viernes, 29 de marzo de 2019

Por la Raya de Portugal: Extremadura y Alentejo (II)

Foto familiar.

Ya de noche, a la puerta de casa de mi hermana Maribel y su familia nos recibió Django con sus poco amistosos ladridos. Pegada a este perrazo medio mastín medio pastor alemán, caracoleaba su “novia”, la inofensiva Hildi, una bonita perra labrador. Viven en plena dehesa extremeña con 3 perros (el tercero es un galgo ácrata llamado Bakunin, que permanece atado por matagallinas) y 5 gatos, que apenas se dejan ver. Tienen una finca con algunos alcornoques y muchas plantas. 


Los tres perros extremeños. De arriba a abajo: Django, Hildi y Bakunin.

Cenamos, charlamos animadamente y poco más antes de dormir. El día siguiente comenzaba de verdad nuestra aventura por la Raya.
Para empezar, nos dejamos llevar por mi cuñado Fernando y mi hermana. Atravesamos Badajoz, ciudad militarizada todavía, sede de la Brunete (de infausto recuerdo aquel 23 F), para no tardar en cruzar la frontera. Es un decir, porque los antiguos pasos aparecían, como en una película distópica, desconchados por el abandono. Nuestro objetivo era rodear San Mamede, una pequeña sierra magmática, fruto de la unión, hacia la mitad del Cretácico, de las subplacas española y portuguesa. Hace unos 100 millones de años eran dos islas que acabarían uniéndose en, como dijo Saramago, una “balsa de piedra”.

Aspecto de la fortaleza natual donde se asienta Marvao.

La primera escala es Marvao, un pueblo encastillado sobre una lengua pétrea que regala vistas de uno y otro lado de la Raya. En la fortaleza, una armadura medieval hace las veces de lánguido portero. 

Vista de Marvao desde el castillo.
A esas horas apretaba el hambre. En un pequeño pero coqueto mesón pudimos comprobar que en el Alentejo se come muy bien. En la televisión sonaba Cante Alentejano, entonado con saudade por una gran coral de campesinos. Antiguas canciones para trabajar, han perdido su sentido práctico con la mecanización del campo. Sin embargo, sus letras siguen recordando la enorme brecha que existe todavía entre jornaleros y terratenientes.


La siguiente parada, hacia el interior de Portugal, sería Castelo de Vide. De este lugar, lo más destacable es, sin duda, su judería, incrustada en la antigua medina. 

Vista de Castelo da Vide.

Antes de entrar a la que fue sinagoga, hoy museo, Fernando recordó que allí recalaron en su éxodo, procedentes de Castilla, los antepasados de Baruch Espinoza. Finalmente se asentaron en Holanda, donde nacería el famoso filósofo.

Retrato de Espinoza.
Descendiendo hacia el sur para rodear Serra san Mamede, rozando la frontera española, llegamos a Portalegre, capital de la comunidad intermunicipal del Alto Alentejo. Es ésta una pequeña y pulcra ciudad, con un casco viejo de calles adoquinadas. Como centro de un gran área, cuenta con universidad y obispado, además de numerosos comercios. Llama la atención el gran árbol que se levanta frente a la catedral, que no supimos identificar.


Muy cerca ya de Extremadura, pasamos junto a la fábrica principal de Delta, el mejor café de Portugal. Se ubica en la localidad de Nossa Senhora da Graça dos Degollados (qué nombrecito). Apunto esto en honor a este café, de inigualable sabor y espectaculares aromas. Por lo cual, recomiendo no sólo degustarlo en Portugal sino echar en las alforjas algunos paquetes para seguir disfrutándolo en España.

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