Imagínesenos a mi esposa y a mí sentados en una mesa
aristocrática, adornada por candelabros y pavos reales de plata, siendo servidos
por una atildada criada filipina. Hay también una pareja norteamericana y una
periodista berlinesa, pero a mi mujer y a mí nos han colocado en lugares
privilegiados: Miryang conversa con un refinado duque y yo con una simpática
duquesa. Y, además, son los herederos del inefable Giuseppe Tomasi di Lampedusa.
Estamos en el palazzo de Gioacchino Lanza Tomasi y de su esposa Nicoletta Polo,
duques de Palma (de Sicilia). ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
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Nicoletta Polo de Tomasi, duquesa de Palma. |
Todo empezó, poco antes de nuestro viaje. Buscando
una actividad verdaderamente interesante y con la novela “El gatopardo” en
mente, topé con la noticia de que en Palermo la heredera del escritor de esa
obra ofrecía clases de cocina siciliana en su propio palacio. No era
precisamente barata, pero prometía ser una inmersión al Palermo de más
enjundia, con gattopardi incluidos. Con su planteamiento, nudo y desenlace, se
trataba de comprar, cocinar y terminar con una espléndida comida y una visita
exclusiva.
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Mercado de Capo, Palermo. |
Empezamos por comprar las vituallas en el Capo, un
mercado todavía a salvo de la turistificación. Es curioso que dedicándome al
turismo, huya de él. Será porque conozco el percal. Primorosamente expuestos,
se exhibían los mejores frutos de la tierra y el mar sicilianos. La duquesa recalcaba
que siempre compraba a los mismo proveedores, segura de que la iban a servir
bien. De lo contrario, perdían su confianza, los dejaba y no había más que
hablar. “No hay que disculparse, no es necesario, es la costumbre siciliana”,
aseguraba esta noble veneciana, ahora hija adoptiva de la isla de los tres
picos.
Recogimos laurel y otros aderezos en el jardín del propio palazzo. En un
rincón un blasón de piedra representaba al emblema del linaje, un gattopardo.
Ya
en la cocina nos pusimos con las manos en la masa de las panelle, pasta con
harina de garbanzos. Este entremés procede del Norte de África, de los tiempos
de la invasión árabe, como otros platos sicilianos.
Turnándonos en la encimera,
fuimos elaborando un menú de lujo:
Durante la comida, me sentí extraño, por poco
acostumbrado, en mitad de tanto ceremonial, sin dejar, no obstante, de
identificarlo. Será por las múltiples películas que he visto sobre la
aristocracia y sus costumbres, empezando por la de Visconti. En entorno tan patricio, uno puede sentirse ufano de sentarse junto a una duquesa. Estúpida contradicción, sobre todo si se ha pagado por ello.
Terminada la opípara comida, vino lo mejor: un
recorrido guiado por el palacio de los Lanza Tomasi, de la mano de sus dueños y
anfitriones. Recorrimos dos bibliotecas (en el palacio hay más de 30.000
volúmenes), entre ellas la privada de Lampedusa, donde se exhibe el manuscrito
original de su famosa novela.
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Manuscrito original, junto al mechero, pitillera y taza de café del escritor. |
Fuimos pasando por salones plagados de obras de
todas las épocas, desde una tabla medieval catalana a un Miró, una colección de
abanicos españoles, delicadas figuritas dieciochescas o manuscritos antiguos.
Entre parada y parada la duquesa ejercía de contadora de historias de los Lanza
Tomasi. Frente a su retrato y a un telescopio del siglo XIX, nos habló del Príncipe
Fabrizio Tomasi di Lampedusa. Bisabuelo del escritor, inspiró a su descendiente
para construir el personaje del Príncipe de Salina, interpretado por Burt
Lancaster en el “Gatopardo”. Comparando su retrato con un fotograma de la
película, no parece haber duda de que Visconti conocía ese u otro cuadro
parecido.
Una historia que nos impactó, por bizarra, hablaba de
otro antepasado de Tomasi de Lampedusa: una monja que consumió su vida
invocando al diablo, supuestamente para vencerle. Pero ni la Inquisición se
pronunció, dado que era aristócrata, ni nadie la puso en tratamiento, que no
eran tiempos de eso. Luego, y esto es lo más morboso, fue retratada una vez
muerta, con el aspecto de anoréxica que presenta el retrato.
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Isabella Tomasi, de cuerpo presente. |
Pero volviendo a los vivos, durante la visita, pude
conversar con el duque Gioacchino, heredero del legado y el palacio del famoso
escritor. Con modales impostados, le comuniqué mi convicción
de que Giuseppe Tomasi di Lampedusa le había nombrado heredero al estilo de los
césares. Estos legaban el imperio no a un hijo carnal sino a otro adoptivo, tal
como hiciera tan acertadamente Trajano con Adriano. Que para eso eran
emperadores hispanos, tal vez los mejores de la Historia.
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Otro de los asistentes a la visita guiada |
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