Sin embargo, no resulta fácil hablar de la Alhambra, porque
es demasiado sugerente y ofrece lo que ningún otro monumento antiguo: está
repleta de vida y, a la manera de un caleidoscopio que explota ante los ojos, deslumbra
se la mire por donde se la mire.
La primera tentación es zambullirse de lleno en su zona más
noble, los palacios, para tratar de descubrir cuanto antes sus secretos, para
llegar por un atajo al corazón del monumento; tal pretensión resultará vana, y
me atrevo a decir que irrespetuosa, sin una mirada mucho más amplia, que aspire
a desentrañar poco a poco las verdaderas señas de identidad de esta acrópolis
andalusí, un lugar único por muchas y diversas razones. Para ir desenredando sus
misterios e ir conociendo mejor su verdadera esencia, comenzaremos observando
cauta y respetuosamente el monumento desde varios miradores, en lo que
esperamos sea un agradable y aleccionador paseo.
El primero de esos miradores, que no el más famoso, es el
situado junto a la iglesia de san Cristóbal, en la parte occidental del
Albaicín.
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Vista desde el Mirador de San Cristóbal, con la Alcazaba Qadima en primer término y la Alhambra al fondo. |
Desde tan privilegiado observatorio se despliega un panorama
especialmente impresionante por su amplia perspectiva: se divisa no sólo la
Alhambra y su telón de fondo, Sierra Nevada, sino gran parte del Albaicín, de Granada y de su Vega. Pero el
rasgo en el que queremos fijarnos más, lo más interesante de esta vista sea
quizás la cercana Alcazaba Cadima, (Fortaleza Vieja en árabe), situada a los
pies de este mirador, superpuesta casi en paralelo a la ciudad palatina. Muy
poco queda de esta Alcazaba Vieja, la primera fortaleza de Granada, erigida en
el siglo XI, cuando la ciudad dejó de ser una pequeña población, compuesta por
núcleos esparcidos entre la montaña y la Vega, para convertirse en ciudad de
cierta entidad.