Tras dejar al monje
oportunista, retomamos el camino por terreno de nuevo montañoso. Sin darnos
cuenta llegamos a una pequeña ciudad llamada Miryang. Es decir, con un nombre
igual al de mi mujer, pero sin ninguna relación con ella. Si suena igual es por
homofonía, como suenan igual haya (árbol) y haya (verbo). Pero esta
coincidencia me pareció motivo suficiente para echar un vistazo. Y Miryang, la
ciudad, no nos decepcionó, bien al contrario.
Miryang mirando a ver si las coles estaban en su punto de recolección. |
Hallamos allí un pequeño
barrio tradicional, con casas señoriales y huertitos en la puerta de atrás, un
viejo templo budista y una hyanggyo o escuela secundaria medieval. Ésta última
resultaba absolutamente encantadora. Por su aspecto de pabellón oriental, podía
semejarse a un edificio religioso, pero su uso en la época Joseon (1392-1910)
era docente. Más adelante hablaré de esta dinastía, la última monarquía de
Corea.
Al llegar, el pabellón
estaba ocupado por un grupo de mujeres que, al vernos, nos recibieron con un
café calentito y muchas sonrisas. Se trataba, según nos dijeron, de maestras
que decoraban paraguas para sus niños. Y nos animaron a que participásemos con
sendas sombrillas que después podríamos llevarnos. La vieja escuela ahora es
usada como centro multiusos por la comunidad educativa de la población.
Enseguida percibimos que
estábamos en un lugar mágico. La tranquilidad que en él reinaba nos trasladaba
a épocas pasadas ajenas a las prisas y demás desajustes de la vida actual.
Además, rodeaba al pabellón un jardín de delicadas proporciones, con árboles y
plantas de muchas especies, entre los que destacaba un ginkgo centenario al que
un suave viento arrancaba poco a poco su dorada cabellera.
Sin duda aquél era un
lugar todavía alejado de los grandes circuitos. Paseando por el pueblo no
tropezamos con ningún turista, por lo que resultaba aún más atractivo. En el
viejo templo unas escaleras desdentadas delataban su avanzada edad.
Abrigaban
al pabellón principal toda una cohorte de árboles que pincelaban el aire con variados
colores, de modo que parecíamos haber penetrado en una fantasía. Sólo faltaba
que apareciese un monje versado en artes marciales de adusto gesto.
2 comentarios:
¡Mis mejores deseos para 2017!
Mark de Zabaleta
Te deseo lo mismo y que este próximo año mejore tus expectativas.
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