lunes, 1 de abril de 2019

Por la Raya de Portugal: Extremadura y Alentejo (IV)



Sombras en el camino.

El lunes fue un día de sabores mixtos: nuestro menú turístico saltaría de un lado a otro de la Raya. Comenzamos por la propia Badajoz, apenas entrevista, dado que mi familia vive en el campo. La ciudad no ofrece ni de lejos la monumentalidad que Cáceres. Y eso tiene una explicación. Ha sido, y todavía es, una ciudad militarizada y, por tanto, constantemente atacada, asolada y reconstruida. El último golpe fue olvidarse de ella como capital de Extremadura, que dirían los pacenses.

Torre de Espantaperros.
Pero, en serio, hay algunas cosas que ver. La alcazaba, muy transformada, tanto que parece un parque arqueológico, es apenas un reflejo de la primitiva fortificación islámica. Sin embargo, ha conservado milagrosamente una torre ochavada, llamada de Espantaperros. Tan singular nombre le viene porque, tras la conquista cristiana, se decía que su campana ahuyentaba a los infieles o “perros” musulmanes. Fue construida por los almohades en 1170, es decir, 50 años antes que la torre del Oro, también almohade, con la que se la compara. Es como ésta, una torre albarrana (‘la de fuera’ en árabe). Es decir, adelantada a la muralla, y más alta que una convencional.
La antigua capital de la marca (o frontera) inferior andalusí también sufrió las guerras hispano portuguesas que se libraron a mitad del siglo XVII. Y, a partir de entonces, y hasta prácticamente unas décadas, siguió en el punto de mira de los portugueses. La estatua de Godoy, que era pacense, recuerda su protagonismo en diversas escaramuzas fronterizas antes de la Guerra de la Independencia. Y durante ésta, Badajoz sufrió un duro sitio de los ingleses contra tropas napoleónicas, cuya principal víctima fue la alcazaba.

Plaza Alta de Badajoz.
A los pies de ésta, la Plaza Alta o simplemente “la plaza”, es un ejemplo de las continuas transformaciones que ha sufrido la ciudad. Extrañamente bonita, es en parte medieval en parte modernista. Y poco más vimos de Badajoz, aparte de callejear un poco y comprobar que es una ciudad tranquila donde no se debe vivir mal, aunque sin grandes sorpresas, desde luego.
Ya por la tarde, emprendimos viaje al Alentejo. Nuestro destino era Évora, la capital de la región. Pero antes debíamos visitar Elvas, a tiro de piedra de Badajoz. Nunca mejor dicho, porque hasta hace poco ambas ciudades no han parado de lanzarse proyectiles. Sin embargo, tras la entrada de España y Portugal en la UE, llegó la reconciliación ibérica y ahora son algo así como ciudades hermanas.
La picota de Elvas.  Aquí terminaban los traidores, sobre todo si ayudaban a los españoles.
En Elvas apenas estuvimos una hora, ni siquiera vimos el gran fuerte dieciochesco, que allí pintan como el más grande de Europa. Según mi cuñado, en eso de presumir a los portugueses no les gana nadie. Paseamos un rato por su casco viejo, con una medina de callejuelas limpias y preparadas para el turismo, ramoneamos en su plaza principal, con un letrero en el suelo donde, cómo no, también jugaban los niños. Debería haber en todas las ciudades algo similar, yo estoy por proponerle al Ayuntamiento de Granada que ponga uno Igual en la plaza Bib Rambla. 


Como íbamos con prisas, nos prometimos regresar algún día para disfrutarla debidamente.
Tras Elvas, ya en dirección a Évora, la autopista (de peaje, siempre en Portugal) atraviesa un terreno donde se diluye la dehesa, para dar paso a un terreno más montañoso y boscoso. Por el camino, cerca ya de nuestro destino, vimos asomar sobre un altozano un castillo pulido por el sol que invitaba a visitarlo. Decidimos dejarlo para la vuelta. Anochecía y lo deseable ya era llegar al hotel.

2 comentarios:

Mark de Zabaleta dijo...

Realmente interesante ...

Saludos
Mark de Zabaleta

Jesús Cano Henares dijo...

Muchas gracias, Mark.
Espero que sigas leyendo la crónica hasta su final.Saludos también para ti.

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