de convertirse, sólo cien
años después, en uno de los focos de cultura más fructíferos del
Islam.
Antes
de dar paso a mi artículo quiero señalar, también, que el novelista
ubetense Jesús Maeso de la Torre publico su novela "Al Gazal: el
viajero de los dos orientes" en 2000. No he leído todavía esta novela que
supongo, por el prestigio de su autor, debe resultar interesante. No obstante,
han de darse lógicas coincidencias entre este pequeño texto y esa mucho más
estudiada obra, que hay que atribuir tanto a la coincidencia del discurso
histórico como seguramente a la pura casualidad.
Buque bizantino |
Dice Ibn Hayyan en al-Muqtabis II que cuando el emir de al-Andalus
Abderrahmán II escogió a Yahya ben Hakam al Bakrí, conocido como al Gazal, para
enviarlo a Constantinopla como embajador, “al poeta le resultó penoso y pidió
ser exonerado de partir”. A mitad del siglo IX cruzar el Mediterráneo podía ser
muy peligroso, sobre todo para un anciano como él, que gozaba de una posición
en la corte de Córdoba suficientemente buena como para jugársela en una
incierta aventura. Los supuestos honores que aquella misión pudieran
reportarle, la experiencia de conocer la corte de Bizancio, que para un joven
resultaría impagable, a un viejo zorro curtido en las intrigas de palacio le
semejaban más bien una trampa que le tendían sus enemigos, que, al parecer no
eran pocos, en una corte donde se caminaba, a menudo, sobre el filo de una
navaja. El mismo al Gazal compuso estos versos que expresan sus temores:
Dicen algunos que al Gazal es listo,
Y, consultados, lo propusieron a él.
No fue por eso, sino que me tuvieron
Por la persona más fácil de prescindir. (….)
Iré, mas los que quieran dañarme
Ante sí tienen los caprichos de la
fortuna;
Ojalá sea designio de Dios que vuelva;
La cosa no depende de ellos.
De estas palabras cabe deducir los esfuerzos (ímprobos)
que hizo el anciano poeta para no abandonar su puesto privilegiado junto al
emir. De hecho, hubo de emplearse bien, casi toda su vida, para llegar hasta
donde estaba.
Dice I
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