Pero todavía nos quedaba una última jornada, que amaneció
aún más fría y con aguanieve. Recordamos entonces que Estrasburgo es una de las
dos capitales europeas, junto con Bruselas. Además, el área comunitaria quedaba
cerca de nuestro hotel. Así que nos dirigimos hacia la zona del Parlamento y
demás instituciones europeas cruzando un parque semihelado y alfombrado de hojas
secas.
Al llegar al presunto acceso del Parlamento, lo encontramos cercado y vigilado por policías con ametralladoras. En un control nos aseguraron que una
visita requería un permiso por Internet y luego ya se vería.
Aspecto del Parlamento Europeo ahora mismo. |
Sí, supongo
que hay riesgo siempre de un ataque terrorista a los parlamentarios, blanco preferente. Pero esa rotundidad a la hora de protegerlos ¿no eleva todavía más la
torre de marfil entre esos que dicen representarnos y nosotros que los elegimos? Como diría mi tío, qué lástima dan, bien que se merecen esos buenos sueldos y comisiones.
Pero bueno, la mañana era joven y quedaba mucho que
averiguar de Estrasburgo. Por ejemplo, de su antigua Universidad, de principios
del siglo XVII. Para mí es ya un rito bichear por facultades y campus cuando
viajo, lo mismo en España que en el extranjero. Junto a la Place de la Republique está el Palais
Universitaire, que acoge varias facultades, entre ellas Derecho, Teología Protestante y Económicas. Antes de entrar nos acercamos hasta la estatua de Goethe, quien estudió aquí. Puede
incluso que en Estrasburgo naciera la semilla que dio lugar a su Werther.
En el interior del Palais los alumnos son como en cualquier
universidad: tímidos y con expresión concentrada. Te miran y no parecen verte,
tal vez pensando en algún examen próximo o en la lección que acaban de recibir. Buscando un descanso, preguntamos por la cafetería y nos
dirigieron hasta una cantina en el sótano, casi una catacumba. El local
lucía tan desaliñado como los estudiantes que la ocupaban. Daba la impresión de
ser una zona reservada a un grupo escogido de estudiantes, cerebritos para quienes dos turistas resultaban muy fuera de lugar. Así que apuramos el
café y salimos pitando a la calle.
Sin dejar los alrededores de la Place de la Republique, nos
acercamos hasta un gymko enorme, seguro que centenario. ¿Quién y desde dónde
podría haber traído las semillas de aquel árbol hace al menos 400 años?
Seguramente algún misionero francés que visitó China, tal vez Japón, pero no
Corea, el reino ermitaño, que no toleró presencia occidental hasta principios
del siglo XIX.
3 comentarios:
Ciertamente genial ...
¡ Feliz 2018 !
Excelente, espero con interés los siguientes capítulos...
Gracias a Mark, como siempre y a Julia. Y a todos un feliz y próspero año nuevo
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