martes, 6 de agosto de 2013

LA ALHAMBRA DE LAS MIL Y UNA MIRADAS (8)



Para comprender mucho mejor la idea de que el monumento se asienta, antes que nada, sobre sólidas bases científicas y una secular maestría constructiva es necesario buscar otro mirador fuera del Albaicín. Para ello hay que descender a Plaza Nueva, subir por la Cuesta de Gomérez y alcanzar la umbría del bosque que rodea el perímetro amurallado, para remontar totalmente la colina roja hasta llegar al fuerte de santa Elena, más conocido como Silla del Moro, justo por encima del Generalife.


Desde este emplazamiento, que gustaba mucho al insigne arabista Emilio García Gómez (2), la Alhambra pierde todas sus máscaras (la defensiva, la áulica y también la mágica) para mostrarse como realmente fue y aún sigue siendo: un espacio cultural de amplias resonancias y derivaciones, formado por espacios estancos pero a la vez interrelacionados. Su núcleo lo constituye la ciudadela palatina perfectamente fortificada, que alberga no sólo  los palacios, sino también los jardines del Partal y una amplia zona urbanizada en donde estuvo la medina alhambreña, una ciudad en miniatura, con su mezquita, sus baños y sus viviendas y talleres, donde bullía una población completamente entregada al servicio de sus reyes. 

(2) EmilIo García Gómez demostró su devoción a este lugar en su obra Silla del Moro y nuevas escenas andaluzas, publicado por primera vez en la Revista de Occidente, Madrid, 1948.



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