Una vez comprobó sobradamente que la
decisión de Abderrahmán era irreversible no tuvo más remedio al Gazal que
obedecer. Partió un día del año 225 de la Hégira (839-40 de la era cristiana)
llevándose como mano derecha a otro Yahya, llamado al Munayqilah, en compañía
del embajador bizantino, que había viajado hasta Córdoba para una misión
secreta, que, como se pudo comprobar, no sería tan secreta, pues las crónicas
se han hecho eco de ella: Sellar una alianza entre el imperio Bizantino y el
Emirato andalusí para contrarrestar el pacto que acababan de suscribir el
Califato abbasí y los Aglabíes de Túnez. Antes de partir desde las costas de la
cora de Tudmir (Murcia), hicieron parada y fonda en la residencia del embajador de aquel territorio, que les
dio frugal hospitalidad, tal vez porque no estaba acostumbrado ni podía
imaginar siquiera los lujos de la corte cordobesa, hasta el punto de que al
Gazal escribió esto de él:
Quisiera saber qué te habrían costado
los favores
si
hubieras hecho alguno de ellos.
Sin duda al Gazal iba a tardar bien poco
en comprobar que sus temores sobre el riesgo que corrían estaban bien fundados.
Nada más embarcar, el mar se encrespó de tal suerte que los viajeros temieron
por sus vidas. Se salvaron finalmente, pero la impresión fue tan fuerte que, en
unos versos improvisados, nuestro anciano poeta, embajador a su pesar, dijo:
Envueltos en ráfagas de poniente y
septentrión,
Que rasgaron dos velas de los ojales de
aquellas drizas
Y el ángel de la muerte cabalgó hacia
nosotros de frente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario