El platanar silvestre exuda jarabe de sus flores
blancas. Inari decide actuar cuando observa que varios avispones golosinean a
su alrededor. Corta una rama de bambú, afilando su punta, y empala en ella al
saltamontes. Con delicadeza la alza hacia el platanar, donde uno de los
avispones no tarda en sentirse atraído por el señuelo y devora a su presa.
Un
instante después, la caña desciende y tienen al himenóptero frente a sus
narices. Chang no dice nada, sólo abre la boca aterrorizada e intrigada. El
insecto tiene un aguijón de seis milímetros, aquél le resulta un juego muy peligroso.
Aunque no aún no ha visto nada.
-
Ayúdame, sujeta
con mucho cuidado la caña; vamos, hay que darse prisa o escapará. Y mantén
firme el pulso –espeta Inari a Chang con vehemencia.
La chica tarda en obedecer pero al fin agarra la caña
con decisión.
-
Ahora vamos a
jugar a vaqueros –dice el chico mientras con suma pericia, y aún más calma, amarra
el abdomen del insecto con un pequeño lazo de cáñamo, a cuyo extremo flota el
plumón de papagayo.
La parsimonia de él contrasta con el frenesí en que
se halla inmersa Chang.
-
Ufff, tengo el
corazón a cien. ¿Y ahora qué? –pregunta la joven.
Inari no dice nada. Sólo espera a que el avispón
levante el vuelo. Resulta fácil seguir su pista sobre la bóveda arbórea,
gracias al plumón azul que transporta y que ralentiza su vuelo.
Finalmente, el
insecto desciende hacia un gran árbol de te que gallea sobre el resto de las
copas. Allí está su avispero, el bizarro tesoro que andan persiguiendo. Pero
hay un problema:
-
Ha entrado en el
bosque sagrado, hay que volver a intentarlo.
-
De eso nada
–ataja Chang con los brazos en jarra.-No pretendemos molestar a los espíritus,
¿verdad? Quizás les libremos de su aburrimiento, Vamos –Y arrastra
decididamente por el brazo al chico, que se deja llevar resignado. Ésa es su
chica.
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