jueves, 22 de diciembre de 2016

Otoño en Corea (XIII)


 
Al día siguiente toca madrugar. Estamos aquí para ver el amanecer. Para eso escogimos una habitación con magníficas vistas al mar. Sin embargo, la aurora no resulta demasiado espectacular. Tal vez por exceso de expectativas. Es un bello amanecer como todos, pero poco más. Cuando el disco solar saca cabeza sobre el horizonte, un barco de pesca atraviesa la cortina de rayos que proyecta el astro en la tranquila superficie marina.
Al salir del hotel, nos llama la atención un letrero que hay en la puerta. Indica las funciones de las diferentes plantas, pero la número 4 ha desaparecido. No es ningún error. Es que en Corea, como en China, el número 4 da mala suerte. Ya hablé de esto en otra entrada de este blog. Para evitar la “mala suerte” muchos edificios, como este hotel, simplemente saltan del 3 al 5. Lástima de 4. Además de cojo da mal fario en Oriente.

 

Hemos reservado esta jornada a visitar Gyeongju, una zona de tal riqueza monumental que es llamada “el museo sin paredes”. La razón es que entre los años 668 y 935 fue la capital del reino de Silla Unificado. Ya hablé con anterioridad de la guerra que libraron tres primitivas naciones en el siglo VII por hacerse con la supremacía de la Península coreana.
Tras unificar Corea, hacia el año 668, Silla se convirtió en un país próspero y protector de la cultura y las ciencias. Los ecos de su esplendor resonaron a miles de kilómetros, en el Califato abbasí. Hoy, para los coreanos, Silla es representada como una arcadia perdida de perfecto gobierno. 


En esta época, el budismo ya se había impuesto como religión y empapado todos los aspectos de la vida. Incluso las artes marciales, como el hwarangdo o “camino de la flor de los jóvenes”. Esta tradición, recuperada recientemente, concebía el adiestramiento militar de los jóvenes aristócratas como una actividad ascética, imprescindible para triunfar en la guerra.

 

No me cabe duda de que el esplendor de Silla está relacionado con las enormes cantidades de oro de que dispuso y que le sirvió para doblegar a los reinos rivales. Pero también para erigir prodigiosos complejos monumentales, como el templo Bulguksa que visitamos. O para igualar el refinamiento de la Bagdad de las Mil y Una Noches (por cierto contemporánea a Silla). Ya en una anterior entrada hablé del Poseokjeong, una especie de mesa de piedra, por donde fluía un canal con agua. Y en ese canal, flotaban copas que parecían tener vida propia, pues eran capaz de detenerse invitando a beber al comensal.

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