miércoles, 27 de marzo de 2019

Por la Raya de Portugal: Extremadura y Alentejo (I)



Cigüeñas en los contrafuertes de la iglesia de Santiago, Cáceres.
En la inmensa dehesa que conforman estas dos regiones ibéricas, la famosa “Raya de Portugal” es hoy un fantasma que pulula por las aduanas abandonadas. A ambos lados de la antigua frontera menudean las cigüeñas y, como no podía ser menos, los castillos, que se aferran a moles graníticas fruto de antiguas erupciones. 

Roquedal donde se asienta Marvao, poblacion alentejana.

El paisaje en Extremadura y Alentejo es el mismo: una penillanura donde predominan los alcornocales y medra el ganado vacuno y los cerdos ibéricos. Aquella guerra eterna de siglos es ya historia y en su lugar se ha superpuesto a un curioso ecosistema social donde se habla portuñol: dices algo en español y te contestan en portugués. Y todos tan felices. 
Éstas y otras muchas impresiones encontramos hace unos días cuando emprendimos nuestras minivacaciones de finales de invierno. Debido a nuestra ocupación como agentes de viajes debemos escaparnos por fuerza (o por suerte) en temporada baja. Eso conlleva muchas más ventajas que problemas. El inconveniente casi exclusivo es el mal tiempo que puedes encontrar (y eso no siempre). Las ventajas: todo es más barato, más auténtico, más tranquilo y, en general, más seductor.


Con la intención de disfrutar, como siempre, de cada minuto, pusimos rumbo a Badajoz, donde viven mi hermana y su familia. Dado que el camino era largo, decidimos parar poco antes de comer, como a la mitad, en Écija.


Afortunadamente, en marzo no aprieta aún el sol, por más que éste haya sido el invierno más cálido en mucho tiempo. La llamada “sartén de Andalucía” estaba aún apagada y sus bellas torres, pequeñas giraldas, las llamo yo, sobresalían entre el caserío blanco, pulidas por aquel sol amable. La pequeña ciudad bullía a un tranquilo ritmo y la presencia de una pareja hispano coreana como nosotros despertaba cierta expectación, casi siempre inocente, aunque veces estúpidamente hostil.
Écija se deja ver, bonita a ratos, salpicada de columnas y otros vestigios romanos de un foro que desmantelado para construir un gran aparcamiento (¡?). Entre las callejuelas de su antigua medina aparece de tanto en tanto alguna de sus once torres, con sus barbas de azulejos y estuco. Esta aglomeración de templos, del gótico al barroco, pero tintados siempre de mudéjar, da fe por sí sola la enorme transversalidad de este estilo mestizo, más hispano por único, que ningún otro.


Écija es también un lugar donde abundan los buenos alimentos, dulces, por ejemplo, de raigambre morisca. En sus fruterías se pueden adquirir durante todo el invierno, como en otras partes de Andalucía, espárragos silvestres y tagarninas (también llamadas cardillos). Resulta curioso que este humilde pero delicioso alimento sea tan común en la Andalucía baja, cuando apenas se consume en la parte oriental, donde también abunda. ¿Será una costumbre jornalera de cuando las masas de campesinos sin tierra tampoco tenían nada que comer salvo esas “malas hierbas”?
A saber. En cualquier caso, compramos algo de aquellas verduras, pensando que a mi hermana y a sus hijas, que son vegetarianas, les agradarían. 

Planta de cardillos.

Tagarninas ya limpias y listas para cocinar.
Tres horas más tarde, tras cruzar la vieja Sierra Morena y entrar en Extremadura, llegábamos a Badajoz.



(Continuará...)

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