Crátera de Cefalú, siglo IV a.C. |
Reparé en que los mercados, los tradicionales, y los
museos tienen mucho en común frente a una crátera griega en el Museo
Mandralisca de Cefalú. En ella un pescadero trincha un atún mientras conversa
con su cliente, escena todavía viva, porque podría volver a repetirse hoy.
Un pescadero hablando con su cliente en Catania. |
Por
ejemplo en el Mercato del Pesce, de Catania, donde escuchamos por primera vez
le abbanniate, el cántico ondulado de los vendedores glorificando la frescura y
calidad de sus productos. En medio de tal maremagnum experimentamos indelebles
sensaciones en la capital económica de Sicilia.
Volviendo a mi teoría, tanto mercados como museos son
espacios pedagógicos. Es decir, en ambos se exponen cosas: frutos del mar o la
tierra, en un caso; piezas artísticas, en otro. Y siempre bajo un criterio más
o menos lógico. Lo mismo que en los expositores de un museo se clasifican cronológicamente
los materiales arqueológicos o las obras de arte por estilos u ordenes, en los mostradores
de los mercados se separan los peces del marisco; o se diferencian las frutas
de las verduras; el queso tiene su propio espacio dentro de los embutidos o hay
tiendas sólo de encurtidos o de especias. Sea dicho esto en general, pues lo
mismo que hay puestos de mercado que son un totum revolutum, también hay museos
sin orden ni concierto. Trataré por tanto estos dos temas en conjunto.
En Palermo, si se quiere superar el tópico, los
mercados son tan útiles como los museos: unos nos hablan de su pasado, los
otros del presente más castizo y en peligro de extinción. Por ejemplo, el
mercado del Capo, donde aprendimos algunas de las normas para comprar a la
siciliana; o el de Ballarò, hallado tras una puerta decrépita que parecía dar
paso a un mundo perdido.
Mercado de Ballarò. |
Esa misma sensación de regreso al pasado se
experimenta al cruzar el umbral del palacio gótico catalán que acoge el Museo Regional
de Sicilia. Nada más ingresar espera El triunfo de la Muerte, un fresco
impactante que revive los miedos y supersticiones medievales.
Cerca de él se
expone una de las pocas vasijas nazaríes que han sobrevivido, similar al Jarrón
de las gacelas de la Alhambra (1). Pero si hay una obra que destaca es la Virgen de
la Anunciación, de Antonello de Messina. Obra del Quatroccento, asombra la
modernidad de este pequeño retrato, austero pero de inmensas proporciones
psicológicas.
Entre los mercados palermitanos el más conocido y
antiguo es la Vucciria, empero muy turístificado, que por la noche se
transforma en atestada zona de copas.
La Vucciria, de noche. |
No obstante, conserva algunos puestos
añejos regentados por la misma familia desde hace más de 100 años.
Uno de los escasos puestos tradicionales de la Vucciria. |
El museo del
Palazzo dei Normanni también testimonia la transformación de la ciudad. Este
espacio expositivo, organizado con modernos y acertados criterios museísticos,
recuerda (la comparación es inevitable) al Museo de la Alhambra, que conozco
bien. Y no sólo por cómo está organizado. También porque ambos comparten
materiales muy similares, vestigios de una de las edades de oro de Sicilia: el
periodo árabe normando. De esa, en apariencia, rara simbiosis surgió una de las
manifestaciones artísticas más originales de la Historia, que merece capítulo aparte.
Detalle en el interior de la Capilla Palatina de Palermo, de estilo árabe normanda. |
(1) Museo Regional de Sicilia, Palermo.
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