sábado, 14 de diciembre de 2019

SICILIA, GUÍA DE SENSACIONES: Mercados y museos

Crátera de Cefalú, siglo IV a.C.


Reparé en que los mercados, los tradicionales, y los museos tienen mucho en común frente a una crátera griega en el Museo Mandralisca de Cefalú. En ella un pescadero trincha un atún mientras conversa con su cliente, escena todavía viva, porque podría volver a repetirse hoy. 

Un pescadero hablando con su cliente en Catania.

Por ejemplo en el Mercato del Pesce, de Catania, donde escuchamos por primera vez le abbanniate, el cántico ondulado de los vendedores glorificando la frescura y calidad de sus productos. En medio de tal maremagnum experimentamos indelebles sensaciones en la capital económica de Sicilia.


Volviendo a mi teoría, tanto mercados como museos son espacios pedagógicos. Es decir, en ambos se exponen cosas: frutos del mar o la tierra, en un caso; piezas artísticas, en otro. Y siempre bajo un criterio más o menos lógico. Lo mismo que en los expositores de un museo se clasifican cronológicamente los materiales arqueológicos o las obras de arte por estilos u ordenes, en los mostradores de los mercados se separan los peces del marisco; o se diferencian las frutas de las verduras; el queso tiene su propio espacio dentro de los embutidos o hay tiendas sólo de encurtidos o de especias. Sea dicho esto en general, pues lo mismo que hay puestos de mercado que son un totum revolutum, también hay museos sin orden ni concierto. Trataré por tanto estos dos temas en conjunto.


En Palermo, si se quiere superar el tópico, los mercados son tan útiles como los museos: unos nos hablan de su pasado, los otros del presente más castizo y en peligro de extinción. Por ejemplo, el mercado del Capo, donde aprendimos algunas de las normas para comprar a la siciliana; o el de Ballarò, hallado tras una puerta decrépita que parecía dar paso a un mundo perdido. 

Mercado de Ballarò.
Esa misma sensación de regreso al pasado se experimenta al cruzar el umbral del palacio gótico catalán que acoge el Museo Regional de Sicilia. Nada más ingresar espera El triunfo de la Muerte, un fresco impactante que revive los miedos y supersticiones medievales. 


Cerca de él se expone una de las pocas vasijas nazaríes que han sobrevivido, similar al Jarrón de las gacelas de la Alhambra (1). Pero si hay una obra que destaca es la Virgen de la Anunciación, de Antonello de Messina. Obra del Quatroccento, asombra la modernidad de este pequeño retrato, austero pero de inmensas proporciones psicológicas.
Entre los mercados palermitanos el más conocido y antiguo es la Vucciria, empero muy turístificado, que por la noche se transforma en atestada zona de copas. 

La Vucciria, de noche.
No obstante, conserva algunos puestos añejos regentados por la misma familia desde hace más de 100 años. 

Uno de los escasos puestos tradicionales de la Vucciria.
El museo del Palazzo dei Normanni también testimonia la transformación de la ciudad. Este espacio expositivo, organizado con modernos y acertados criterios museísticos, recuerda (la comparación es inevitable) al Museo de la Alhambra, que conozco bien. Y no sólo por cómo está organizado. También porque ambos comparten materiales muy similares, vestigios de una de las edades de oro de Sicilia: el periodo árabe normando. De esa, en apariencia, rara simbiosis surgió una de las manifestaciones artísticas más originales de la Historia, que merece capítulo aparte.

Detalle en el interior de la Capilla Palatina de Palermo, de estilo árabe normanda.



(1) Museo Regional de Sicilia, Palermo.

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