martes, 13 de diciembre de 2016

Otoño en Corea (X)



Continuamos nuestra visita por los márgenes del río Namhan, deteniéndonos en un amplio meandro que sirve de embarcadero. No es época de turistas, pero siempre se ven los típicos autobuses de jubilados. 


Nos fotografiamos frente a un cerro conocido por su forma como la Montaña de la Tortuga. Poco antes habíamos visto una señal de tráfico con una caricatura de estos animales. Es una advertencia para moderar la velocidad. La tortuga es una criatura venerada en oriente que simboliza la vida larga, la sabiduría y la tenacidad.
Era algo así, pero con letras coreanas y la tortuga subiendo una rampa: Fuente: http://bonaointernacional.blogspot.com.es/
Por el camino nos perdemos en una comarca que recuerda al interior de Galicia, conocida por su producción de frutas, sobre todo caquis y manzanas. Paramos junto a un agricultor que las recolecta y le pedimos comprar algunas, pero nos las regala. Está demasiado ocupado. Son más grandes y, sobre todo, más jugosas que las de España.
Miryang y sus manzanas. Y el agricultor: Venga ya, que tengo mucho trabajo.

Sin salir de vías secundarias, llegamos Mungyeong Saejae, clásico destino turístico que durante siglos fue paso de montaña y albergue para los caminantes. Una muralla con tres puertas marca el inicio de la ruta que conducía desde el centro del país a Seúl, por entonces llamada Hanseong
Junto a la vereda de montaña y el pequeño río hay una aldea tradicional, con dos zonas diferenciadas: las viviendas de los yangban o aristócratas y las de los sangmin, o siervos de aquéllos. En la época medieval, además existían dos clases sociales más: los junjin, o burguesía, y los jeonmin, una especie de intocables.


Cuando anochece buscamos un lugar para dormir. Vamos improvisando, esperando no encontrar problemas de alojamiento. Miryang conduce hasta Suanbo, una pequeña ciudad balneario. Por el módico precio de 70.000 wons (unos 56 euros) alquilamos una lujosa habitación con jacuzzi y aguas mineromedicinales. Tomamos un baño muy caliente, que buena falta nos hace. Sobre todo a mí, que comienzo a estar constipado.
Tras el baño, salimos a cenar. De noche, la ciudad aparece iluminada con estrambóticos arcos de luces y letreros de neón  de todos colores. No hay ninguna feria, como yo creía, es sólo una expresión del gusto de los orientales por el recargamiento lumínico. 
Que no, que no es la feria de abril.

En un restaurante tradicional, comemos tiras de carne asadas en un brasero de resistencias, acompañada por los típicos platitos de guarnición de verduras diversas, más algún pescado con salsa picante.


Junto a nosotros, una familia muy numerosa disfruta del mismo plato, especialidad de la casa. Hay desde ancianos a niñas de corta edad. Una de las ancianas posa su mirada en mí sin recato. Yo ya llevo haciendo lo mismo un buen rato, porque me regocija verlos tan alegres y relajados. Pese a la distancia física y cultural, me recuerdan a cualquier familia española que se reúne en un merendero para, sin pretenderlo, reafirmar sus vínculos, entre bocados, comentarios y bromas.

2 comentarios:

Mark de Zabaleta dijo...

Muy bien presentado...

Jesús Cano Henares dijo...

Gracias, esta vez tenía fotos de todo.

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