sábado, 25 de junio de 2016

El Brexit, ellos y nosotros


Fuente: http://www.postonline.co.uk

Brexit, esa nueva palabreja, es el tema estrella ahora mismo en los diarios y en las redes. La diversidad de opiniones se refleja, por ejemplo, en los contrastados enfoques de quienes aspiran a gobernarnos. Desde el "no pasa nada" de Rajoy genialmente insustancial como siempre y contradiciendo a todo el mundo), hasta la increíble postura de Pedro Sánchez (sin duda la más escandalosa), que aprovecha para cuestionar la legitimidad de un acto democrático (nos guste más o menos) como es un referéndum. Todo por recordarnos que con votar cada 4 años ya tenemos bastante. Y ahí está Rivera, dándoselas de niño bueno, con su doble moral de siempre, atacando el nacionalismo de otros pero regando con gasolina a todo el que no piense en términos del neoespañolismo que su formación lleva por bandera. La de Iglesias (todo ha ocurrido porque Europa no funciona bien) es la más cercana a mi propia visión, aunque desprenda ese tufillo paternalista que le es tan grato y a mí me repele.
Puntos de vista hay muchos, ya digo. Un inglés que vive en España se teme que el Brexit acabe con la vida que tanto le ha costado consolidar en España; una española en Londres se queja del aumento del odio al extranjero que le transmiten sus conocidos ingleses. Una xenofobia políticamente correcta, muy inglesa, pues la salvan a ella, pero no a sus compatriotas "que llegan para robar". Nada como apalear educadamente. Luego se habla también del rechazo de gran parte de escoceses y norirlandeses al Brexit, que podría devenir en una fractura capaz de hacer olvidar, para mal, el problema escocés, temporalmente arrumbado, precisamente con otro referéndum. Por cierto que resulta curioso que el 'no' escocés a la salida de Gran Bretaña apenas generase estupor o rechazo.
De lo que se ha hablado poco es de que el debate sobre la salida o permanencia en la Unión ha estado presente en la política del Reino Unido desde su ingreso en 1973 y tras muchas dudas, en la por entonces CEE. Aquella decisión fue tomada principalmente por razones meramente económicas, es decir interesadas. Y la acordó el gobierno británico de Downing Street, bien asesorado, como siempre, desde la sombra. Dos años después fue corroborada en referéndum pero para entonces ya estaba todo más o menos atado.
Estas contradicciones no han cesado con el tiempo, pero han arreciado con la irrupción del nacionalismo británico, que ha calado hondo, hay que reconocerlo. En épocas de grandes crisis es un clásico ver cómo la gente, alentada por los medios, por sutiles declaraciones de políticos y empresarios, por el miedo a lo desconocido y hasta por una extraordinaria capacidad de autoengaño, desvíe las causas de sus penurias de la política, la verdadera ciénaga, hacia el odio al diferente. O, en el caso de Gran Bretaña, hacia la europofobia.
Pero no todo el mundo transita por veredas tan bovinas. Otra posición sobre el Brexit es la de tantos y tantos británicos que, como nosotros mismos, han visto hundirse su nivel de vida y sus libertades, al tiempo que crecía vertiginosamente la desigualdad entre ricos (ahora muy ricos) y la clase media y baja. Esto ha sido especialmente patente desde la creación, a finales del siglo pasado, de la Unión Económica y Monetaria. Se me dirá que el Reino Unido no forma parte de ese pacto de caballeros feudales (no participa en el euro), pero, como miembro de la Unión, se ha visto indudablemente afectado. Esta postura de rechazo consciente y no visceral a la UE cabe interpretarla como respuesta a la mal gestionada construcción europea. Es difícil hoy por hoy sustraerse a la idea de que la UE se ha convertido en un gran pelotazo para unos pocos, muy pocos, difuminado ya ese bello sueño sobre Europa que dominaba las declaraciones pero no las acciones políticas.


Y es aquí donde el Brexit tiene conexión directa con nuestra realidad, la española y la europea en general. En el fondo, y ésta es una opinión muy personal, nosotros, España, como Italia o Grecia y casi todos menos Francia o Alemania, tendríamos serias razones para rechazar esta Europa de los supermercaderes (un respeto para los pequeños empresarios que son la base real de la economía). Porque no estaba pensada para la ciudadanía sino para evasores y especuladores, esos mismos que, según parece, generaron la crisis (más bien estafa), pero que han salido reforzado de ella, sin que nadie les replique.
Se me podría replicar que este argumento es falaz porque desde siempre a años de vacas gordas suceden otros de vacas flacas. Eso sería quedarse en la superficie, constatar sin analizar las verdaderas causas de esas crisis cíclicas. No es que Marx sea mi filósofo de cabecera (no soy comunista), pero su teoría de que son fruto de las contradicciones del sistema (de la falta de previsión, de la voracidad, del egoísmo consustancial a la ética capitalista...) es mucho más solida que ésa otra que se abre paso ahora como un bestseller del pensamiento acrítico: las crisis, y ésta más que ninguna, son fruto de la inconsciencia de las masas. En el caso de Europa, hay que culpar de esto, como de todo, a los europeos, a la gente, así en general, pero sin dirigentes. A poco que uno analice, hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y nos ha poseído la anarquía consumista, hasta el punto de haber redivido las mieles venenosas de Sodoma y Gomorra. Y todo porque los respetables políticos han otorgado al rebaño demasiada libertad durante demasiado tiempo...etcétera.
Postura tan simplista y demagógica es propia, ya lo sabemos, de los políticos de turno y la defienden cada vez con menos pudor ciertos empresarios, esos mismos que ponen como ejemplo a la China (comunista) cuando les conviene. Eso es normal.
Lo que no lo es tanto es escuchar argumentos parecidos de boca de personas corrientes. Vale que tienen todo el derecho a llevar el cilicio que más les duela o a convertir en suyas éstas y otras manipulaciones, dignas de Goobles. Pero no olviden, empero, estos ciudadanos, émulos sin saberlo de Estajanov, que Europa no nos prestó miles de millones del fondo de compensación de forma desinteresada. Y que los gestores de aquel río de millones nunca fuimos nosotros. Nosotros sólo éramos los teóricos beneficiados, aunque no los principales. No fueron los ciudadanos de a pie los que inundaron España de rotondas y aeropuertos fantasma, de fastos sin fin (olimpiada, exposiciones...) que dejaban las arcas públicas exhaustas. ¿Quién hubiera osado cuestionar la administración de ese inmenso caudal a nuestros políticos, aún sospechando que se hinchaban los presupuestos? Eso hubiera sido dudar de la integridad que se presupone y de la que tan fácilmente alardea hasta el más insignificante representante electo. ¿Quién, caso de pedirlas, hubiera obtenido cuentas claras y limpias? Ni siquiera los prebostes de Bruselas.
Y a propósito de Bruselas. Ha quedado meridianamente claro, que la Unión Europea no era la hermanita de la caridad que se nos vendió tiempo atrás. Aquel dineral que nos llovió del norte no fue entregado de forma desinteresada. Hemos de devolverlo euro por euro y entre todos los contribuyentes. Y no a la UE sino a esos bancos alemanes y franceses que nos los prestaron con letra pequeña, orquestando así una maniobra genial que ponía en sus manos no empresas en quiebra sino países enteros.
Pero también hay leña para nosotros, los ciudadanos, como cómplices de esta situación. Complicidad antes, en los buenos tiempos, por la absoluta falta de interés sobre cómo se estaba administrando el bien común.Complicidad también ahora, por ponernos la venda para no querer ver tantos y tantos hechos gravísimos que nos afectan ya pero que están hipotecando nuestro futuro.
Ya sé, ya sé: está muy mal destrozarlo todo sin ofrecer soluciones. Yo tengo algunas basadas en un simple pero meridiano principio: el poder se vuelve tanto más peligroso cuanto más se acumula. Y la clave para contrarrestar eso es la participación ciudadana activa y responsable en todos los frentes. Al repartir y poner en vigilancia continua y extrema al poder, gobernar o legislar serían verdaderos honores y no vías de enriquecimiento ilícito, como ahora. Dicho de un modo más sencillo, no podemos entregar así como así nuestro destino a nadie sin exigirle garantías de probidad absoluta. Y esas garantías las hemos de definir entre todos y, una vez delimitadas, vigilar sin descanso para que se cumplan.
¿Una solución ingenua? Hasta cierto punto, porque nunca se han probado o mejor sería decir nunca se ha permitido prosperar soluciones como ésta, que en determinados momentos han llegado a germinar brevemente, pero que han acabado machacadas por quienes no confían en más poder que el omnímodo, tanto desde la izquierda como desde la derecha. Pero. incluso si admitimos que repartir el poder y por tanto el gobierno es una solución irreal y por ende irrealizable, ¿no es menos real pensar que el cesto de manzanas podridas que es la política será capaz de regenerarse por sí mismo alguna vez? ¿O que, como decía Voltaire, en su Cándido, vivimos en el mejor de los mundos posible porque así lo quiere Dios (en este caso los políticos)?.




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