Palacio de Mondragón. Foto del autor. |
Ese honor le cabe al Palacio de Mondragón, cuya
azarosa vida se inicia en época islámica y termina en el presente, convertido
en sede del museo municipal. Este edificio cumple doblemente la función de
museo. Por una parte, alberga varias salas que constituyen el área museística
propiamente, por otro, su arquitectura, que ha integrado a lo largo de los
siglos elementos mudéjares, góticos, renacentistas y barrocos, es ya por sí
misma un espacio expositivo. A mí
particularmente lo que más me llama la atención es el patio más cercano al
tajo, de pasado islámico pero de configuración definitiva mudéjar. En sus
jardines, que también conservan la impronta andalusí es buen momento para
recordar que el Islam peninsular no acabó con la conquista. Tras la victoria de la cruz sobre la media
luna, la cultura andalusí sobrevivió en los mudéjares y, más tarde, en los
moriscos convertidos a la fuerza. José Manuel y Pilar me hablan entonces de que
en Ronda también se levantaron en armas los moriscos. Hay un documento que habla de la asistencia
de un representante de Ronda a la reunión del Albaicín que prendió la mecha de
la rebelión. Tras la derrota de los insurrectos, el destierro a tierras
extremeñas y aragonesas. Fue el
preámbulo del éxodo al norte de África y del final, esta vez sí
definitivo, de la presencia islámica en la Península, en los primeros años del
siglo XVII.
Moriscos danzando. |
Salimos del palacio de Mondragón y, avanzamos por las
calles de la vieja medina, bordeando el tajo para encontrarnos otra vez en el
puente nuevo. Es hora ya de hablar del símbolo indiscutible de la ciudad que,
sin embargo, es relativamente joven. Se terminó hace algo más de dos siglos
(1796), tras cuarenta años de obras. Este majestuoso puente fue construido a
conciencia, después de que un primer puente, hecho a la carrera, se derrumbase
llevándose por delante la vida de cincuenta almas en 1740. El puente, esta vez
sí magníficamente armado, permitió la expansión definitiva de la ciudad en el siglo XVIII por allí por donde era
más factible: el norte. Con la nueva transformación urbanística aparece también
la famosa plaza de toros (1785), la más elegante de España, obra del mismo
arquitecto que trazó el puente: Martín de Aldehuela.
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