Si
mencionamos este dato es por dos razones que tienen que ver con la Alhambra. La
primera por que sin esas influencias Muhammad no hubiera podido llevar a cabo
las grandes realizaciones a las que estaba destinado. En otras palabras: Sin el
influjo meriní la Alhambra no sería lo que es. La segunda razón es llamar la
atención sobre una cuestión importantísima para entender el arte andalusí y,
especialmente, el nazarí que produjo la Alhambra: durante los ocho siglos de
poder islámico en la Península, el flujo y reflujo de ideas, personas e influencias
fue constante desde una a otra orilla. Y no sólo en el arte sino en todas las
esferas imaginables. Además, esos intercambios se produjeron no sólo entre al
Andalus y Marruecos, sino también entre el islam peninsular y otras muchas
tierras musulmanas, especialmente del Magreb.
Retomando
nuestro relato, el exilio de Muhammad V no duró mucho al recibir la notica que
tanto esperaba. En la Península acababa de encontrar un valioso aliado, el más
inesperado que se pueda imaginar: el rey castellano Pedro I, llamados por unos
el cruel y por otros el justiciero. Éste debía ser ya su amigo antes del
exilio, pues de lo contrario no le hubiera ayudado tan alegremente a recuperar
en 1362 el trono de la Alhambra. Y a esa amistad no sería ajeno el hecho de que
compartían un exquisito gusto, una gran afición por el arte y, seguramente, una
mente poco convencional, capaz de asimilar nuevas ideas mejor que otros
monarcas.
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