sábado, 1 de octubre de 2016

El falso milagro de Los Beatles



12 de junio de 1964, día nublado en Adelaida, hace frío pero todo el mundo está fuera. Unos chicos de Liverpool son capaces de hacer que salgan a la calle unas 300.000 criaturas, unas porque han caído presas de la Beatlemanía, otros por simple curiosidad. Todo ha ido muy rápido desde que John, Paul George y Ringo triunfaron en Estados Unidos (los primeros británicos en lograrlo). Y lo han hecho arrasando con su desparpajo y la frescura de sus canciones. Se han, merendado al público norteamericano y ese impulso los ha llevado hasta Australia, no saben muy bien cómo. Lo cierto es que, saludando mecánicamente desde aquella balconada, estremecidos por el oleaje de la multitud, se sienten como reyes. Ellos, que hasta hace poco eran una banda de entusiastas adolescentes, que sólo tras irse a Alemania obtuvieron cierto reconocimiento y tuvieron que tocar hasta la extenuación para no dejar escapar la cometa donde anidaba el sueño de triunfar. Un sueño mucho más modesto que el que ahora, hecho realidad, están viviendo. Es increíble, piensa John, absolutamente alucinante. Y Paul: Adoro a estos aussies, están más locos que nosotros. George simplemente está demasiado agotado y aturdido para pensar y se abandona al puro goce. Lo de Ringo es aparte. Como los otros, se siente contento y asombrado al tiempo, pero está  un poco más cansado. Acaba de pasar las paperas a una edad peligrosa (24 años) y se siente todavía débil. Tal vez por eso se fija en aquel lisiado que, contagiado por el frenesí general, avanza a trompicones entre la muchedumbre dando gritos y alzando al aire de tanto en tanto una muleta. 
Dick MacCormick, paralítico de una perdida barriada, ha hecho un gran esfuerzo para estar allí. No es que conozco demasiado a los Beatles, apenas ha oído alguna canción, pero si todo el mundo va ¿por qué no él? Ha sido pues el orgullo lo que lo ha arrastrado hasta allí. Eso y la media petaca de whisky que acaba de trasegar. Ahora se siente eufórico, capaz de cualquier cosa, de transgredir más que nunca las reglas, de saltarse cualquier ley. Incluso la ley de la Gravedad. 
Apoyándose en una sola muleta, Dick alza penosamente su cuerpo contrahecho y logra mantener el equilibrio muy dignamente. Nota en sus piernas un vigor nunca sentido antes, al tiempo que el alcohol acribilla su mente y comienza a nublarle los sentidos. Es entonces cuando tiene la visión. En el palco, allí, a lo lejos, un anillo de luz envuelve a los cuatro beatles, que fulgen como santos. Coronas doradas flotan sobre sus renombradas melenas. Enfervorizado, mientras suelta la muleta que le sujeta, grita un alleluyah, estoy curado que se pierde en el griterío general.
Desde el palco, Ringo, que no había parado de fijarse en él, lo ve desplomarse como un muñeco. 
En el suelo quedará tendido, derrotado por el alcohol y roncando ya pero con una sonrisa feliz en el rostro.





4 comentarios:

Mark de Zabaleta dijo...

Muy interesante...

Un cordial saludo
Mark de Zabaleta

Jesús Cano Henares dijo...

Como siempre, gracias, por tu interés.
Saludos.

Julia dijo...

Breve y lleno de milagro, me gusta...

Jesús Cano Henares dijo...

Gracias, aunque no sé bien quién eres, si alguien conocida o una desconocida que a tenido a bien visitar mi blog. Saludos.

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