viernes, 13 de enero de 2017

Otoño en Corea (XX)



Tras el atasco, respiramos aliviados. Todavía nos quedan tres días y hay que disfrutarlos. La familia de mi esposa nos ha reservado una habitación en pleno centro de Seúl, en un barrio con muchos jóvenes y que cuenta con una importante universidad. De lo más cosmopolita de la capital, como enseguida podemos comprobar.
Una extraña performance con paraguas en un lujoso centro comercial.
Nuestro alojamiento es el más extraño pero también interesante que quepa imaginar. No hay más que decir que la recepción es la barra de un bar y la atiende, nos parece, un estudiante. Así, mientras fichamos, jóvenes de los cinco continentes pululan a nuestro alrededor; entran o salen por la puerta que comunica con el hotel, juegan al futbolín o beben copas en destartalados sofás. El nombre de este bohemio albergue es Inno, Hostel Pub Lounge (esto último por el bar) y forma parte de una pequeña cadena japonesa con otros dos establecimientos en Tokyo.
La "recepción" con su futbolín. Fuente: http://www.hotel-r.net/
Penetramos en el hotel por la puerta que da también a los servicios y las duchas. Así si sales a la calle del hostal o acudes apurado desde el bar a descargar en el váter, puedes tropezar con alguien medio desnudo. Y, de rebote, el camerino para las actuaciones en directo. Todo en uno.
 
Las duchas, junto al servicio del pub.
Por los estrechos pasillos tropiezas con mochilas o con un austriaco que confiesa, sin pudor junto a la lavadora, que está desinsectando su ropa, plagada de pulgas. A saber de dónde ha llegado. Ya sabemos que no hay que lavar la ropa aquí.
En semejante residencia indie, nosotros somos los abuelos. Y, cómo no, ocupamos la “suite” del hotel, una habitación con baño, eso sí, pero tan destartalada como la de una pensión española. De todos modos, pagamos poco y nos hace gracia aquel lugar, así que nada que objetar. 


Ya a la hora de cenar, mi mujer se ha ido a ver a unos amigos y yo he preferido quedarme solo. Pruebo a dar una vuelta por los alrededores. Lo que encuentro es un barrio de arquitectura insulsa pero lleno de vitalidad. Nunca he visto tantos occidentales, aunque también hay algún que otro coreano cateto, al que si le hablas pone esa cara de pánico tan peculiar de los de allí: palma de la mano en alto negando nerviosamente, ojos desorbitados y boca enjuta: Anio, anio (no, no…).

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