martes, 6 de diciembre de 2016

Otoño en Corea (VI)


El tercer día, después de ver a la familia, comer y comprar, tocaba tiempo libre sólo para nosotros solos. La noche anterior llegamos a una casa de huéspedes tradicional que nos decepcionó un poco. Para empezar, las fotos de la web no tenían nada que ver con el sitio. Y la dueña se comportaba como una chiflada.

Pero, estábamos de vacaciones en pleno centro de Seúl y había que ejercer de guiris. Visitamos el casco viejo, con tiempo algo frío pero soleado, que fue templándose a lo largo del día. Luego nos dirigimos al Gyeongbokgung, el principal de los cinco palacios reales que se conservan. De camino pasamos junto a la Casa Azul, la sede del presidente del gobierno. Por sus cercanías pululaba gran número de policías de reemplazo. En Corea la mili es obligatoria, dura dos años y para muchos transcurre en las fuerzas de orden). Por más que quisieran aparentar otra cosa, eran críos con la misión de proteger a la presidenta Park, acuciada por un escándalo digno de las películas de Austin Powers. Esa tarde se iba a celebrar la primera gran manifestación contra ella, una concentración a la que asistirían no sólo seulitas, sino también miles de personas de todo el país.
éstas no eran policías. Tengo gana de hacerme una foto con un o una coreana y que no pongan los deditos.

Contrastando con la presencia policial, grupos de niños acudían al palacio real para aprender su propia historia sobre el terreno. Al penetrar en el recinto histórico, la algarabía infantil despertaba la simpatía de los turistas, asiáticos en su mayoría. Algunos maestros departían sus enseñanzas en rincones más o menos apartados, bajo un árbol o el alero de un pabellón. Junto a una fuente, dos niños rubitos, seguramente estadounidenses, jugaban con un revoltijo de hojas, en ese punto espoleadas por el viento.



En la puerta, los turistas se hacían fotos junto a guardias hieráticos, vestidos con uniformes medievales. En una feria de alimentación tradicional tuve ocasión de contribuir a la elaboración de un alimento a golpe de mazo, como se ve en la fotografía. 


Más adelante, dos estatuas frente a frente recordaban al rey Sejong el grande y al almirante Yi Sun Sin, considerados los personajes más relevantes de la dinastía Joseon (1395-1910). Del primero, uno de esos raros gobernantes preocupados más por su pueblo que por sus privilegios, y de su principal logro (la creación del hangul o alfabeto coreano) ya hablé en un artículo de este mismo blog
Efigie del rey Sejong, un rey como el de los cuentos.

Del segundo aún no, y aquí sólo diré que quizás sea el marino más audaz y a la vez independiente de la historia. Baste decir que en 1597 pudo rechazar, con tan sólo 13 barcos y dos centenares de soldados, a una armada japonesa de 320 navíos y miles de combatientes. Y lo hizo gracias al conocimiento del terreno, a la fe ciega que le profesaban sus tropas y, sobre todo, a su ingenio. Como marino de pura cepa, era también naviero. Para enfrentarse a los japoneses, construyó los llamado barcos tortuga, naves acorazadas y de potente artillería, que resultaron inexpugnables para los nipones. Murió en su última batalla, que también ganó. Había conocido la gloria pero también el deshonor, al ser destituido dos veces por insubordinación. Nunca robó nada a nadie, si acaso la cartera a los japonees.

Yi Sun Shin, con el barco tortuga acorazado a sus pies.

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