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Si piensas en Sicilia, indefectiblemente sale a
relucir la Mafia, un sambenito que los sicilianos, como es lógico, tienden a
esquivar. No es que no exista, se puede llegar a captar. Supongo que la presencia de la
Cosa Nostra todavía se puede observar en ciertas miradas más profundas que un
pozo. Como la que me dedicó un sacerdote en Catania desde el interior de una
tienda de objetos religiosos, que ni el cura del Padrino.
Muy pocos sicilianos estarían encantados de departir
con un turista de ese tema. Lo que no obsta para que en las tiendas de
recuerdos se ofrezcan en camisetas o ceniceros con la efigie de Marlon
Brando. Es de suponer que alguno de estos negocios será propiedad de
facinerosos. Lo mismo que hoteles, restaurantes y otros establecimientos
turísticos. Visto de esta forma, a la Mafia le conviene que haya muchos
visitantes y que nadie les toque so pena de…. Pero, por supuesto, nadie te va a
hablar de asunto tan incómodo.
Aunque puede saltar la sorpresa y que alguien te
saque el tema sin preguntar. Sucedió también en Catania. En un restaurante,
cercano al mercado del Pescado, descubrí un altar dedicado a un fallecido, a la
manera de los antiguos romanos, con un piano, fotos y una guitarra. Allí es muy
común ver carteles por la calle recordando el aniversario de la muerte de tal o
cual persona. Al ver mi interés, la dueña del local se me acerca y me dice, con
gran dignidad: fue un periodista asesinado por la Mafia en los 60. Y que todos
en la isla deberían recordarlo, aunque ya nadie lo haga.
Encontré otra pista de que la Cosa Nostra sigue
activa en la céntrica y comercial calle Vittorio Emmanuelle de Palermo. Sobre la puerta de
un edificio decimonónico colgaba un cartel que decía bien a las claras: “Mafia
No”. Lo más llamativo es que el rótulo estaba escrito sobre la bandera
arcoiris. Parece que los mafiosos la tienen tomada con los homosexuales. ¡Qué cosa más rara!.
Aparte de algunos mafiosos escondidos, los
sicilianos son encantadores, de una simpatía sobria pero sincera, propia de
gente invadida desde siempre. Por
eso no hay cuidado.
El peligro aparece cuando se ponen al volante.
Pude comprobarlo durante los 7 días que viajamos por la isla, yendo de occidente a oriente, como la trinacria. Ya en la primera
jornada, me quedó bien claro que para ellos no hay reglas. En las calles de
Trápani, una apacible ciudad provinciana, los coches no respetan el ceda el
paso. Simplemente, el primero que llega se hace con el sitio. Y en carretera,
nadie respeta ni los límites de velocidad, ni la línea continua; y los
adelantos son de infarto. Dentro de las ciudades, el tráfico es especialmente
caótico, más cuanto mayor sea la urbe. Nunca se respetan los pasos de cebra, en
ocasiones ni los semáforos. Algo nunca visto nos ocurrió ya de regreso a
Palermo, antes de entrar en la ciudad en una carretera de circunvalación. Pese
a la prohibición de superar los 90 por hora, un autobús se nos acercó a gran
velocidad por detrás dándonos las largas para que nos apartásemos, como si
fuera un automóvil de gama alta. Pero eso estaba fuera de toda lógica, dada la
densidad del tráfico. Estas y otras infracciones, que son poco frecuentes en
España, allí son la norma.
En Agrigento expresamos nuestra alarma a una joven
muy servicial que administraba nuestro alojamiento. Le pregunté si ella también
conducía así. Levantó los hombros y dijo simplemente con una sonrisa: “Ancora
peggiore”. ¿Cómo alguien de aspecto tan angelical puede manejarse al volante
como un demonio? Y, cuando entregamos el coche de alquiler, en el rent-a-car
mostraron una fría extrañeza al no detectar ni un rasguño y no poder, por
consiguiente, cobrarnos un buen pico por desperfectos. Mire usted que fastidio.
Cartel publicitario de una aseguradora en Palermo. |
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