sábado, 10 de diciembre de 2016

Otoño en Corea (VIII)



Corea del Sur tiene algo más de territorio que Portugal, así que no es complicado hacer un tour de casi todo el país. El 13 de noviembre teníamos previsto iniciar ese periplo de una semana. Sin embargo, las cosas se complicaron al despedirnos de mis cuñadas y decidimos que ese día volveríamos a dormir fuera de Seúl. Teníamos la casa de mis cuñados mayores, que acaban de irse a Estados Unidos. No nos habían dejado llave, no hacía falta. Allí ahora las puertas de las casas tienen su teclado y se abren con una clave. Cosas de Corea.

Cerradura digital, cómo no, Samsing.

Como quedaba tiempo para llegar al lugar donde pasaríamos la noche, mi mujer tuvo la feliz idea de enseñarme el lugar donde nace el río Han, de la confluencia de otros dos: el Han Norte y el Sur. Es un lugar que, a ojos de mi mujer ha cambiado mucho. “No puedo creerlo, todas estas construcciones no estaban hace pocos años”, dice. En efecto, este enclave es de los más visitados por los seulitas y comienza a masificarse. Pero en Corea es así en todos sitios. A los coreanos les gusta salir al campo a la mínima oportunidad para disfrutar de sus riquezas naturales y patrimoniales. Lo íbamos a comprobar en nuestro viaje. 


De momento, estábamos en aquel, sin lugar a dudas, espectacular entorno. Allí, los cauces de los dos afluentes se abren paso con poderío pero tranquilos entre islotes alfombrados de colorida vegetación. 


Qué suerte haber llegado en otoño. El rumor del agua mueve levemente a aquel pino con forma de dragón. De privilegiada posición, se alza sobre los demás y su figura resalta en el cielo. A esa hora, comienza a atardecer y, al azul profundo del agua y los colores de la vegetación se une el cielo hecho jirones, explotando primero y luego muriendo poco a poco.


El nacimiento del río Han me da pie a pincelar como buenamente pueda la Prehistoria de Corea. Los cauces de los ríos fueron muy frecuentemente escenarios del tránsito de la Humanidad de la época paleolítica a la neolítica. Y Corea no es una excepción. Hace unos tres mil años se asentaban allí poblados de pescadores, que, sin demasiadas prisas, ya empezaban a experimentar con la agricultura. La caza abundante y sobre todo la pesca les garantizaba la supervivencia y suficiente tiempo libre para otras actividades, como la alfarería y la metalurgia.

Reproducción de un alfar neolítico coreano. Fuente: http://revistacultural.ecosdeasia.com/
No olvidando su naturaleza de guerreros, y suponiendo que las fricciones entre los distintos clanes eran cada vez más frecuentes, practicaban ya artes marciales ancestrales, de las que luego nació el taekwondo. Las distintas tribus competían por disponer de los mejores hwarang o guerreros defensores de la comunidad.

El rey conversa con sus soldados de élite. Grabado antiguo.

La influencia china, todavía de carácter material, comenzó a llegar por barco, aún no en forma de invasión ni militar ni ideológica. El mayor desarrollo aumentó la población y, hacia el inicio de la era cristina, las diferentes confederaciones confluyeran en tres reinos. No tardaría en estallar una larga guerra, una herida abierta de varias décadas que terminaría, cómo no, con la supremacía de un reino y la unificación del país hacia el año 700. Pero mejor hablaré de esto más adelante, durante el viaje.

2 comentarios:

Mark de Zabaleta dijo...

Gran artículo...

Saludos
¡Feliz Navidad !

Jesús Cano Henares dijo...

Gracias e igualmente felices pascuas.

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