sábado, 28 de mayo de 2011

Barcelona resiste con flores








El desalojo y brutal represión de ayer el la plaza de Catalunya, por parte de un gobierno de pandereta (el de Artur Mas, neoconservador nacionalista, lo es) fue respondida de la mejor manera posible: con la recuperación de la plaza mediante una estrategia de acción directa pacífica
 A nadie escapa que el pacifismo consciente es la principal arma de esta nueva revolución española. Ni el hecho de que confluyan sensibilidades distintas ni la apariencia de que no hay una ideología clara empañan la evidencia de que estamos asistiendo a un intento revolucionario (revolución significa "cambio o transformación radical respecto al pasado inmediato"). 
Pero, para que haya revolución, es necesaria una ideología que sirva de guía a ese movimiento. Y esa ideología existe: en la mente de esos miles de ciudadanos que salieron ayer a las calles de Barcelona, Lleida y otras ciudades españolas para responder con flores a las porras y pelotas de goma, anida el convencimiento de que para ser libre no hay que responder a la violencia con violencia, sino con unidad, dignidad y firmeza de ideas. Tales fueron las armas que utilizó Gandhi para lograr vencer al imperio británico, potencia hegemónica mundial del momento; primero en Sudáfrica y, después, sobre todo, en La India. 
Pero, muy pocos, estoy seguro, de los que salieron ayer con flores a la calle, estaban pensando en Gandhi. Pero sí tenían el mismo convencimiento que Gandhi y las multitudes que lo seguían cuando se enfrentaba valientemente al ejército británico. Como en el caso de la revolución que dio paso a la independencia de India y Pakistán, lo de ayer fue una respuesta mucho más consciente  de lo que los propios participantes pudieran creer. Porque no ha sido tanto una protesta contra la represión policial (circunstancial y que podría haber sucedido en cualquier otra plaza, pues en todos lados se detecta ya el nerviosismo de los políticos y banqueros ante esta rebelión pacífica); no, en el fondo se respondió a otro tipo de represión, mucho más enraizada e invisible: la represión institucional que niega mediante sofisticados mecanismos de control, que  el pueblo (el verdadero poder) pueda ser libre sin necesidad de falsos patronazgos, ya sean por parte del Estado, la Iglesia o cualquier otro agente manipulador de mayor o menor calado (léase partidos políticos). 
Podrá tacharséme de excesivamente radical y, sobre todo, de ingenuo, pero, a poco que se pare uno a pensar, esa represión de la que hablo es fácilmente detectable: en la publicidad, en los mítines políticos, en los medios de comunicación, en las "gloriosas" comparecencias y declaraciones de los gurús económicos...; a poco que uno siga reflexionando, comprende que tal represión, violencia encubierta de falso estado de bienestar, es el motor que sustenta un sistema que prima el interés de unos cuantos (que ni siquiera son felices, carcomidos por su ambición) sobre el bien común,que debería ser el principio rector de todas sus acciones. Tal estado de cosas nos está arrastrando, a una velocidad uniformemente acelerada, hacia un muro con el que impactaremos antes de lo que pensamos, si no hacemos algo al respecto. Me refiero a nosotros los ciudadanos, ya que a ellos no parece preocuparles ni el cambio climático ni la creciente desigualdad social ni la perspectiva de una inminente escasez energética). 
Reconozco que, incluso en este clima tan proclive a declaraciones a favor de la libertad, pueden sonar grandilocuentes estas palabras. Sin embargo, como dijo en su día Gandhi, o pudiera haber dicho León Tolstoi, su mentor ideológico: "El esplendor de la verdad es un millón de veces más intenso que el esplendor del sol" por más que apenas captemos unos destellos de ella. La verdad hoy es que quienes dicen representarnos nos manipulan y nos conducen a los establos de otros a los que rinden pleitesía. Dejemos de ser ganado por una vez y respondamos con cooperación no violenta, tal como están haciendo los que se mantienen firmes en las plazas y calles de España.



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