lunes, 15 de enero de 2018

Perla en el Paraíso (I)


Inicio hoy uno de mis multibrevatos, es decir, un brevato (o microficción, si se quiere) dividido en varios actos. Este formato se explica porque la narración cambia de plano en cada una de las partes, como tendrán la ocasión de comprobar quienes, con benevolente paciencia, se dignen a seguir  hoy y en los días siguientes esta historia. 



Fuente: 4ever.eu


Al despertar, Perla tuvo que alzar la cabeza sobre el mar de flores que le rodeaba. No podía distinguir bien sus colores pero sí cada uno de esos perfumes, que una suave brisa repartía por aquel entorno edénico. Los insectos pivotaban sobre la hierba en busca de néctar, libélulas zigzagueaban entre los juncos de un río cercano. El sol brillaba con total complacencia haciendo felices a  todas las criaturas. A todas, menos a Perla. Sí, era un lugar paradisíaco, extrañamente perfecto, pero ella se sentía fuera de sitio. Pensaba en esto mientras se lamía las manos con nerviosismo, parando sólo para olfatear largamente en todas direcciones, en busca de alguna señal conocida, pero ni rastro del familiar efluvio que desprendía su dueño.
Lanzó un gemido lastimero, oscuro, profundo como la boca de un lobo, cuyo eco alcanzó las fronteras de aquella Arcadía. Ella era Perla, la famosa perra torera, pero ¿dónde estaban las multitudes que acudían un día y otro a verla? Tenía el vago presentimiento de que todo aquello, la gloria, los aplausos en la plaza, el acoso de la prensa y, sobre todo, el vértigo del toreo habían desaparecido para siempre. No deseaba seguir viviendo, no sin su vida de siempre, no sin su amo.

Fuente: pxhere.com

Cuando más arreciaba su angustia, alguien vino a socorrerla. Una abeja esquinada le aguijoneó la frente y apagó la luz. Su cuerpo robusto de boxer bastarda se desplomó sobre la hierba, levantando una nube de flores que finalmente cubrió su cuerpo mortalmente dormido. ¿O tal vez no?

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