De regreso de nuestras vacaciones otoñales por la
isla de los tres picos, Sicilia, cabía escribir algo de una tierra que me ha
encandilado y he sentido cercana. Pero esta vez no voy a hacer una crónica de
esas habituales mías. No será una crónica al uso, regida por el espacio tiempo,
sino una especie de Guía que intente revelar las múltiples sensaciones vividas. Dicho más claramente: cada capítulo pivotará sobre un tema, como si
de epígrafes de una Guía de Sensaciones se tratase. Por poner un ejemplo,
hablaré sobre el tráfico, que ha marcado nuestro viaje, dado que he conducido
siete días. Y porque en eso los sicilianos son únicos, como ya contaré. Otro
capítulo homenajeará a los sicilianos, tan parecidos a los andaluces; otro a
Palermo (quizás dos)…. En fin.
He elegido este formato en mi creencia de que, más
allá de las fotografías y los datos, las emociones deben ser el pincel (oculto,
desde luego) que coloree los viajes y los lleve más allá, hacia la aventura. Y
ahora que empiezo a escribir, debo confesas que tal jugo de sensaciones
comienza a bullir en esa marmita que tengo por cabeza. Tengo grabado en la
mente, entre otras cosas, el trazado urbano de Palermo, donde ronda un duente y
saltan tres palacios y dos iglesias si das una patada a una baldosa; y el sol,
los dos azules (del cielo y el mar) y el blanco de las salinas de la Sicilia
africana, que me evocaron la llegada fenicia tres mil años atrás; recuerdo un pueblo
de la costa sur, con su medina árabe y su judería, y su pequeño teatro
construido en el siglo XIX por la gente, tras una breve revolución; en
Siracusa, ya en la costa este, resplandece la isla de Ortigia, con sus
caravaggios y su catedral asentada sobre columnas dóricas; en el mercado del pescado
de Catania, donde las almejas juegan a ver quién lanza el chorrito más lejos, los
sentidos se desbocan, azuzados por una algarabía general, por el caos cotidiano
perfectamente ordenado.
Para terminar diré que conocer Sicilia, ha ido más
allá de lo que esperaba: ninguna decepción, alguna boca abierta, eso sí. Y, en
ciertos lugares, admiración cercana al paroxismo (eso que llaman síndrome de
Stendhal); y, lo mejor, gran cercanía con el pueblo siciliano, que puede
presumir, como el andaluz, de arrastrar desde hace siglos su gran saco de
Cultura.
PRÓXIMAMENTE, el primer
capítulo de esta guía. Así que AL LORO.
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