jueves, 19 de enero de 2017

Otoño en Corea (XXIII)



Volviendo al corazón de Seúl, tras abandonar la colina de los decapitados buscamos algún lugar para comer. Y, cómo no, encontramos uno de esos mercados que inundan la calle de mercancías, donde los vendedores anuncian con voz de sordina o a grito pelado sus pescados, verduras o cachivaches para cocinar. 



Una mujer prepara kimchi, embadurnando las hojas de col china con el jugo que las hará fermentar pasados dos o tres días. Es lo que se llamar kinjang (hacer kimchi), una tarea propia de esta época, una vez las coles han sido recolectadas. Luego se conserva en vasijas de barro o en frigoríficos especiales, más comúnmente esto último. Los coreanos no serían nadie sin su kimchi.

Comemos en un pequeño establecimiento regentado por dos hermanas, la una más femenina, la otra de maneras hombrunas. Es un lugar sórdido pero la comida está rica, como casi siempre en Corea. Luego buscamos un café y encontramos uno de dos plantas, lleno de jóvenes tecleando sus móviles o ejecutivos que siguen trabajando con el ordenador. Pero hay pocos que escapen a la conexión digital, esto es, que simplemente conversen. Yo incluso me sorprendo a mí mismo mandando fotos al Fecebook. Qué locura.
Paseamos luego junto a un canal que ha quedado como lugar de paseo y espacio de exposición al aire libre. Hay una serie de grupos escultóricos que dan cuenta de la historia del país desde los remotos tiempos del neolítico a la actualidad. Son esculturas “manga” que no dejan de tener su gracia. Desde luego es un lugar interesante para escapar del contundente paisaje urbano que nos rodea.

Fuente: http://deltaskymag.delta.com

Pero empieza a anochecer y hemos quedado con la familia a cenar. La cena la paga el cuñado menor, que ha propuesto el sitio. Acuden todas las hermanas menos la mayor, que está en el extranjero. También hay varios sobrinos, todos ellos portentos, según mi mujer. Uno de ellos, el hijo mayor del que invita, no para de preguntarme cosas sobre España. Está relativamente informado de nuestra historia y también, cómo no, de los equipos de fútbol. Entablamos una fructífera conversación. Resulta curioso lo fácil que se entienden dos personas hablando en inglés cuando no son nativas. Supongo que un anglófono debe partirse de risa, pero lo importante es que funciona. Mi sobrino no deja de transmitirme su curiosidad sobre todo lo que tiene que ver con España pero también con Europa y la cultura occidental. Para mí resulta un placer contestar a todo lo que puedo o hablarle de otros temas, como el surrealismo español. Resulta impagable ver su cara satisfecha y asombrada. Esta nueva generación viene pisando fuerte, pienso.
El sobrino del que hablo es el que aparece a la derecha en primer término.

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