miércoles, 18 de mayo de 2011


BREVATO 1: La promesa



A Lómax el dinero le olía a muerte. Siempre. Ni siquiera necesitaba olfatear los billetes para percibir ese olor a cementerio, terroso y descompuesto, que penetraba en su nariz como un estilete. Incluso las tarjetas de crédito le olían así. Nunca había intentado comprobar si a los demás les ocurría lo mismo, porque estaba seguro de que no. Según quien lo huela, el dinero puede recordar a muchas cosas: para el glotón huele e incluso sabe a cerdo a la brasa; el enfermo siente la brisa marina y escucha el rumor del mar; a la joven coqueta, en cambio, le huele a perfumes que embriagan lujosos vestidos; para el joven tocar el dinero es como tocar mujeres, todo un sueño… Sin consultar con nadie, Lómax sabía que a todo el mundo sin excepción, le producía sensaciones agradables. Pero a él, no. La única sensación que desprendía para él el dinero era ese olor a muerte y por eso se decía una y otra vez que tenía que dejar su maldita profesión. Se lo decía siempre justo antes de volver al trabajo, justo cuando tenía que enfundarse su herramienta, una vieja pero aún magnífica pistola ASTRA 300 que le regaló su propio padre. Y se decía para sí, como siempre, mirando un instante su arma, que cualquier día lo dejaba. Sólo había una manera y sabía muy bien cuál era.

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