Al día siguiente toca madrugar. Estamos aquí para
ver el amanecer. Para eso escogimos una habitación con magníficas vistas al
mar. Sin embargo, la aurora no resulta demasiado espectacular. Tal vez por
exceso de expectativas. Es un bello amanecer como todos, pero poco más. Cuando
el disco solar saca cabeza sobre el horizonte, un barco de pesca atraviesa la
cortina de rayos que proyecta el astro en la tranquila superficie marina.
Al salir del hotel, nos llama la atención un letrero
que hay en la puerta. Indica las funciones de las diferentes plantas, pero la
número 4 ha desaparecido. No es ningún error. Es que en Corea, como en China, el
número 4 da mala suerte. Ya hablé de esto en otra entrada de este blog. Para
evitar la “mala suerte” muchos edificios, como este hotel, simplemente saltan
del 3 al 5. Lástima de 4. Además de cojo da mal fario en Oriente.
Hemos reservado esta jornada a visitar Gyeongju, una
zona de tal riqueza monumental que es llamada “el museo sin paredes”. La razón
es que entre los años 668 y 935 fue la capital del reino de Silla Unificado. Ya
hablé con anterioridad de la guerra que libraron tres primitivas naciones en el
siglo VII por hacerse con la supremacía de la Península coreana.
Tras unificar Corea, hacia el año 668, Silla se
convirtió en un país próspero y protector de la cultura y las ciencias. Los
ecos de su esplendor resonaron a miles de kilómetros, en el Califato abbasí.
Hoy, para los coreanos, Silla es representada como una arcadia perdida de
perfecto gobierno.
En esta época, el budismo ya se había impuesto como religión
y empapado todos los aspectos de la vida. Incluso las artes marciales, como el
hwarangdo o “camino de la flor de los jóvenes”. Esta tradición, recuperada
recientemente, concebía el adiestramiento militar de los jóvenes aristócratas
como una actividad ascética, imprescindible para triunfar en la guerra.
No me cabe duda de que el esplendor de Silla está
relacionado con las enormes cantidades de oro de que dispuso y que le sirvió
para doblegar a los reinos rivales. Pero también para erigir prodigiosos
complejos monumentales, como el templo Bulguksa que visitamos. O para igualar
el refinamiento de la Bagdad de las Mil y Una Noches (por cierto contemporánea
a Silla). Ya en una anterior entrada hablé del Poseokjeong, una especie de mesa
de piedra, por donde fluía un canal con agua. Y en ese canal, flotaban copas
que parecían tener vida propia, pues eran capaz de detenerse invitando a beber
al comensal.
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