viernes, 16 de diciembre de 2016

Otoño en Corea (XI)


Al despertar, nos recibe un día radiante y templado. A poca distancia de Suanbo queda la aldea de Hahoe. Es uno de los lugares declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y cuna de una de las tradiciones más genuinas de la península coreana: el baile de máscaras bufonescas o tal.
Marionetas con las máscaras tal.
Aunque está planteado como un centro de interpretación de la antigua Corea, no es una reconstrucción, sino un poblado medieval auténtico. En este país, las invasiones mongoles, manchúes o japonesas (sobre todo éstas últimas) acabaron con la mayor parte del patrimonio monumental. Sin embargo, Hahoe quedó siempre a salvo por su posición, fácilmente defendible. Está prácticamente rodeada por un río y se extiende sobre una alta explanada.
Caminamos por esa explanada, jalonada de hayas, en busca de la encantadora aldea. Enseguida podemos comprobar que en ella aún desarrollan su vida muchas familias, la mayoría emparentadas con un solo clan, el de los Ryu. Junto a los palacetes nobiliarios crecen huertas que siguen siendo cultivadas. 
Cuchu o guindilla, secándose junto a las matas.
Es el tiempo de la recogida de la col china o baechu, y del cuchu o guindilla, dos de los ingredientes del kimchi. De este plato, que nunca falta en una mesa coreana, ya hablé al referirme a la gastronomía. En una soleada esquina, bajo el alero de una pabellón, una anciana prepara cuidadosamente nabo cortado para secar.


Al entrar a uno de los palacios, vemos que de su interior sale una pareja de ancianos que nos miran con la indolencia de quien se ha resignado a la presencia constante de turistas. 
De vuelta al aparcamiento, atravesamos un bosquecillo plagado de aceres rojos que parece el escenario de un cuento.

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