miércoles, 17 de enero de 2018

Perla en el Paraíso (y III)



Despertó súbitamente y con el corazón saliéndosele por la boca. No tenía miedo, sólo vértigo. Pero no recordaba nada. Por eso no pudo reconocer el prado sembrado de flores donde revoloteaban los insectos, bendecido por las aguas de un río al que arrancaba destellos un sol amable. Y, en medio del prado, una manada de toros salvajes esperándola. Esta vez no tuvo tiempo de pensar y se lanzó hacia el ganado, para mordisquearle los talones y dirigirlo, entre mugidos, hasta la orilla del río, como hacía cuando cachorra.

En realidad, eso, ser pastora y no torera de perros, era lo que siempre había deseado. Quizás un genio le hubiera concedido el deseo de ser feliz por siempre. Lo cual resultaba más que posible. No en vano, un perro al morir siempre va al cielo.

Fuente: http://mascotas20.com/

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