jueves, 13 de agosto de 2015

Ronda: la ciudad de las cien miradas (VII)


Palacio de Mondragón. Foto del autor.

Ese honor le cabe al Palacio de Mondragón, cuya azarosa vida se inicia en época islámica y termina en el presente, convertido en sede del museo municipal. Este edificio cumple doblemente la función de museo. Por una parte, alberga varias salas que constituyen el área museística propiamente, por otro, su arquitectura, que ha integrado a lo largo de los siglos elementos mudéjares, góticos, renacentistas y barrocos, es ya por sí misma un espacio expositivo. A  mí particularmente lo que más me llama la atención es el patio más cercano al tajo, de pasado islámico pero de configuración definitiva mudéjar. En sus jardines, que también conservan la impronta andalusí es buen momento para recordar que el Islam peninsular no acabó con  la conquista. Tras la victoria de la cruz sobre la media luna, la cultura andalusí sobrevivió en los mudéjares y, más tarde, en los moriscos convertidos a la fuerza. José Manuel y Pilar me hablan entonces de que en Ronda también se levantaron en armas los moriscos. Hay  un documento que habla de la asistencia de un representante de Ronda a la reunión del Albaicín que prendió la mecha de la rebelión. Tras la derrota de los insurrectos, el destierro a tierras extremeñas y aragonesas. Fue el  preámbulo del éxodo al norte de África y del final, esta vez sí definitivo, de la presencia islámica en la Península, en los primeros años del siglo XVII.

Moriscos danzando.

Salimos del palacio de Mondragón y, avanzamos por las calles de la vieja medina, bordeando el tajo para encontrarnos otra vez en el puente nuevo. Es hora ya de hablar del símbolo indiscutible de la ciudad que, sin embargo, es relativamente joven. Se terminó hace algo más de dos siglos (1796), tras cuarenta años de obras. Este majestuoso puente fue construido a conciencia, después de que un primer puente, hecho a la carrera, se derrumbase llevándose por delante la vida de cincuenta almas en 1740. El puente, esta vez sí magníficamente armado, permitió la expansión definitiva de la ciudad en  el siglo XVIII por allí por donde era más factible: el norte. Con la nueva transformación urbanística aparece también la famosa plaza de toros (1785), la más elegante de España, obra del mismo arquitecto que trazó el puente: Martín de Aldehuela.


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