Al salir de la colegiata, nos zambullimos en el bullicio de
los mercados navideños. No tardamos en apreciar que en Colmar todo resulta más
auténtico que en Estrasburgo. Los puestecitos de estos mercados son de juguete,
si se los compara con los de
aquella ciudad, y además ofrecen sobre todo productos autóctonos. Se ve
a personas paradas frente a los puestos, tomando un crepe o un vaso de vino
caliente, conversando con familiaridad. Esa cercanía escasearía en una gran
ciudad y hace de estos mercados lugares pensados más para el consumo de los de
allí que para los turistas.
Se aprecia también más autenticidad al ir
recorriendo el trazado arborescente de su barrio viejo, notablemente más
compacto y mejor preservado que el de Estrasburgo. Destaca en él la llamada
Petite Venise, que no tiene nada que envidiar a la Petite France, cuyas calles
también se refieren a antiguos oficios. La pequeña Venecia de Colmar, tendida al borde de los
canales, brilla un momento cuando el sol sale. Parece flotar sobre ese suelo
abombado que, por su irregularidad, depara múltiples perspectivas. En un
determinado lugar se observa un puente abajo titilando sobre el agua, con las
casas de colores arropándolo, pero si uno se mueve sólo unos metros, el paisaje se eleva hacia el cielo.
Vuelve a llover y ahora incluso hace viento. Debemos
refugiarnos de nuevo y nada mejor que entrar al Museo del Juguete. A lo largo
de sus salas vemos evolucionar los sueños de los niños desde el siglo XIX a la
actualidad. En distintas vitrinas se exhiben, detenidos en el tiempo, muñecas,
autómatas, juegos reunidos, equipos de química... Cochecitos de lata, caballos de
madera, soldaditos de plomo y de plástico, el famoso Meccano o el primer Lego, el ya más moderno barco pirata de Famobil, el Scalextric o
el Cinexin con cortos de Disney. Para rematar, la sala superior está dedicada
al ferrocarril, con ese tren que a todos nos hubiera gustado tener. Una
entretenida visita de la que salimos ya entrada la noche.
El tren de mis sueños. |
Tras un nuevo paseo, donde visitamos un interesante
mercadillo de artesanía, regresamos a Estrasburgo con tiempo para dar una
última vuelta y el recuerdo de Colmar, maravilloso descubrimiento.
Desde la Grand Gare terminamos desembocando en la place
Kleber, un prominente militar que fue general de Napoleón en Egipto. Es el
lugar donde se alza el gran árbol de Navidad.
Nos acercamos a un puesto de
ostras que nos llamó la atención el día anterior. Tomamos una docenas junto con un vaso de vino blanco de
Alsacia, pequeño placer, pero sólo un aperitivo.
Más contento que unas pascuas, comiendo ostras y bebiendo vino del país. |
En busca de un restaurante, callejeamos por la Grande-Île,
para acabar cruzando el canal sur y penetrar en el barrio estudiantil de
Krutenau, bordeado por le Qai des Pecheurs. Encontramos un sitio perfecto en el
Boulevard de la Victorie, un pequeño restaurante alsaciano de nombre también
Victorie. Un lugar muy recomendable precisamente por que en él es extraño ver
turistas. Platos caseros y abundantes a precios moderados.
1 comentario:
Gracias, Mark. Felices pascuas.
Publicar un comentario