viernes, 10 de enero de 2020

SICILIA, GUÍA DE SENSACIONES: Il giro a Sicilia


Una bella en el Valle (dei Tempi), Agrigento.

Ha llegado el momento de hablar por fin de nuestro particular giro por Sicilia. Y hay que empezar por el punto de salida: Palermo. No es fácil describir su inclasificable atractivo. Baste decir que, nada más llegar, noté ese pellizco de emoción que tanto gusta al viajero, debidamente sazonado con la lluvia intermitente que caía. Si eso le añadimos un paraguas de pentagramas que para guarecernos compramos en una tienda de música, el resultado es un cóctel de dulces emociones. Y eso en el primer día, que suele pillarme con el pie cambiado.


Fue verdaderamente al siguiente cuando empecé a sospechar en qué ciudad de las mil sensaciones me hallaba. Gozoso fue descubrir en la Galleria Regionalle Della Sicilia un jarrón nazarí, parecido al de las gacelas. Me agradó que estuviera situado en un pasillo, bajo una escalera y frente a un patio porticado. Es donde probablemente lo hubiera colocado un rey de la Alhambra.



Llegado el tercer día, salimos de ruta, dejando aparcada Palermo en su magnífica bahía. Lo hicimos con cierta nostalgia, pero sin sospechar aún que acabaríamos rindiéndonos a sus pies. Me puse al volante sin mayores preocupaciones (hay que ser muy ingenuo para lanzarse sin más ni más a las carreteras sicilianas). Como la trinacria, que camina imaginariamente siempre hacia occidente, seguimos la dirección del sol, en dirección a la punta oeste.
Nada más salir, ganamos la atalaya de Monreale, el refugio dorado de los reyes normandos. Boquiabiertos quedamos ante las incontables maravillas de su impactante catedral mestiza (1).


Ya en el camino de bajada, en dirección al mar, pegotes de basura engalanaban los arcenes. Qué desagradable contraste con la belleza cristalina del claustro de Monreale. No pudimos evitar malos pensamientos hacia cualesquiera que hubiese cometido tamaña tropelía. Por desgracia, más adelante pudimos comprobar que lo de estercolar los caminos y las calles no es algo tan infrecuente en Sicilia.
Nuestro siguiente destino era Erice, un pueblo medieval agrisado por la turistificación que nos decepcionó. Pero a sus pies está Trápani, que ofrecía la sensación contraria: más de lo que a primera vista parecía. Como es normal en Sicilia, no carece de joyas arquitectónicas, tal que su pequeña catedral, de la que me llamaron la atención los delicados relieves de sus puertas de bronce. 



Destacaría, sin embargo, sus salinas, donde creí notar aún el remoto aliento de los fenicios. En ese armonioso paisaje la tierra, el mar y el cielo se suceden en estratos. Los diques hechos de toba se alternan con lenguas de agua desbravada. Sobre la piedra porosa se proyecta la sombra de molinos de tejado rojo y medran plantas halófitas (2). Por encima de este paisaje a bandas, y no demasiado lejos, la ciudad de Trápani apunta con su dedo de atlante a las islas Égadas.



Al día siguiente tocaba Agrigento y su afamado Valle de los Templos, que en realidad no es un valle sino una suave loma. Este parque arqueológico, con cinco templos griegos, o apenas sus quijadas, se halla es verdad en un paisaje de égloga. 




Pero esta ciudad pequeña pero de gran enjundia, ofrece algo más, mucho más. Remontando las cuestas de su casco viejo, es inevitable acordarse del Albaicín. Su trazado no es arborescente sino más bien, y al estilo griego, cuadriculado. Pero en él, como en el arrabal granadino, se descubren callejones particulares que terminan en un rincón ciego, como en los barrios árabes o en las juderías.



En la jornada siguiente nos adentramos en la Sicilia profunda por carreteras deslavazadas, camino de Catalgirone. Es ésta la ciudad alfarera de Sicilia por antonomasia. Para recorrer su interesante casco viejo (desde ya lo llamaré medina griega), lo lógico es subir su interminable Scalinatta de Maria del Monte. Sin embargo, regidos por nuestra propia lógica, en lugar de subirla, terminamos más bien bajándola, después de rodearla por la derecha. En alguno de esos rincones que a mí me gustan lucían macetas de cabeza de moro (mori testa) que han dado notoriedad a Catalgirone.



A esas alturas, comenzaba a llover en serio, así que, tras cenar bastante bien en un pequeño restaurante familiar, decidimos retirarnos a nuestros aposentos.





(1) Ver entrada de la arquitectura bizantino árabe normada. 

(2) Plantas tolerantes a la salinidad.



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